El día del estreno llegó más rápido de lo que cualquiera imaginaba. Después de semanas de rodaje agotador, Ren apenas había tenido tiempo de respirar. Las últimas escenas lo habían dejado emocionalmente drenado, pero satisfecho. Era su papel más exigente, y el más personal.
Pero esa noche… todo era diferente.
El Teatro Velmont, en el corazón de la ciudad, lucía majestuoso. Faroles, cámaras, fanáticos gritando, carteles con su rostro y el título de la película Alas de Guerra. Ren descendió de la limusina con un traje negro de satén, ajustado, elegante, con el cabello peinado hacia atrás y los labios ligeramente brillantes. Irradiaba estrella, belleza, deseo.
Y Damian, a su lado, parecía una sombra salvaje con traje. Alto, imponente, mandíbula tensa, y los ojos verdes fijos en cada persona que se atrevía a mirar demasiado tiempo al omega.
Ren le tomó la mano discretamente al salir del auto.
—Tranquilo —susurró.
—Te están devorando con los ojos —gruñó el alfa.
Ren sonrió. Le gustaba. Lo volvía loco la manera en que Damian parecía al borde de lanzarse contra todo el mundo con tal de mantenerlo a salvo. Pero sabía que esa noche requería de diplomacia, no dientes.
—¿Estás celoso?
—Estoy intentando no romperle la mandíbula a medio teatro.
Los flashes explotaban a su alrededor. Periodistas gritaban preguntas, fans gritaban su nombre.
—¡Ren! ¿Quién es tu acompañante?
—¡Ren, sonríe!
—¡Ren, eres el omega más deseado del país!
Damian lo jaló suavemente del brazo, guiándolo hacia la entrada sin detenerse. Una alfombra roja jamás se había cruzado tan rápido. Hasta que alguien bloqueó el paso.
—Hola, pareja del año —dijo Julius, con una copa de champán en la mano y una sonrisa presunciosa.
—¿No deberías estar dando entrevistas? —replicó Ren, cortante.
Julius no lo miró. Sus ojos estaban clavados en Damian.
—Debes estar orgulloso. Tu omega es un fenómeno. Todos aquí quieren algo de él.
Damian lo fulminó con la mirada.
—Pero dime, piloto —siguió Julius, acercándose un paso más—, ¿qué pasará cuando regreses al ejército? No podrás cuidarlo. No podrás evitar que… otros se acerquen. ¿Has pensado en eso? El mundo del espectáculo es otro campo de batalla. Y tú, fuera de servicio, solo eres un espectador.
Damian no respondió. Por fuera.
Pero por dentro, algo rugió.
...
La gala siguió. Aplausos, discursos, entrevistas. Ren era el centro del evento. Y Damian… su sombra silenciosa. Siempre cerca. Siempre observando.
Hasta que lo vio.
Un fan demasiado insistente. Un toque al hombro que duró demasiado. Una sonrisa lasciva. Y Ren, incómodo, pero intentando no armar una escena.
Damian se acercó. No caminó. Embistió.
—¿Hay algún problema? —preguntó al joven, su tono gélido.
—Solo quería una foto —respondió el fan, retrocediendo.
—Entonces hazla y aléjate —espetó Damian, colocando una mano firme en la cintura de Ren.
La foto fue tomada. El fan huyó. Y Damian giró al omega.
—No voy a disculparme. Si alguien más te toca así otra vez, le rompo la muñeca.
Ren lo miró. Sus ojos grises chispeaban.
—¿Estás celoso?
—No. —La voz de Damian era grave—. No lo sé, nunca había sentido algo igual.
Ren se rió bajito, nervioso y encantado. Y lo besó. Ahí, frente a las cámaras. Con los ojos de todos sobre ellos.
—Soy tuyo —susurró—. Pero tú vas a tener que pelear más fuerte que esto si quieres que te invite a mi departamento hoy.
Damian lo apretó contra su cuerpo.
—Dame una noche —le dijo con una voz que era promesa y advertencia—. Una sola noche… y vas a recordar por qué nadie más puede tocarte.
Esa noche no terminó en la fiesta.
Terminó en el departamento de Ren.
Donde Damian le mostró, con cada caricia, cada gruñido, cada embestida y cada beso lento, que ningún escenario podía igualar el acto que solo ellos sabían interpretar.
Un acto donde no había guión.
Solo verdad.