12 cartas a la muerte

7. Océano de dolor

“Así como náufrago en un oscuro océano de soledad e incertidumbre, azotado por el triste oleaje de mis oscuros pensamientos, ahogado por la desolación yacía yo ahí apabullado y cansado del infinito intento de respirar, millas y millas de nada me rodeaban, por muchos años, hasta que tu luz aterrizó a mis ojos, una simple luz que iluminó mi mundo entero, te dignaste a guiarme y me brindaste tu apoyo como canoa, aunque en un turbulento océano de pesares, ayudaste a no ahogarme en mis miserias.

Ahí nos encontrábamos, mi alma y yo, navegando tal nauta guiado por las estrellas de tus ojos, la cual guiaban mi corazón surcando aquellas penumbrosas aguas, sin temor a morir ya que hacerlo a tu lado sería la forma más maravillosa de irse. Aferrado a tus manos estaba yo en aquel salvaje espectáculo, todo el paisaje estaba totalmente negro hasta que los relámpagos rompían en llantos, en ese momento se podía ver el caos, pero sin aferrarme a mis temores, ¡Nada de eso! Ya que con tu compañía mi camino ya estaba sellado.

Fuerte son los vientos que guían al miedo a cualquier viviente, pero más fuerte es el amor que de ancla sirve a los afortunados y junto a la dicha se yuxtaponen a todos los pesares.

Entre versos y prosas me contabas tu vida antes de mí tal cual buen oyente me deleitaba de tu voz y de la forma que expresaba tu buena vida, de una forma humilde para no ofenderme, cosa que jamás pasaría mientras escuchaba tu dulce voz quedé atrapado en tu suave piel, aunque no teníamos aquella confianza, cerraste el contrato con un beso, mi primer beso, aquella situación me estremeció tanto, que el caos que nos rodeaba se calmó y fue transferido a mí, me sentí completo, que no necesitaba nada en la vida, que podía morir ahí mismo sin dudar, cada palabra tuya salía armonizada en la más bella escala existente, la más maravillosa y misteriosa sinfonía, aquellos días de naufragio, se curaban con tu sonrisa y tus labios eran tan reparadores, que deseaba estar al borde de la muerte solo para ser esclavo de tus besos milagrosos que se sobreponen a mis lamentos.

Mis lágrimas eternas se curaban con tu presencia y el gélido frío de mi interior, prontamente mermado por la calidez de tu cuerpo, de aquella primera vez que consumamos nuestro amor, aquel día que hicimos fusionar nuestro ser en uno, tu cuerpo suave, cálido, que despertaba mis sentidos más perversos. Tú me tomaste y con justa pasión saciaste tu hambre de mí, nuestros cuerpos sudados y sonrojados, en medio de un océano de penumbras, allí fue donde dejaste de ser mi amor y te proclame mi alma.

Irónica la vida que me toco, contraste inminente de oscuridad a luz; Tras pasar mis primeras horas en miseria, ahora, cuando estas apuntan al noreste, tu apareces a divinizar la maldad en mi destruido pero tierno corazón, como una flor seca que, al cuidar y regar, te agradece día a día con su sonrisa. Ese soy yo agradeciendo la nueva vida que me has ofrecido mi dulce alma, la cual cuidaré con mi vida.

Aún en el océano de tormentos sin misericordia, sin divisar aún ningún indicio de estabilidad, pero la esperanza era lo que sobraba ya que no importaba el destino, sino el viaje y si toca viajar contigo, pues ojalá nunca lleguemos, quizás nuestro puerto esté lejos, pero juntos llegaremos, al final”

—He aquí mi segunda carta con cuatro minutos sobrantes — le dije al hermoso pero malvado lucero.

—El tiempo de sobra solo será el tiempo agregado a tu estadía momentánea —me dijo aquel que envidia —, Ahora que leí tu sangre congelada en palabras, veo la pureza de tu vínculo, algo de admirar.

—¿Sabes de pureza? No me hagáis reír.

—Yo fui aquel más puro y lo sigo siendo en otros ojos, ahora deja de gastar tus patéticas palabras cadáver y escribe.

—Maldito seas.

 




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