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Semana 1. Viernes.
A la mañana siguiente…
David estaba en su habitación metiendo las últimas cosas en su maleta. Lo había hecho de tal manera que le entró toda la ropa que quería llevar, ya que su padre le comentó que la escuela le daba unas cuantas prendas, así que con una maleta le serviría. Eso y su mochila, que estaba lleno de cosas útiles para sobrevivir allí, como una consola portátil, unos libros para leer, pasatiempos, un par de auriculares, cargadores varios, unos chicles y piruletas, y por último, su pequeño portátil.
Entonces, David estaba metiendo su neceser en el único hueco que le quedaba en la maleta, cuando su padre le gritó desde el otro lado de la casa.
– ¡David! ¡Ya está tu transporte aquí!
– ¡Ya voy! – Respondió algo exhausto.
A continuación, cerró la maleta, comprobó una última vez que lo llevaba todo, y miró la hora que era, las 9:45. Había aprovechado el máximo tiempo posible para descansar, así que cogió sus cosas y avanzó hacía el salón.
– Toma – su padre le ofreció un cuaderno negro –. Es el diario mensajero, acaban de aparecer sobre la mesa.
– ¿Diario mensajero? – Se sorprendió David.
– Sirve para mantenernos en contacto – le explicó su padre –. Si yo escribo algo en el mío, aparecerá en el tuyo. Es como una especie de Whatsapp pero en papel.
David abrió su cuaderno y vio que efectivamente, había dibujado en la primera hoja una cara sonriente.
– Vamos, no te entretengas más, que ya vas muy justo de hora – le comentó su padre.
David cerró el cuaderno, se lo guardó cómo pudo y abrazó a su padre una última vez.
– Nos vemos en navidades, ¿vale? – Le dijo con una sonrisa –. Cualquier cosa que quieras, lo hablamos por el diario, vamos – su padre le abrió la puerta del piso para que se marchará de una vez por todas.
– Adiós, papa – dijo una última vez antes de salir al pasillo con la maleta.
Tenían la suerte de que estaban en un bajo con altura de primero, así que no tenían ni que bajar escaleras, así que enfiló el pasillo hasta llegar al portal. Lo abrió y salió al exterior, descubriendo que delante de él había un coche negro con las ventanas de atrás tintadas.
– ¿Un Cabify? – Susurró David a sus entrañas.
– ¿David? Súbase, por favor, que llegamos tarde – le dijo un hombre que estaba esperando al lado de la puerta. Iba vestido con un traje negro y llevaba puestas unas gafas de sol –. Si me permite – el hombre cogió su maleta en un abrir y cerrar de ojos y la arrastró hasta la parte trasera del coche. Abrió el maletero y lo metió sin apenas dudarlo –. ¿La mochila? – le preguntó.
David dudó por unos segundos, pero al final dio la esperada respuesta.
– No, gracias, ya la llevo yo – respondió mientras se dirigía al coche.
– Pues vámonos – el hombre cerró el maletero corriendo y en dos pasos ya había llegado a la puerta delantera del coche. Como ya la tenía abierta, tan solo se sentó y la cerró, estando ya listo para el viaje.
El hombre cerró la suya cuando David abrió la de su lado. Así que se metió con cuidado y en cuanto cerró, el coche se empezó a mover sin previo aviso, llegando a la conclusión de que el conductor tenía mucha prisa.
David no lo dudó ni un segundo y tiró la mochila al asiento de lado, dándole igual el cómo cayese, ya que en ese momento solo le importaba su vida, así que se puso el cinturón lo más rápido que pudo, sintiéndose así un poco más aliviado.
Entonces, para cuando David levantó la vista, se llevó la sorpresa de que ya estaban en el barrio de al lado, no habían tardado absolutamente nada.
David, que sentía miedo por ir a esa velocidad, le entró ganas de decirle al conductor de que redujese la velocidad, pero fue incapaz de decírselo, ya que el coche había entrado en un callejón sin salida y se dirigía directamente hacia una pared que había al final.
En ese instante, David solo pensaba en que ya era su fin, así que no dijo nada por todo el miedo que sentía en el cuerpo y tan solo se tapó los ojos cuando quedaban apenas unos diez metros para estrellarse. Pero de repente, la carretera cambió por completo, abandonaron el asfalto por tierra muy brusca y dañina. Que por cierto, si no fuese por el cinturón que llevaba puesto David, se hubiera dado con el techo varias veces, ya que había tanto bache, que era imposible conducir por aquel camino.
Así que en el momento en el que el coche dio el primer vaivén, David apartó sus manos de la cara, dándose cuanta al instante de que se habían teletransportado. Ahora estaban en un camino de cabras que estaba rodeado de inmensos y verdes arboles. Además de eso, el conductor fue disminuyendo la velocidad progresivamente hasta estacionarse delante de un precioso edificio. Estructura que David no puso observar más, ya que el conductor le estaba echando del coche.
– Vamos, ya hemos llegado – dijo el hombre mientras salía del coche.
David, que se vio forzado a abandonar el vehículo, cogió su mochila y salió por el lado del edificio. Nada más pisar la tierra, dirigió su mirada hacia el maletero y observó como el hombre lo estaba cerrando, ya había sacado su maleta.
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Editado: 12.05.2021