Zona Mixta

Capítulo 9

Alana

No fueron los gritos del estadio. No fue el silbato del árbitro. Fue el sonido seco, seco como un disparo, el que heló la sangre en mis venas.

Y luego él.

Fran. En el suelo. Inmóvil.

Desde mi lugar tras las cámaras de los periodistas, el mundo dejó de tener enfoque. Todo ocurrió en segundos, pero para mí fue eterno. Vi como giraba mal el tobillo, como la pierna se doblaba donde no debía, cómo su cuerpo derrumbaba con violencia sobre el césped como un muñeco desarticulado.

Una entrada demasiado fuerte, de esas que hacen crujir el silencio antes de que llegue el grito. El sonido sordo del cuerpo golpeando el césped, su rostro.

No gritó.

No.

Pero su rostro decía más que mil gritos. Pálido. Sudoroso. Los ojos cerrados con fuerza. Los dientes apretados en una mueca de resistencia desesperada.

Me levanté enseguida. Ni siquiera fui consciente de ello. Solo supe que mis piernas se movían solas. Me apoyé contra una barandilla, buscando la mejor vista, luchando con la ansiedad que se me había metido dentro.

La forma en la que se sujetaba la pierna, el temblor que recorría su rostro cuando intentó ponerse de pie. La forma en que lo ayudaron a salir apoyado en dos compañeros, mordiéndose el labio como si fuera capaz de callarse el dolor con tal de no dar señales de debilidad.

Fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron.

Solo un instante.

Pero bastó para hacerme olvidar todo lo que había pasado entre nosotros.

El rechazo. La rabia. La entrevista filtrada. Las palabras no dichas.

Todo desapareció ante ese gesto de dolor tan real.

Fran estaba roto.

Y a mí se me rompió algo por dentro también.

Esperé. Durante más de media hora. Fingiendo editar, revisando imágenes sin verlas realmente. No podía aguantar más. Me levanté.

El pasillo que conducía al área medica estaba cerrado para la prensa. Pero conocía un atajo. El mismo que usé cuando fui a pedirle disculpas después de nuestro primer encuentro. Que irónica era la memoria.

Me acerqué con paso rápido y seguro. Fingí estar buscando a otro jugador. Uno de los técnicos me miró, pero no dijo nada.

Cuando llegué a la puerta entreabierta, el sonido de su voz me detuvo.

—... no hace falta que me repitas que fue una entrada fuerte, lo noté cuando escuché el crujido.

Su tono era seco, molesto. Pero detrás había dolor.

—El ligamento está comprometido. —decía una voz masculina, seria—. Necesitamos una resonancia. Puede ser parcial.. o peor.

—¿Cuánto tiempo?

Su voz. Ronca. Fría. Asustada.

—No lo sabremos hasta mañana. Pero no es una lesión leve, Fran.

Silencio.

Me asomé un poco. Él estaba sentado en la camilla, con la pierna vendada desde el muslo hasta el tobillo. Tenía la cabeza baja, las manos apoyadas a ambos lados de su cuerpo, el cuerpo doblado como si la única forma de aguantar el golpe fuera hacerse más pequeño.

El médico salió de la sala por una puerta que había dentro de esta. Dejándolo solo.

Me apoyé contra el marco de la puerta. Respiré hondo. Toqué con los nudillos, suave.

Él giró la cabeza.

Y me vio.

El silencio duró más que cualquier pregunta incómoda.

Sus ojos me miraron con incredulidad.

—¿Qué haces aquí?

Su voz era baja. Cansada. Pero no fría. No esta vez.

—Estaba.. preocupada.

El bajó la mirada. Se frotó el cuello con una mano.

—No es nada. Lo típico. Rodilla sobrecargada, un esguince quizás. Pero nada más.

Me acerqué a él.

—He oído lo que el médico te ha dicho.

El miró su pierna con un gesto de dolor y se recostó un poco en la camilla.

No quería invadir su espacio, ni parecer que quería hablar de nada más. Sólo quería verlo, saber que estaba bien. Estar con él. Aunque siguiera dolida por lo que pasó.

—Necesitaba saber si estabas bien. —Le miré. Quería acercarme a él. Pero no sabía cómo hacerlo. Ni si él quería que lo hiciera.

—¿Y si no lo estoy?

Su respuesta me desarmó.

—Entonces me quedaré aquí. —dije apenas en un susurro. —Aunque no quieras que lo haga.

Nos miramos.

Largos segundos. Tensos. Dolorosos.

Fran desvió la mirada y se pasó las manos por el rostro. Cuando volvió a hablar, su voz salió quebrada.

—No sé si podré volver igual. Ni siquiera sé si podré volver.

—No digas eso.

—¿Y si es verdad? ¿Y si esta lesión lo cambia todo?—volvió a mirar su pierna.— Estoy jodido, Alana. Y ni siquiera puedo gritarlo. Porque todos esperan que me levante como si nada. Que me calle, que sonría, que aguante.

Me acerqué un paso.

Él no me detuvo.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo. —dije con voz baja, temblorosa.

Él apretó los labios. El brillo en sus ojos.. era rabia. Impotencia. Era miedo.

Me acerqué un pasó más y puse mi mano sobre su brazo. Estaba lo suficientemente cerca como para oler el sudor seco en su piel y el alcohol médico. Tan cerca como para notar la calidez de su cuerpo.

—Quiero ayudarte. Aunque no quieras que lo haga. No quiero que estés solo.

Él me miró. Sus ojos estaban llenos de algo que no supe definir.

—¿Y si no me merezco que estés aquí?

—Entonces.. no digas nada y déjame quedarme igual. —el miró mi mano en su brazo y esbozó una leve sonrisa. — Todo saldrá bien, ya lo verás.

Sabía que el fútbol era todo para él. Pero a mí no me importaba que no volviera a jugar.

No dijo nada más. Sólo me dejó estar.

Sentada en el filo de la camilla. Mientras le acariciaba el brazo para tranquilizarlo. Mientras él me miraba.

Y durante ese rato, entre vendajes, latidos desbocados y heridas que dolían más que la física, entendí que puede que el amor sea eso: Quedarse.

Incluso cuando todo está roto.

—Tío, estás fatal. —dijo Brahim entrando a la sala, sonrió cuando me vio sentada con él. — Pero muy bien acompañado.

Me levanté de la camilla, mientras Fran me miraba.



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En el texto hay: fanfic, slowburn, sportsromance

Editado: 02.06.2025

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