Zuly

Bus.

Estaba a punto de llover. Él caminaba sin mirar antes de cruzar la calle por estar inmerso en sus pensamientos cotidianos, que se habían vuelto repetitivos al pasar del tiempo. Algo fugaz hizo click en él. En ese momento simplemente quiso volver a casa, no a aquel sucio apartamento que limpiaba cada tanto, sino a donde creció gran parte de su vida.

Al recordar aquella casa no podía diferenciarla de las demás, aunque su color verde era particular. Tenía grandes ventanas y un hermoso jardín. No había nada que destacar, aparte de su color, pero algo se le hacía raro al pensar en ella. Deseaba con todas sus ansias volver, aunque hacía unos años solo quería huir de ese lugar.

No lo maltrataban, ni lo odiaban. Eran un poco estrictos, pero en su momento no le molestaba. Al ser hijo único tuvo gran atención. Aún no entendía por qué simplemente quiso marcharse. Solamente era un malagradecido, pero este mismo egoísmo lo hacía desear volver con prisa.

Comenzó a caminar a la parada de autobuses. Estaba a unas cuantas cuadras de donde vivía, así que solo cambió su caminar. Las calles estaban repletas de personas que se movían apuradas, sin ver lo hermoso de la noche. Las estrellas se dejaban ver sin miedo, ignorando las luces de la ciudad. Era algo majestuoso, una situación que solo pasaba cada tanto, pero él no podía disfrutar aquel hermoso escenario por sus pensamientos que surgían con cada paso que daba. Aquel hombre buscaba una justificación, meta o excusa del motivo de su accionar. Seguro sus padres le preguntarían por qué no los había llamado en meses ni respondía sus mensajes. Su madre estaría algo molesta, pero lo abrazaría en un instante. Al contrario de su padre, que seguro estaría enojado y no lo voltearía a ver en toda la noche, mientras repetía en voz alta en forma de reclamo los valores de los hombres.

—Qué mal hijo soy —pensó autocompadeciéndose, aún sabiendo que sus acciones no tenían excusas, lo cual le molestaba.

Empezó a llover. Todos habían desaparecido, y él empezó a huir buscando un refugio, de aquella lluvia que lo dejaría al descubierto. Encontró resguardo bajo un techo viejo de lámina. Empezó a esperar de pie que la lluvia se detuviera. Cada gota que caía era una excusa para poder perder los próximos buses. Tal vez Dios le daba una oportunidad para retroceder o simplemente era él buscando que lo complacieran.

Sacó un cigarro. Lo encendió. Mientras daba la primera probada, pensaba en qué decirle a sus padres. Pero rápidamente esta preocupación pasó a segundo plano y comenzó a martirizarse al enumerar todos sus problemas, a raíz de las malas decisiones que había tomado. Cada bocanada intentaba aliviar aquellas ansias, dañando sus pulmones en el proceso. Ignorando todo a su alrededor, empezando a odiar cada parte de él, su lengua empezó a arder al tragar el humo, tosiendo sin parar. Sus encías empezaron a sangrar tras dañar sus dientes, pero las ansias disminuyeron esporádicamente. Aquella sensación de paz se fue al pensar en las deudas que tenía y las futuras que adquiriría para pagar las anteriores.

No podía evitarlo. Se sentía miserable. Pero pensaba que no merecía ser miserable. Tras comparar su vida con otras personas, vivía en la gloria.

—Ni para ser miserable sirvo —pensó queriendo volver a aquel apartamento.

En medio de la oscuridad visualizó un señor mayor, delgado, con una gran sonrisa. Cargaba un gran costal, el cual lucía pesado. La mugre salía de su piel por las gotas que parecían buscarlo. Aquel viejo saltaba sin preocuparse de la lluvia mientras cantaba una canción. No quiso prestarle atención, pero aquella canción le recordó algo. Miró a aquel señor fijamente, esperando tenerlo lo suficientemente cerca. Al cabo de unos segundos lo reconoció a pesar de la oscuridad. Era aquel vagabundo del que los niños huían por miedo. En algún punto él había sido uno de esos niños. Haciendo memoria, siempre lo había visto caminar con una gran sonrisa, la cual lo hizo envidiarlo por alguna razón.

—¿Por qué está feliz? —preguntó con curiosidad.

Un pensamiento retorcido pasó por su mente, pero al instante recapacitó. "Solo un disparo y tal vez podría robar su felicidad", se imaginó.

—Está hermosa la noche —dijo aquel señor, mostrándole una gran mueca.

—Sí —dijo mirando al cielo.

—Tienes una cara muy tétrica —dijo el señor—. ¿Quieres matarme? —añadió con una mueca.

Sin saber qué decir, lo miró en silencio.

—¿Tan transparente soy? —preguntó el hombre ofreciéndole uno de sus cigarrillos.

Él tomó toda la cajetilla.

—Te estoy haciendo un favor, eres muy joven para fumar —dijo, guardando los cigarrillos—. Me das lástima, tan joven y acabado. Tienes que ser como yo, alguien alegre —mostrándole el pulgar con una gran sonrisa agregó tras guiñarle el ojo. Sacando un billete mojado del bolsillo, tomó su mano—. Lo necesitas más —añadió tras poner el billete en su mano.

—No lo necesito —reclamó el hombre, intentando devolverle el billete.

—La vida es fácil. Solo debes soltar aquello que cargas, pero hay veces que simplemente no deseas soltar, y empiezas a caminar por las calles descalzo, sin ganas de comer, vivir o morir. En algún punto te das cuenta de que los niños huyen de ti, todos te miran mal. Lo peor de todo es que no te interesa. Simplemente caminas, huyendo de algo mientras sigues cargando con aquel costal pesado. No dejes pasar el bus —dijo marchándose con aquella gran sonrisa que no quitó, por más que sus ojos querían llorar.

Mirando aquel bus pasar, empezó a correr detrás de él. Aun sabiendo que se detendría a unas cuantas cuadras, la sensación de las gotas chocando contra él y la tranquilidad de simplemente disfrutar el momento era increíble.

—¿Por qué no volví a hacer esto? —se preguntó.

Llegó a la parada. El bus se detuvo y abrió sus puertas. Lo recibió una mujer delgada, unos años mayor que él. Tenía un elegante vestido y tacones, y con una sonrisa forzada lo detalló.



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En el texto hay: misterio, resentimiento, sueño

Editado: 28.07.2025

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