Máxima examinó cada detalle, esperando hallar una señal de vida en medio de la inquietante soledad.
Pero cuando su búsqueda resultó infructuosa, una oleada de temor la asaltó. ¿Por qué no había nadie presente si la habían citado a esa hora? La pregunta flotaba en su mente como una sombra ominosa. La preocupación se apoderó de ella y, en un acto impulsivo, golpeó la puerta con fuerza, como si el portero pudiera escucharla desde el piso 19 en el que se encontraba. El sonido de su llamado resonó en el pasillo, pero la realidad le recordó su aislamiento.
Rápidamente marcó el número de emergencia en su celular, el 911. Sin embargo, en lugar de la voz tranquilizadora de un operador, solo recibió un extraño y perturbador sonido al otro lado de la línea. La frustración y la incredulidad se entrelazaron en su mente mientras se encontraba atrapada en una situación que desafiaba toda lógica.
La risa amarga asomó a sus labios, acompañada de un suspiro resignado. "Increíble", murmuró para sí misma, "es Argentina después de todo". La ironía de la situación se abrió paso en su conciencia mientras lidiaba con la incertidumbre que la rodeaba.
Máxima, ante la puerta que parecía desafiar su salida, se convirtió en una suerte de detective resuelto a descubrir el secreto de la cerradura que le impedía escapar de aquel laberinto. Sus ojos se posaron en la cerradura, escudriñando cada detalle en busca de una solución. ¿Por qué diablos no se abría? Era una de esas puertas con una cerradura peculiar, una cerradura de tarjeta que desafiaba su comprensión. Desde el exterior, parecía una puerta ordinaria, pero su verdadera naturaleza estaba oculta a la vista.
En un acto de desesperación, recurrió a Internet en busca de una solución. Escudriñó la web en busca de información sobre cómo abrir esas cerraduras intrigantes. La idea que vio en un video la llevó a intentar deslizar su vieja tarjeta SUBE, la tarjeta de transporte público, por la rendija de la puerta. Pero la cerradura no cedió a su intento, como si supiera que no era el truco correcto.
Frustrada pero decidida, exploró los cajones de la oficina en busca de una posible llave. Sin embargo, en lugar de una llave, encontró una caja de herramientas apoyada junto a unas escaleras, como si alguien hubiera interrumpido su labor de instalación de luces. La caja de herramientas, acompañada por una guía sobre cómo abrir cerraduras, ''que conveniente'', se convirtió en su nuevo aliado en esta búsqueda desesperada.
Dentro de la caja, buscó en vano por ganzúas, pero su determinación la llevó a intentar con un alambre y un clip. El tiempo pasaba inexorablemente, y el sol comenzaba a ceder ante la noche, marcando las 19:00 horas en su reloj. La inquietud crecía, pero al menos estaba segura de que estaba sola, o al menos eso quería creer.
No consideró en absoluto la idea de contactar a su hermano, Brian, dado que se encontraba de guardia en el hospital y, con certeza, no estaría disponible para ella. Una hora más se desvaneció en el abismo del tiempo antes de aventurarse por el lúgubre pasillo en busca de la máquina expendedora, donde tentadoras galletas y burbujeantes refrescos parecían conspirar en su contra. Sin embargo, carecía de una sola moneda en el bolsillo. Una risa amarga brotó de sus labios, una risa teñida de cinismo. "¡Que..!", murmuró en un suspiro de derrota.
Decidió dar un giro radical y encaminarse al baño, donde bebió agua directamente del grifo, como si estuviera tomando un acto de rebeldía. "Ya fue", se susurró a sí misma con un suspiro resignado. Siempre había sido la persona que seguía el camino "correcto", o al menos eso creía. Si esta situación se tratara de una película sobre alguien confinado, sin duda, habría estallado en una ráfaga de furia y destrozado la máquina con un gesto heroico, pero ella no tenía esa audacia.
Se limpió el rostro y, tratando de mantener una perspectiva positiva, se dijo: "Bueno, al menos tengo salud, eso es algo". A veces, incluso bromeaba consigo misma sobre tomar una salida más drástica 'pegarse un corchazo', un reflejo de su tendencia a hablar en soliloquio de humor negro. Sin embargo, el silencio circundante comenzó a oprimirla, y sus nervios la hicieron estremecer. Para combatir el abrumador vacío sonoro, decidió reproducir una canción en su teléfono móvil, con la esperanza de alejar cualquier espíritu maligno que pudiera estar al acecho. "Si no los escucho...", murmuró. Pero inmediatamente, su mente fue invadida por inquietantes imágenes que evocaban las obras de Junji Ito, sacudiendo su cabeza en un intento de deshacerse de ellas.
Finalmente, reprodujo la canción a "The Show Must Go On" de Queen, como si fuera un mantra cósmico que la ayudara a enfrentar lo que viniera. "Si hay algún espiritu aquí", concluyó con una nota de desafío en su voz, "que se curta".
Sentada frente a uno de esos escritorios en aparente suspensión, Máxima tocó las teclas del ordenador con la esperanza de que cobrara vida. El reloj en la esquina superior derecha de la pantalla avanzaba inexorablemente hacia las 20:10. La pantalla mostraba un nombre de usuario: "Maria Jose Rodriguez". Máxima hizo varios intentos infructuosos para adivinar la contraseña, probando combinaciones como 1234, 4444, 1111, 2222, pero finalmente se rindió.
La mención de "Maria Jose Rodriguez" le hizo reflexionar sobre la rareza del nombre. "Nunca he conocido a una chica con ese nombre", pensó para sí misma. "Sé que existen, pero realmente nunca he conocido a alguien con ese nombre, o tal vez es que no conozco a suficientes personas". Las trivialidades en las que se sumía para distraerse de la creciente crisis la sorprendían.
Finalmente, una idea surgió en su mente. "Esperaré hasta mañana. Cuando venga el portero, le arrojaré algunos papeles por la ventana y le gritaré. Tal vez me vea. Y si no..." Máxima apretó los puños, sintiendo un atisbo de ira que sabía injustificado. "El portero no tiene la culpa, ¿o sí?"