1. Oscuros: el libro prohibido

Capítulo 32

 

 

Óscar

 

 

Luego de haber bebido todas las botellas de la sustancia “XTRIO” que logré encontrar en el bar, sabía lo muy ebrio que me encontraba. El alcohol y yo éramos muy amigos, era esa hermosa relación que sabes que jamás te dejara, era mágica y perfecta. El alcohol fue la única relación que en mi vida duro.

Era lo mejor que podía suceder para los demonios como yo, esos que siempre se encuentran solos y no tienen a nadie que se preocupe por ellos. Ni una simple persona, ni un perro. Por eso bebíamos hasta morir o por lo menos hasta que las ganas se fueran.

Caminé lentamente por los pasillos de la casa pero aun así caí cerca de la habitación de mi pequeño hermanito, ese pequeñín travieso. Siempre fue así, era el maldito hijo del diablo, era de esos niños que los alejas lo más rápido posible. Pero regresan con rapidez nuevamente.

Ya que sólo existía por mí bien.

Mis padres tuvieron a Luke para salvarme, lo tuvieron con ese único propósito, no había otra razón. Ellos no quieren a ese niño, sólo a mi. Él por siempre y para siempre será una maldita carga para todos, menos para su amiguita… la huerfanita.

 

Hablando del diablo…

 

—Hola, Jane —Dije. Mordí la punta de mi lengua dejando ver lo que estaba haciendo y deje salir una pequeña carcajada de mis labios.

 

La joven me mira directamente a los ojos, puedo observar como sus pupilas se encuentran completamente dilatadas, aunque no sabía si era por mi o por alguna jugada de ese mal nacido. Lo pensé por unos segundos y deduje que fue por el pequeñín.

 

—Óscar…

—Óscar —Salé Luke de su habitación con una gran sonrisa en ese rostro que tanto detesto.

—Luke Harper Rose —Dije concentrando toda la poca atención que tenía en él.

— ¿Qué haces aquí? —Los ojos azules de mi hermano se posan sobre mis verdes ojos y me encojo de hombros, hago cara de pato y luego rio un poco negando—. ¿Estás ebrio? —Esa ridícula voz se instala en mi cabeza.

— ¿Siempre tengo que estar ebrio para ser feliz? —Niego varias veces y luego le guiño un ojo.

—No lo sé, dime tú —Me dijo con ese maldito tono de voz de macho peludo.

— ¿Y qué si lo estuviera?, soy mayor de edad y no estoy desafiando a nadie… ¿o si?

 

Él niega y toma la mano de la joven pelinegra. Mi ceño se frunce inmediatamente al entrar a la habitación y ver nuevamente a ese supuesto ángel del señor que me rescato del infierno sólo porque Dios se lo ordeno.

 

Ajam… seguro.

 

Mis ojos verdes se posan sobre sus ojos marrones y observo la camisa que lleva puesta, era a cuadros y combinaban con sus pantalones a la perfección.

 

— ¿Qué haces aquí? —Le pregunté.

—Nada, sólo te observo.

 

Al decir esas simples palabras desaparece, supongo que se ha teletransportado.

Decido que sería una muy buena idea ir a divertirme un poco con algunas mujeres que desean hacer tratos con cualquier estúpido demonio que se les cruce por la mirada. Esas personas son sin duda las mejores, no hacen ni una sola pregunta. Dejan que hagas el trabajo o lo que sea que tú quieras y luego se van como si nada hubiera pasado, y lo mejor es su sucia alma, vale mucho. Demasiado.

 




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