El cielo azul se estiraba como un lienzo sobre el aeródromo privado donde se llevaría a cabo la siguiente escena de la película. Aquella mañana, el equipo de producción había instalado un simulador de vuelo militar realista, montado sobre una estructura hidráulica capaz de imitar giros, sacudidas y maniobras vertiginosas. Ren se encontraba cerca del set, con el cabello recogido hacia atrás y su uniforme de piloto ajustado con precisión, mientras revisaba su libreto por enésima vez.
Damian se encontraba a unos metros, observándolo con una mezcla de concentración y orgullo. Estaba seguro que la preparación previa que tuvo con Ren con él, había mejorado su actuación de forma tangible, replicando con naturalidad los movimientos de un aviador experimentado. Sin embargo, aquella escena no sería cualquier toma: estarían suspendidos en el aire, y la más mínima falla en el sistema podría poner a Ren en peligro.
—¿Listo para conquistar el cielo, Lysander? —preguntó Damian mientras se acercaba, su aroma a madera y café envolviendo a Ren como una cálida manta.
Ren levantó la vista, con una tímida sonrisa que no ocultaba la tensión en sus hombros.
—Sí… creo que sí. Aunque mi estómago opina lo contrario —bromeó, y luego bajó la voz—. Gracias por estar aquí, Damian. No podría hacer esto sin ti.
—No tienes que agradecérmelo. Si alguien pone un dedo sobre ese simulador sin verificarlo tres veces, lo haré pedazos —gruñó el alfa en voz baja, con una mirada filosa hacia el equipo técnico.
Ren asintió, sintiéndose protegido. Sin embargo, ni siquiera Damian podía anticipar lo que estaba por suceder.
Desde la distancia, un par de ojos seguían cada movimiento de Ren. Escondido entre las sombras del hangar contiguo, un hombre con chaqueta negra observaba con una expresión sombría. Era un alfa, corpulento, de mirada desequilibrada. Había estado siguiendo a Ren desde hace semanas, convencido de que aquel omega, que una vez admiró desde lejos en una función de teatro, debía pertenecerle. Que no debía estar con otro alfa… y mucho menos con alguien como Damian Sorel.
Mientras los técnicos se dispersaban para ajustar el simulador, el acosador se coló entre ellos disfrazado de miembro del equipo. No era difícil: los movimientos caóticos del set ofrecían muchas oportunidades para el sabotaje. Bastó con aflojar una pieza vital del soporte del simulador y desaparecer tan sigilosamente como había llegado.
—Acción en cinco minutos —anunció el director, mientras los actores se preparaban para abordar el simulador.
Damian subió junto a Ren para darle las últimas instrucciones. Revisó personalmente cada uno de los controles antes de ceder su lugar al actor secundario que estaría junto a Ren para la escena.
Pero algo no se sentía bien.
El olor.
Damian olfateó el aire y detectó una fragancia extraña. Ácida, artificial, y por debajo de ella… feromonas alfa, descontroladas. Su cuerpo se tensó al instante.
—¡Detengan todo! —gritó Damian, su voz grave resonando con una autoridad imposible de ignorar.
Justo en ese instante, el simulador se estremeció y se ladeó violentamente.
—¡REN! —bramó.
Uno de los soportes cedió, haciendo que el simulador se inclinara peligrosamente hacia un lado. Ren, que ya estaba abrochado, sintió su cuerpo deslizarse con el peso del aparato. Un grito de pánico escapó de sus labios mientras se aferraba al borde del asiento.
Sin pensarlo, Damian saltó hacia la plataforma, trepando como si su vida dependiera de ello. Con una fuerza brutal, forzó la puerta del simulador y se lanzó hacia Ren justo cuando una de las correas cedía.
Lo tomó por la cintura y lo sujetó con firmeza.
—Te tengo… —murmuró contra su oído.
Ren temblaba, sus ojos grises empañados por el miedo. El alfa lo sostuvo con ambos brazos, bajándolo de la máquina mientras su olor a vainilla y lavanda se intensificaba con el estrés. En el suelo, Damian gruñó a cualquiera que se acercaba.
—¡Atrás! ¡No se acerquen! —rugió, su voz vibrando con una furia instintiva. Sus feromonas llenaron el set como una tormenta, densas, protectoras, envolviendo a Ren.
El equipo técnico retrocedió en silencio. Nadie osó cruzar el umbral invisible que Damian había trazado a su alrededor.
Ren, aún entre sus brazos, apoyó la frente en el pecho de Damian, respirando su aroma como un salvavidas. El alfa no dijo nada, simplemente lo sostuvo hasta que su temblor cesó.
Una hora después, en la parte trasera del tráiler de producción, Damian se sentó con Ren en el regazo, cubriéndolo con una manta térmica. Nadie más había sido autorizado a entrar. El equipo ya investigaba el sabotaje.
—Alguien hizo esto a propósito —gruñó Damian—. Lo juro por el cielo que si descubro quién fue, lo arruino.
Ren alzó la vista hacia él.
—¿Crees que… podría ser él? El hombre que me ha estado siguiendo.
—¿Qué hombre? —Damian lo miró, helado.
Ren tragó saliva, sintiendo el peso de su error.
—No quería preocuparte. Pensé que tal vez se detendría… Pero alguien ha estado enviándome cartas, siguiéndome. Huele como un alfa. Es obsesivo. Y hoy… sentí su presencia.
Damian cerró los ojos, luchando contra el impulso de gritar. En lugar de eso, abrazó a Ren más fuerte.
—De ahora en adelante, nadie se te acercará. Y si ese bastardo aparece de nuevo, no va a vivir para contarlo.
—Damian…
El alfa acarició su mejilla.
—Estás a salvo conmigo, Ren. Nadie más volverá a tocarte.
Y aunque el peligro no había pasado, esa noche, bajo la manta cálida y el olor envolvente de su alfa, Ren se permitió cerrar los ojos y creerle.