1. ¿qué quieren los aliens? (primera edición)

Capítulo 12

El cementerio San Antonio de Padua queda a los pies del cerro San Bernardo. Suceden dos cosas por eso: el frío te congela hasta la sangre y el paisaje es tan tranquilo que te hace pensar.

¿Cómo se sentirán los viejitos que hay entre los dolientes?

Aquí o en otro cementerio van a terminar tarde o temprano. Pensarán, quizás, cuántos seres queridos vendrás a verlos, cuántos con los que se llevaban a las patadas van a llorar sobre su cajón golpeándose el pecho porque no pudieron arreglar las cosas con el muerto.

Habrá personas que no querían ni ver desde el cajón, pero ahí estarán derramando lágrimas de cocodrilo o arrepentidos por haberse descuidado en el perdón, a tal punto de ahora tener que pedirle disculpas sin una respuesta.

Algunos pájaros vuelan de repente de un pino que está a la orilla del caminito que hay que hacer para llegar al nicho al aire libre, donde le toca estar a don Rosendo hasta el fin de los tiempos, donde, como dice, la Biblia, los muertos se levantarán de sus tumbas o algo así.

El cajón de don Rosendo va a la cabeza, llevado por los hombres y mujeres que lo querían. Como la familia del fallecido son varios y decidieron plantarse al frente, Benjamín va por atrás con sus papás de un lado y yo del otro. No va tranquilo, obviamente.

El ruiseñor tiene una cara amarga desde que no lo dejaron sentarse en el asiento del acompañante del coche fúnebre, y se puso peor cuando tampoco le permitieron llevar el cajón con los demás adultos porque decían que no tendría fuerza para levantarlo.

Cuando llegamos al nicho que corresponde, los trabajadores del cementerio deslizan el cajón en ese rectángulo profundo. Ponen las coronas encima, luego cubren la entrada con una placa de madera hasta que los dolientes se vayan y puedan taparlo con una placa de Durlock.

Las viejitas amigas de don Rosendo rezan un poco antes de agradecer a las personas que vinieron a despedirlo. Por otro lado, el hijo de don Rosendo recibe más atención y consejos de los demás adultos.

Sebastián es un hombre alto, rasgo heredado de su papá, un poco gordo y de ojos saltones. Tiene la cabeza entre negro y gris, y una barba suave sobre el mentón.

No es ni lindo ni feo, es un adulto pseudofuncional como todos.

Los papás de Benjamín están ahora con otros vecinos que se quedaron a conversar un poco antes de tener que volver al colectivo que nos trajo.

El ruiseñor, a mi lado todavía, suspira de vez en cuando y no deja de mirar el nicho donde ahora descansan los restos del que parece fue otro abuelo para él.

—Otra vez, la canción que le dedicaste a don Rosendo fue impresionante. Creo que los que no lloraron antes, lloraron después de eso.

—¿Mmm? —Benji ni siquiera me mira, tampoco eleva la voz—. Era todo lo que podía hacer.

Iba a decirle algo más, pero veo que Sebastián se acerca a nosotros.

—¿Benjamín?

El ruiseñor apenas alza la vista después de ser llamado por el hijo de don Rosendo. Su novia, Roxana, una chica de pelo largo y obsesión por el animal print, mantiene su mano enredada en la de él.

—Quería pedirte perdón. No tenía que desquitarme con vos… De verdad, te hice pasar cosas muy feas. Debía ser más comprensivo. Él era como tu abuelo, ¿no?

Muerdo un poco mis labios, mirando a Benji. Él ni siquiera le responde, al contrario, estoy seguro de que, si pudiera agarrar una piedra y tirársela a Sebastián, lo haría.

—¿Benja? —lo llama Sebastián, haciendo una mueca—. Entiendo tu enojo, de verdad.

—Entonces, ¿por qué me hablás?

Quiero silbar por lo bajo, pero me contengo. La novia de Sebas también parece incómoda.

—Es todo lo que puedo hacer…

—Vo sabés que no era todo lo que podías hacer. —Benja se eriza como un gato—. Sabías que estaba solo. Sabías que tenía una edad muy avanzada, que había días que amanecía apenas y así tenía que arreglárselas cuando yo no podía ir. ¡Sabías que se había caído dos veces ya y no te importó ni mierda! ¡Te fuiste a vivir con la yegua de tu novia! ¡Lo dejaste solo! ¡Ni siquiera estabas ahí cuando él murió!

En este punto Benja tiene la voz casi cortada y la atención de todo el mundo.

—¡Y aún así no me dejaste estar ahí! ¡¿Por qué mierda iba a aceptar tus disculpas?!

—¡Benjamín!

La voz grave y estremecedora de un hombre corta con la escenita. Guillermo se acera a su hijo con Fabián pisándole los talones y tan enojado como se ve su esposo.

—¡¿Qué es lo que te pasa?! —Es Fabián el que habla ahora—. ¡¿Por qué le decís esas cosas?! ¡¿No te habíamos enseñado a respetar a tus mayores?! ¡Disculpáte!

Benji muerde sus labios, pero el silencio no hace más que avivar la furia de sus papás.

—¡Benjamín! —Ahora es Guillermo el que se le para en frente—. Pedí perdón, dale.

—No… No me obligués —dice el ruiseñor—. ¡No pienso perdonarlo nunca!

Guillermo agarra el cuello del tapado negro de Benjamín y lo arrastra hasta casi estar pisándole los pies a Sebastián que retrocede al ver eso.



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Editado: 07.06.2021

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