—¡Benjaaaamííííín! —Lo muevo como si estuviera sacudiendo una colcha—. ¡Benjamííín! ¡Despertate!
—¿Qué? —Apenas abre los ojos—. ¿Qué pasa?
—¡Nos dormimos a mitad de maratón!
—Era una película, ¿cómo terminamos mirando más de una? Siento que me explotarán los ojos.
—¿Me convidás algo para el camino? —Muevo su brazo mientras él intenta enfocar la vista en algo—. Tengo que volver a mi casa para ver si ya puedo entrar o tengo que ir a una iglesia donde reciban anónimos.
—Vamos a desayunar o a almorzar. No tengo idea de qué hora es.
—¡Haceme tostadas!
—Bueno… —Se queda quieto un segundo—. No, pará, ¿tostadas? ¡Mi casa no es restorán!
Los dos nos miramos un momento, él todavía con los ojos medio cerrados y yo entusiasmado. Le sonrío y me responde de la misma forma, lo que es un poco tierno considerando que está más dormido que vivo.
Saliendo de la pieza, lo empujo mientras bosteza y él choca con una pared. Es gracioso ver qué tan débil es cuando tiene los ojos medio cerrados por el sueño.
Llegando a la cocina, Benja me dice dónde están las cosas para desayunar entre tanto él va al baño para lavarse la cara porque dice que si sigue así va a caerse al suelo y volverá a dormirse.
En los estantes de la alacena encuentro Skarchitos. Los saco y me sirvo media tasa de cereal hasta que aparece Benja un poco más despierto. No se peinó por lo que parece pájaro loco, uno muy lindo y tierno.
Como yo ya estoy sentado comiendo mi desayuno, él se sienta al lado de mí con una caja de cereales Nesquik. Las caquitas de conejo se acumulan en un tazón jumbo de color celeste con cara de dormido.
—No había visto ese cereal.
—No era para que lo veás. —Benji sonríe mientras llena de leche su tasa jumbo—. Es el cereal que les gusta a mis papás, pero como yo sí puedo chorearles un poco, no hay problema.
—Una duda que tengo es por qué siempre que te veo por ahí andás como equeco. O sea, en tu casa son tres, ¿todo eso comen? —Mastico mi cereal con leche—. ¿Vas a llevarle las compras a tu abuelo? ¿Él es un viejito que vive cerca de la casa de don Gonzáles?
Benja deja de revolver su cereal de repente. Parece que tiene ganas de llorar, pero traga grueso y pasa una mano por su cara mientras deja un codo apoyado en la mesa.
Como se ve que pregunté de más, vuelvo a comer cereal.
Es esa actitud un poco esquiva y triste que no puedo entender por qué tiene. Los primeros días en la escuela se podría decir que era porque estaba sin sus amigos, cuando leía un libro complicado como movi di’ también parecía estar en otro universo que no era este, pero eso podría haber sido culpa del bloque ese. O tal vez la razón de todo eso sea su abuelo.
Supongo que la pelea familiar es tan fuerte que no ve esperanza que se resuelva y tampoco es como si pudiera ofrecerle ayuda. Cada familia es un mundo y la mía no es el mejor ejemplo de cómo debería ser una.
Dejo que la conversación muera ahí porque parece que Benji no va a responder y no quiero seguir incomodándolo con esos temas.
A pesar de que el silencio todavía reina entre nosotros cuando lavamos las cosas que ensuciamos, no me siento presionado por hablar o rellenar el espacio. Un rato en silencio al lado de Benji es una conversación, pero también es un tiempo que uso para pensar cómo enfrentarme a mi hermano y la mami ahora que sí o sí tengo que volver a la casa.
—Nos vemos —dice Benji, saliendo conmigo de su casa.
—Estuvo churo esto.
—¿Tenés miedo de volver a tu casa?
Mi silencio tal vez le dé una pista sobre cómo me siento, aunque a él no le hace falta mucho para comprender a alguien ahora que lo pienso mejor.
—Mirá, y no sé si es consuelo pero es todo lo que tengo como experiencia; si Carla podía resolver las cosas con su mamá, y ya te dije que se metía en cosas muy malas, no creo que sea tan difícil que vo arreglés las cosas con la tuya.
—Sí, creo que es buen consuelo. Gracias.
Entre suspiros comienzo a dar lentos pasos hacia mi casa. Algunos vecinos salen de sus cuevas para estirarse de todas las formas posibles luego de una noche de sueño.
De la nada se escucha cumbia, reggaetón, folklore, de los equipos de música más caros que toda la casa y el terreno juntos. Las señoras mayores van con sus carritos hacia el puente para ir a la verdulería más cercana, y los niños son arrastrados por sus mamás que también hacen el mismo ritual que las viejitas que vi hace rato.
Al llegar al puente, en vez de cruzar, miro a unos tipos no más mayores que mi hermano que vienen del otro lado; cantando y tonteando mientras fingen empujar a uno de sus amigos por el puente. Sus voces no afinan y más parecen balbucear que hablar. Cuando paso por su lado, me sonríen diciendo buenos días y siguen canturreando alguna cumbia mientras hacen palmas.
Por un lado, qué coraje el de esos vagos para pasar el puente estando en ese estado. Por otro lado, la única vez que vi a mi hermano borracho hasta caerse fue cuando cortó con una chica que, según él, fue el amor de su vida. Realmente no entendí muy bien por qué la llamó de esa forma porque cuando me explicaba todo eso todavía tenía el pico de la botella de un Smirnoff pegado a sus labios.