1. ¿qué quieren los aliens? (primera edición)

Capítulo 4

Escurro el trapo de piso mientras la casa retumba con la música puesta en el minicomponente de mi hermano. Hoy tengo que deslomarme pasando el trapo por toda la casa, por eso, y para sentirme menos esclavo, puse a todo volumen la cumbia que escucha mi hermano. No puedo poner otra cosa, él descubriría que estuve tocando sus cosas si le cambio algo en su bebé.

—¡Pili! —Agarro al pilita antes de que se meta en la cocina—. Hijo, tenés que quedarte en el fondo.

Acariciando su cabeza, levanto a Pili el cerdito y lo dejo en el fondo, después busco la mitad de una malla de alambre como traba para que no entre y deje sus patitas en el suelo.

De vuelta en la cocina, alcanzo el aragán y el trapo de piso. Al trapo lo meto en agua con citronela y lo paso por debajo de la mesa, contra el borde de los muebles, y de nuevo a mojarlo para que absorba más olor a limpio y se note que hice mi trabajo.

Secando el sudor de mi frente, miro el reloj de la cocina. Son las seis menos cuarto; en quince minutos tengo que ponerme mis botines, medias y camiseta de mi equipo favorito.

Al piso solo le falta una enjuagada. La mami me dijo que tengo que enjuagar solo cuando el agua no salga sucia. Eso me costó como cinco pasadas de trapo porque parecía tinta cuando lo metí al agua después de la primera lampaceada. Ahora parece tinta aguada. Pasable.

Me seco las manos en la remera y también el sudor de mi cara porque tocaron la puerta. Hay que estar limpiando una casa entera cuando a la sombra hacen unos intensos cuarenta grados de cuarenta y uno que había al mediodía.

—Hola, ¿qué hacés? —me saluda Ángel.

Resoplo un poco. En vez de abrir la puerta de la casa parece que voy a meter algo al horno. Estamos en marzo, pero parece que el calor no quiere irse.

—Limpio.

—¿Salimos? Mi mamá me dejó algo de plata para que meriende helado. —Ángel se abanica con las manos—. Te espero si todavía no acabaste.

—Sabés que los viernes me junto con Ale y los chicos a jugar a la pelota hasta la noche, pero podrías venir y…

—¿Verte jugar? —pregunta con la nariz arrugada—. León, los partidos que arman ustedes van desde las seis de la tarde hasta las ocho de la noche, con un alargue de dos horas si es que la cosa da para más.

Cuando recién estábamos saliendo no le importaba verme jugar. Siempre andaba conmigo por la cancha de piedra; hasta parecía entretenerse cuando le contaba mis tremendas jugadas.

—De todos modos, tengo que adelantar lecturas y estudiar.

—Mmm… podríamos…

—No —dice, cruzándose de brazos—. Andá, jugá, sé que te gusta.

Antes de que se vaya enojado, lo abrazo a pesar de que intenta empujarme argumentando que alguien podría vernos, que hace calor y estoy tan pegoteado como él. Al menos, después de unos cuantos apretones cariñosos, se calma.

—Saldremos el otro finde. —Lo suelto después de un último abrazo—. No pongás esa cara. Nos vemos siempre en la escuela, que tengamos pocas citas no es nada. 

—Supongo —murmura—. Bueno, te dejo terminar, parece que andás inspirado.

Ángel se despide con la mano porque un beso sin cuatro paredes que nos cubran está fuera de cuestión.

Cierro la puerta y vuelvo a la cocina. Viendo el piso húmedo todavía, exprimo el trapo y lo voy pasando por todos los lugares donde antes limpié. No pienso deslomarme más, ya hice bastante.

Cuando acabo de secar, arrastro el balde de agua porque mis brazos son fideos, no brazos fuertes de hombre, y tiro el agua sucia en el baño. Guardando las cosas de limpieza, pienso que sí tendría que haber tomado un helado con Ángel. No salimos hace como un mes, pero supongo que lo compensamos porque nos vemos todos los días en la escuela y volvemos juntos a nuestras casas.

¿Estoy siendo muy infantil?

Preferí ir a la cancha que estar con mi novio; aunque, Ángel sabe que me gusta mucho estar con los chicos y jugar a la pelota.

En fin, como ya hice todo, voy a mi pieza a ponerme la remera de mi cuadro favorito, mis botines…

—¡No bañé a Pili el cerdito!

Me cambio a velocidad luz, cierro la puerta de mi pieza y camino al patio.

Alcanzo al pilita echado en frente de la malla de alambre y lo llevo en brazos hasta la canilla del fondo.

—Como no estás muy sucio y quiero terminar rápido porque al fin tengo dos horas para mí, te vua manguereá. —Enchufo la manguera en el caño y abro la canilla—. No so un perro cochino, mucha lavada no te hace falta.

Agradezco a Dios que mi perrito sea tan manso que ni siquiera ponga resistencia cuando lo traslado de un lado a otro o lo mojo con la manguera. Si hubiera sido de esos perros mañeros, ahora yo estaría embarrado de barro y otras cosas por haber sido arrastrado por el fondo.

En cinco minutos tengo al pilita mojado hasta el cogote. Se supone que hay que secarlo, pero como el calor todavía se siente lo dejo que se vaya por ahí. Atajo el agua, dejo la manguera sin enrollar, y salgo de la casa antes de que se haga más tarde.



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Editado: 07.06.2021

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