Zona de Vuelo [omegaverse]

Capítulo 10 – Bajo la piel del deseo

El aroma del romero fresco y la carne asada flotaba en el aire del pequeño comedor de Damian. La mesa estaba dispuesta con sencillez, pero con atención al detalle: una botella de vino tinto abierto respiraba junto a dos copas, y una vela baja lanzaba sombras cálidas sobre los rostros de los comensales. Ren se sentía nervioso, pero sonriente. Era la primera vez que compartía tanto tiempo con alguien fuera del set sin estar interpretando un papel. Con Damian se sentía diferente. Vulnerable, pero curioso.

—Está delicioso —dijo Ren, con los labios manchados apenas por la salsa—. No sabía que cocinabas tan bien.

Damian le devolvió una media sonrisa. —Cuando pasas tanto tiempo lejos de casa, aprendes. O comes comida enlatada todos los días. Elegí lo primero.

Se rieron suavemente, y luego el silencio se instaló, cómodo. Damian se permitía mirarlo con atención. Esa delicadeza contenida que Ren llevaba incluso en los gestos más simples lo fascinaba. A diferencia de sus personajes, Ren era tímido, a veces torpe, y sumamente encantador por eso mismo.

—¿Y tú? ¿Cómo terminaste en el teatro?

—Mi mamá decía que cantaba antes de hablar. Y cuando era niño, me encantaba disfrazarme. Entré en la academia a los doce… desde entonces no paré. Es mi forma de respirar. Pero ahora… la película es diferente. Más expuesto, más real. Y tú… tú haces que todo eso sea más tangible.

Damian bajó la mirada por un segundo, tocado. La sinceridad de Ren era desarmante.

Al final de la velada, lo llevó de regreso a su departamento. La noche estaba fresca y serena.

—¿Nos vemos mañana? —preguntó Damian, con una voz un poco más baja, más íntima.

—Claro —respondió Ren con una leve sonrisa, tímida. Sus miradas se encontraron por un largo instante.

Pero Ren no llegó al día siguiente. Ni respondió mensajes. Ni llamadas.

Damian intentó mantenerse sereno durante las primeras horas. Pero al anochecer, el instinto comenzó a zumbarle en el pecho como una alarma. Algo no estaba bien. El vínculo sutil que había comenzado a formarse entre ellos se tensaba. Lo sentía. Un impulso casi animal lo llevó al departamento de Ren.

Golpeó. Nada.

Volvió a llamar. Silencio.

Su nariz se estremeció. El aroma estaba allí. Lavanda y vainilla. Más intenso. Cargado. El dulce perfume del omega en celo.

No esperó más. Forzó la entrada con una tarjeta y su fuerza militar. Lo encontró enredado entre las sábanas, el cuerpo temblando por la fiebre del celo, con los ojos húmedos y las pupilas dilatadas.

—Ren —susurró Damian, acercándose lentamente, dominado por un instinto feroz, posesivo, protector.

—D-Damian… —la voz de Ren era un ruego quebrado—. No podía… no podía llamarte. Me llegó de golpe… no sabía que sería así.

—Shh… —el alfa se sentó junto a él, el corazón retumbando—. Estoy aquí. Todo va a estar bien.

Las feromonas se mezclaron, creando un lazo invisible pero eléctrico. Damian se acercó, controlándose con un esfuerzo brutal. Pero cuando Ren estiró la mano, temblorosa, para tocar su rostro, el muro cedió.

Los labios se encontraron en un beso que fue primero suave, casi reverente, pero pronto se tornó más profundo, más hambriento. Las manos del alfa acariciaron el cuerpo de Ren con devoción. Lo levantó entre sus brazos y lo sostuvo, como si fuera de cristal.

—Dime que pare —susurró Damian, la voz ronca por la necesidad.

—No —Ren negó, jadeando contra sus labios—. Quiero… quiero que seas tú. Solo tú.

Y entonces lo fue. Damian lo marcó con su olor, dejando su esencia sobre su piel, sobre cada rincón de su cuerpo. Fue lento, cuidadoso, pero con una pasión contenida que se desbordó entre gemidos, caricias y susurros. La necesidad de ambos explotó, y el encuentro fue tan físico como emocional. Durante esa primera noche, el alfa reclamó a su omega con cada roce de piel, con cada embestida cargada de deseo y ternura. No fue un simple acto de sexo: fue pertenencia.

El celo de Ren duró tres días. Tres días en los que Damian no se apartó de su lado. Lo cuidó, lo alimentó, lo abrazó cuando los temblores se hacían insoportables, lo besó cuando sus labios suplicaban consuelo. Durmieron entrelazados, exhaustos pero plenos. El vínculo, aunque aún no sellado completamente, era palpable, latente.

Y cuando por fin el cuerpo de Ren se calmó, cuando el aroma volvió a su suavidad habitual, Damian se recostó a su lado, acariciando su mejilla.

—¿Estás bien?

Ren asintió, acurrucándose contra su pecho. —Contigo… siempre lo estoy.

—No vuelvas a esconderme nada, ¿sí? Si algo te pasa, quiero ser el primero en saberlo. Quiero ser quien esté para ti. Siempre.

Ren sonrió, débil pero genuino.

—Lo prometo.

Y así, entre susurros de cariño y el roce constante de sus pieles, durmieron abrazados, con la promesa silenciosa de que su historia apenas comenzaba.




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