Bostezo, pasando las dos manos por mi cara. Siento que mis ojos son dos globos que pronto van a explotar y mi humanidad es una bolsa de cemento que se hunde más en la silla dura de la cocina, pero tengo que levantarme de todos modos porque hay que sacar la ropa para que la sacuda un poco el aire antes de meterla otra vez.
Arrastro los pies hasta la puerta del fondo, vuelvo a bostezar, y me estiro hasta casi tocar el marco de la reja. Pili el cerdito mueve su traserito cuando me ve y corre a olfatearme. No sé por qué estoy acá si se supone que tenía que sacar la ropa. Ya que estoy afuera, prendo la luz del fondo y vuelvo a la cocina para sacar la ropa.
No veo la puerta abierta de la pieza de la mami y tampoco escucho quejas o griterío, lo que significa que los gemelos siguen durmiendo.
Con el balde lleno de ropa y el borde de mi camiseta con trabas, salgo al fondo con Pili detrás. Colgando la ropa, repaso la lista de cosas que tenía por hacer: bañar a los mocosos, bañarme, pasar la escoba por la cocina si la veía muy sucia y lavar ropa.
—¡León vení a recoger el despelote que dejaste en la mesa!
No sé en qué momento llegó la mami, pero anda con pocas pulgas.
—¡León!
—¡Ya voy ma! —Saco otra remera de uno de los gemelos—¡Estoy con la ropa!
—¡Traigo las cosas del súper! ¡Dale, hijo! ¡¿Tus hermanos dónde están?!
—¡En la pieza!
—¡Dejá de gritar y vení paracá!
Camino de nuevo a la cocina donde me encuentro con que el desastre en la mesa era más grande de lo que me acordaba. Hay tazas de la merienda por ahí, migas de pan, bollos de papel…
—¡¿Y?! ¡¿pensás dormir con las ratas también?! ¡Mirá lo que es esto! —La mami señala la pileta llena de ollas sucias—. Si tenés tiempo para vaguear, tenés tiempo para acomodar las cosas, ¡¿no?! ¡Dale, despéjame la mesa!
La mami sigue retándome mientras tanto con sus muchos y conocidos sermones en los que yo soy un inútil, un vago, el único que no tiene que trabajar aparte de mis hermanitos; pero que incluso así no sabe cómo organizarse en la vida y muchas cosas que al final me dan lo mismo.
Ella quiere todo de mí, pero a mi hermano no le exige más porque está trabajando y parece que esa es una tarea tan chupavida que no hay de otra que no colaborar en la casa, menos atender niños; solo trabajo, trabajo, trabajo.
La mami también jode con que debería estudiar más, pero cuando estoy en eso también me deja muchas cosas por hacer. Lógico que, entre hacer lo que me piden para la casa y mis obligaciones de la escuela, el tiempo se me irá como la sal en el agua.
Nada está bien cuando hago las cosas y todo está mal si no hago nada.
—¡Bah! Me olvidé de comprar la leche para los gemelos. —La mami revuelve las bolsas plásticas tiradas en la mesa mientras chasquea la lengua y frunce el ceño a más no poder—. ¡Lo primero que puse en la lista me lo vengo a olvidar! León andá al super de acá y comprá la leche.
—¿El tarro chiquito o el grande?
La mami me da la plata que saca del bolsillo de su saco negro.
—El grande.
Busco las llaves en mis bolsillos y voy a la puerta mientras ella va a su pieza para cambiarse y de paso despertar a los gemelos.
—¡Ma, me puedo comprar algo con el vuelto!
—¡No!
Cierro la puerta y salgo a la noche fresca de comienzos de marzo. Todavía hay gente reposando en la vereda de sus casas a pesar de que el aire es por demás fresco, y otros chupando en el cordón sin importarles que estemos en día de semana.
El super al que va todo el mundo está como a seis cuadras de la casa, por eso no voy tan apurado, aparte de que cierra a las diez y apenas creo que van a ser las nueve. Cuando llego, hay algunos nenes llorando porque sus papás no les compraron nada y unos señores gordos tomando cerveza en la entrada.
Casi no hay nadie. Como son contados con los dedos los que cenan, obvio que al super vendrán a comprar cosas como frituras o algo para mojar la garganta con un amigo.
Pasando por la caja, veo a un señor llevarse un fardo de Coca en oferta y una viejita que paga un paquete de virulanas y un saché de lavandina X5, nada más. Eso resume la realidad de todos en esta villa.
Como es un super chiquito, lo único que tengo que hacer es caminar medio metro de la caja hasta donde están todas las cosas para el té. Pateo algunas cajas que hay por ahí y miro las góndolas de arriba para ver si está la leche que necesito.
—¡Mierda!
Me enredo con una caja y casi me voy al piso de no ser por la persona clavada mirando mermeladas que hizo de barrera entre mi cuerpo de palo y el piso.
—Uh, perdón. —Sonrío, sintiendo que mi boca de repente tiene tierra seca en vez de saliva—. Andaba distraído.
—No pasa nada —dice Benjamín—. No tendrían que dejar las cajas desparramadas por ahí, una persona mayor podría enredarse y caer como escupida al piso.
Benja agarra dos frascos de mermelada BC, uno de frutilla y el otro de ciruela. Yo busco la leche de mis hermanitos antes de que me distraiga con cualquier otra cosa.