Bajo el resplandor implacable del sol del mediodía, un 10 de enero, la ciudad yacía envuelta en un silencio sepulcral. Los rayos de luz que se filtraban a través del firmamento azul profundo acariciaban las calles desiertas, pintando destellos dorados en las baldosas gastadas. La joven Máxima García Kessler, su figura erguida y decidida, avanzaba con paso firme hacia el edificio que se alzaba como un esqueleto de concreto en construcción, un monumento a la decadencia que había sido designado como el destino de su entrevista de trabajo.
Maxima llevaba consigo una carpeta de currículum, un testimonio tangible de su búsqueda constante de oportunidades en un mundo donde la incertidumbre se había vuelto moneda corriente. El aroma del café recién preparado en el Botánico, una icónica plaza en el corazón del barrio de Palermo, frente al Ecoparque, envolvía sus sentidos mientras repasaba el mensaje que había aparecido en su celular: "Se busca secretaria para oficina".
La oferta de empleo había surgido como un faro en la noche oscura de su economía, ofreciendo un sueldo que prometía cambiar su destino. Sabía que, incluso con trabajo en Argentina, las dificultades económicas no hacían más que aumentar, y este empleo podría ser la llave que abriría las puertas hacia una vida 'algo' mejor.
Tras enviar su solicitud, la llamada que confirmaba su entrevista llegó de forma rápida y precisa. La dirección proporcionada marcaba su destino.
El edificio se erguía majestuoso ante Máxima, como un vestigio de tiempos olvidados, pero su apariencia parecía tener un pie en el pasado y otro en el presente, como si el tiempo mismo hubiera tejido una maraña de contradicciones en su arquitectura. Aunque la estructura exhibía la grandiosidad de una época pasada, su aspecto fresco y recién concluido suscitaba perplejidad en su mente.
Las paredes, que debieron haber conocido la pompa y el esplendor de sus días dorados, ahora ostentaban una fachada desgastada y melancólica. Era como si el edificio, a pesar de su juventud aparente, llevase consigo el peso de una historia antigua y olvidada.
Máxima, con la prudencia de quien intuye la presencia de secretos ocultos, empujó con cautela la pesada puerta principal. Su crujido, un lamento fantasmal que parecía resonar desde las profundidades del pasado, marcó su entrada en el vestíbulo. Allí, el polvo danzaba en el aire, como partículas de memoria flotando en una danza etérea.
Cada uno de los pasos resonaban en el vacío del vestíbulo, como si los susurros de las sombras del pasado se unieran en un coro inaudible. La inquietante sensación que la envolvió era como el toque frío de lo desconocido acariciando su piel.
Pero en medio de esta atmósfera enrarecida, Máxima se encontró con el portero de seguridad, una figura que, en ese momento, encarnaba una suerte de presencia protectora en el mundo irreal que la rodeaba. Con un saludo que rompió el silencio, Máxima siguió adelante, ascendiendo por el ascensor que la llevaría a un destino.
Al llegar al piso indicado en la carta de entrevista, Máxima percibió que la oficina irradiaba la impresión de haber sido reformada recientemente. Cada paso que daba resonaba en el pasillo de manera distintiva, como si fuese la primera intrusa en una tierra recién descubierta. El aroma a pintura fresca y a materiales recién instalados flotaba en el aire, inundando sus sentidos.
Caminó con elegancia por el pasillo, guiada por el número 222 tallado en la puerta de madera maciza. La expectación latía en su pecho mientras su mirada se perdía en el teléfono celular que sostenía entre sus manos, ansiosa por las respuestas que aguardaban tras la entrevista. Se detuvo junto a una ventana, cuyos cristales relucientes permitían que la luz del sol se filtrara y creara un juego de sombras en el suelo pulido.
El tiempo pareció detenerse en ese momento, aunque no más de dos minutos transcurrieron antes de que la puerta numerada cediera a su llegada. Máxima cruzó el umbral con una mezcla de determinación y curiosidad, encontrándose en una estancia donde, para su sorpresa, no se divisaba a nadie.
Con un gesto perplejo, Máxima se aproximó a una mesa central que parecía aguardarla en silencio. Su voz resonó en la habitación con un tono impregnado de inquietud, "¡Hola! Disculpen, vine por la entrevista". Sin embargo, ningún eco respondió a su llamado inicial, y la ausencia de presencia humana comenzó a inquietarla aún más.
No había nadie para recibir su anuncio, y la extrañeza de la situación se apoderó de ella. Con un paso más decidido, avanzó aún más en la estancia en busca de alguna señal de vida. Y entonces, en un giro de los acontecimientos que desafió toda lógica, la puerta que había quedado abierta de manera ominosa detrás de ella, se cerró con un estrépito súbito, encerrándola.
Quedó atrapada en la penumbra asfixiante, la puerta insobornable en su negativa a ceder. La urgencia de comunicarse con el mundo exterior crecía en su interior, pero la prudencia le impedía lanzar un grito de socorro en ese silencio ominoso. La incertidumbre del momento la inundaba, y sus pensamientos se entrelazaban con un oscuro miedo que amenazaba con consumirla por completo.
"La puta madre!", susurró entre dientes, su voz apenas un eco sofocado en las paredes frías. La sombra de la sospecha se cernía sobre ella, tejiendo un tapiz de paranoia en su mente. La sensación de estar siendo observada por ojos ocultos la mantenía alerta. "Espero que ningún loquito se atreva a cruzarse en mi camino", pensó mientras sus dedos, temblorosos pero decididos, se aferraban al Teaser que llevaba consigo.
Con destreza ansiosa, Máxima iluminó su camino con la luz titilante de su celular, como si estuviera explorando las catacumbas de un mundo desconocido. Luego, con un gesto rápido, arrojó su bolso a un lado y, en busca de una revelación en las sombras, se lanzó a buscar los interruptores de la pared. La sala se inundó de luz, revelando su verdadera naturaleza y desvelando los secretos que la oscuridad había ocultado.