El consultorio olía a desinfectante, pero a Ren le parecía a jaula.
El aire era denso, difícil de respirar. Sentía como si alguien presionara su pecho con una bota. El doctor hablaba con tacto, pero eso no suavizaba el filo de sus palabras.
—Tu organismo está comenzando a fallar —dijo el médico mientras mostraba las gráficas hormonales—. Los niveles están por los suelos. Tus defensas bajan, tu sistema nervioso está afectado y, lo más grave… tu parte omega está comenzando a rechazar la ausencia de tu alfa destinado.
Ren apretó los puños. Ya lo sabía. Lo sentía. Cada noche le costaba más respirar. Dormía dos horas, con suerte. Su piel ardía. Tenía escalofríos sin fiebre. Y a veces… solo a veces… pensaba en gritar. Solo por gritar.
—No puedo estar con él —susurró—. No ahora. Él está en una misión importante.
—Y tú también —dijo el doctor con mirada compasiva—. Pero si sigues ignorando lo que tu cuerpo necesita, puede ser irreversible.
Ren parpadeó.
—¿Y si…? ¿Si recibo feromonas de otro alfa?
—Es riesgoso. Las primeras horas pueden ser dolorosas. Si tu vínculo con tu alfa es demasiado fuerte, puede que las feromonas sean rechazadas. Pero es menos invasivo que una marca temporal, y podría estabilizarte por unos días.
Eso fue lo que decidió.
El proceso fue peor de lo que esperaba.
Lo llevaron a una sala especial, con filtros de aire, y un terapeuta especializado le explicó el procedimiento. Un alfa donante, seleccionado por compatibilidad genética, estaba en otra habitación, liberando feromonas en un contenedor con catalizadores. No había contacto físico. Pero al abrir el frasco sellado, y permitir que el aire se impregnara, Ren sintió cómo una fuerza extraña entraba a su cuerpo.
Al principio fue como si le rasgaran por dentro.
Su piel se tensó. Su omega rugió de forma confusa, en rechazo. Como si gritara “¡no es él!”. Las lágrimas le brotaron sin querer. Jadeaba. Se encogió.
El doctor estuvo a punto de detener todo, pero Ren alzó la mano temblorosa.
—Déjelo... puedo con esto.
Después de diez minutos eternos, su cuerpo comenzó a relajarse. Su pulso bajó. Las náuseas se desvanecieron. Y, por primera vez en días, sintió algo parecido a calma.
Solo era una ilusión.
Pero era mejor que nada.
...
Horas después, la entrevista comenzó.
Cientos de espectadores en vivo. El set estaba decorado con luces doradas, reflectores y carteles de la película. Ren estaba sentado al centro, flanqueado por el director y Julius, quien no dejaba de sonreír para las cámaras.
Ren fingía bien.
Respondía con entusiasmo, contaba anécdotas del rodaje, bromeaba con los entrevistadores.
Pero por dentro… había una presión suave en su cabeza. Algo no encajaba. Como si su cuerpo supiera que algo estaba mal.
—Cuéntanos, Ren —dijo la reportera rubia—, ahora que la película ha sido un éxito mundial… ¿cómo te ves en cinco años? ¿Tal vez casado? ¿O seguirás brillando en las pantallas?
Él sonrió, ladeando la cabeza.
—Creo que aún tengo mucho que mostrar al mundo —respondió—. Casarme no está en mis planes inmediatos. Aunque…
La frase se quedó inconclusa.
De pronto, un latido punzante le atravesó el estómago. Luego otro.
Los colores se volvieron más brillantes. Su piel se puso caliente, luego fría. El mundo se tambaleó. El sudor le recorrió la espalda como hielo.
—Ren… —susurró Julius a su lado—, ¿estás bien?
Pero Ren ya no podía responder. El siguiente espasmo lo dobló sobre sí mismo. Jadeó. El micrófono cayó al suelo con un golpe sordo.
Y luego, el silencio se rompió con un grito.
El set estalló en caos.
Ren se desvaneció frente a millones de ojos.
....
El hangar estaba en calma. Los motores apagados, los cascos colgados, el aroma a combustible aún flotando en el aire. Damian se secaba el sudor del cuello tras una jornada de entrenamiento cuando un joven cadete entró corriendo.
—¡Capitán Sorel! ¡Señor! Tiene que ver esto…
Lo guió hasta la sala común. Todos los ojos estaban fijos en la televisión. Damian no entendía al principio… hasta que lo vio.
Ren.
Su Ren.
En una entrevista.
Sonriendo.
Hermoso.
Y luego… derrumbándose.
Damian se quedó de pie. Paralizado. La voz del reportero se volvió eco lejano.
“…el actor fue trasladado de urgencia… estado delicado… sus fans esperan noticias…”
Algo dentro de Damian estalló.
No era miedo.
Era furia.
Una ira antigua, salvaje, más fuerte que cualquier otra emoción.
Su cuerpo entero se tensó.
Su mandíbula crujió al apretarse.
Los dedos temblaban, y no de shock: de necesidad.
Su lobo despertó. Su alfa tomó el control.
Era como si lo hubieran amarrado durante meses y, de pronto, las cadenas se hubieran roto.
El deseo de correr, de cazar, de poseer, de proteger, lo embistió con brutalidad.
Su pecho ardía. El lazo lo llamaba. Su omega estaba herido.
Damian lanzó su casco contra el suelo con un rugido ahogado.
—¡Debo irme! ¡Ahora!
Los demás lo miraban.
Sabían.
Ya no era solo el piloto.
Era el alfa.
Y su omega estaba sufriendo.