Me acomodo en el sillón en la biblioteca de la mansión y dejo el libro que acabo de terminar, después de dos semanas leyéndolo. Dejo caer mi cabeza por la orilla del sillón, dejando mi vista clavada en el balcón. Todo se ve al revés en la posición en la que me encuentro. Una pequeña ave se para a tomar un descanso en el barandal del balcón, giro un poco mi cabeza para verla bien. Sus ojos son de un color violeta intenso y brillante, mi cuerpo comienza a temblar lentamente.
—¿¡Mamá!?
—¡Shayla! — me llama alguien a lo lejos — ¿¡Donde estas!? ¡Shayla!
Doy un pequeño brinco en mi puesto dejándome caer en el suelo, el ave vuela asustada por el ruido, alejándose cada vez más de mí. Hace ya unos cuantos años que no había aparecido un recuerdo de esa tormentosa tarde en mi mente, ese día en el que perdí a toda persona que quería. Los lobos somos muy buenos recordando algunas cosas que han sucedido a lo largo de nuestras vidas, cosas que simples humanos no podrían. Conozco a unos cuantos lobos que recuerdan cuando tenían año y medio de vida. Hace un tiempo, todas las noches recordaba lo sucedido en mis sueños, eran pesadillas que me seguían en cada paso que daba, pero a pesar de eso jamás fui una joven que le costara adaptarse a su entorno. Nadie que me viera podría saber lo que estaba ocurriendo en mi mente. Siempre llevaba una sonrisa en mis labios, así no tenía que explicar el porqué de mi tristeza. Cuando cumplí los seis años de vida, esos recuerdos se fueron borrando lentamente de mi mente, pues nuevos y más felices momentos tomaron su lugar. La única persona que se encontraba al tanto de mi situación, era Aine. Ella siempre fue la persona que aparecía a consolarme cuando despertaba llorando. Fue una época muy dura, para ambas.
Me paso mi mano por mi rostro y me siento en el suelo, intento calmar mi pulso, pues no quiero que alguien se dé cuenta de lo que me está ocurriendo. No quiero volver a llorar por lo que paso hace años atrás, cuando fue el momento derrame barias lágrimas, no deseo hacerlo una vez más.
—¿Shayla? — la dulce mujer se me queda viendo desde la puerta de la biblioteca, ella se me queda viendo y al notar lo afligida que me encuentro, se acerca rápidamente a mí — todo está bien mi niña — susurra abrazándome y acariciándome cariñosamente el cabello — tranquila.
Un nudo se forma en mi garganta y mi vista se nubla, al sentir sus brazos rodeándome me hace sentir más indefensa que antes. A pesar de todo, no se me escapa ningún sollozo ni mucho menos se me resbala alguna lágrima alguna. Yo soy una mujer fuerte.
—Hace ya varios años que tu corazón no se aceleraba con esta brusquedad… — se aleja un poco de mí y se me queda viendo unos cuantos segundos.
—Yo… — me quedo callada cuando mi muro de fortaleza se derriba al salir quebrada mi voz.
Ella me da una sonrisa comprensible, con un poco de cariño. Es una pena que esta mujer tan buena jamás haya tenido hijo alguno.
—Tranquila. Todo está bien, tu estas a salvo. Con nosotros nada te va a pasar.
Luego de eso, pasaron dos horas exactas hasta que al fin la comida estuvo lista y me vi obligada a salir de mi habitación para ver a los demás. Este tiempo he estado comiendo en la cocina, pero como hoy se encuentra Adrien de visita, no se lo va a tomar muy bien. No quiero escándalos por algo tan insignificante.
—Me encanta como cocinan estas mujeres — el hombre sonríe y se lleva otro trozo de carne a los labios.
Hago lo mismo, pero no con la emoción con la que lo hace él. La verdad es que la comida no me causa ninguna satisfacción. Después de lo sucedido ahí arriba, los recuerdos han venido todos a mi mente como una ola, dejando todo inundado allí arriba.
—Aine y Riley son las mejores cocineras de todos los tiempos — le sigue Gabriel — siempre han sabido como abrir el apetito de cualquiera. Hasta de un grupo de vampiros que no necesita comer.
La rubia no ha dicho nada en todo lo que llevamos de la comida. Me gusta así de silenciosa, es relajante. Aunque aún me desagrada ese asqueroso aroma que solo ella libera. Si no fuera por eso, cualquiera pensaría que no se encuentra con nosotros en la mesa.
—Tienes razón — Adrien sigue comiendo con ánimo.
Respiro profundamente y me quedo callada comiendo. Los hombres siguen hablando, Dante se une en algunas partes de su dialogo, pero como es de esperarse, se mantiene la mayor parte del tiempo en silencio. Me encuentro feliz de que Adrien esté aquí, pero no lo puedo demostrar, no después de lo ocurrido horas atrás.
La comida llega a su fin, todos nos ponemos de pies y caminamos hasta el living para que ellos sigan hablando mientras beben un poco más de licor, pero Adrien me toma del brazo impidiéndome que siga caminando con los demás.
—Shayla — sonríe — ¿me acompañas a buscar algo arriba?
Dudo unos segundos, pero su sonrisa amistosa termina logrando que acepte ir con él. Los dos subimos las escaleras, el hombre dos pasos más adelante que yo, cuando ya estamos arriba, este se encamina hasta la biblioteca. Adrien prende unas hojas de una planta mágica y se sienta en el mismo sillón en el que me encontraba yo antes, me hace un movimiento de manos para que tome asiento a su lado.