04-06-2016
—¡Javier!— La oí gritar a través de las puertas.
—¡Qué!— Respondió el susodicho de malas maneras, cómo siempre.
—Dale de comer a la mocosa.
El hombre suspiró con fuerza y sus pasos fuertes y decididos se hicieron oír, está viniendo.
—Hora de comer niña— Murmuró con repugnancia y asco al abrir la puerta de la habitación.
Cerré mis ojos con fuerza y supliqué en silencio para que se fuese, no tenía hambre. Bueno, en realidad sí, pero no quería comer nada que viniese de ellos.
La llave se introdujo en la cerradura y lentamente fue girando hasta que ¡Clic! Las puertas se abrieron de golpe dejándome ver su rostro.
Aquellas facciones ya deterioradas, su piel amarillenta, aquellos ojos marrones inyectados en odio, arrugas en toda su cara, labios diminutos y una nariz demasiado grande en proporción a su cara. La edad causaba estragos, o tal vez las drogas.
—Toma— Me tiro el plato de plástico a los pies y cerró las puertas, como de costumbre, con llave. Dejándome de nuevo en la oscuridad de aquel lugar. Aunque realmente no me hacía falta mirar para saber qué es lo que había en el plato, ahora derramado en el suelo, a mis pies.
Arroz pastoso con trozos de pan mojados, la misma comida de siempre. Con asco y repugnancia palpe el suelo hasta encontrar lo que supuestamente era comida, y empecé a comer a regañadientes. No quería, pero sabía que necesitaría fuerzas para lo que vendría después.
A mis trece años de vida nunca he conocido el otro lado de aquellas puertas, las puertas del armario de un sótano. El sótano de Javier y Lucía, aquella pareja que me tenía aquí encerrada desde que tengo memoria.
¿La razón? Supongo que les apetecía tenerme aquí, quién sabe...
Javier, por lo que pude oír, solía ser mecánico, hasta qué las drogas destruyeron su vida. Sus padres, Rocío y Andrés, murieron hace un año ¿La causa? No lo sé, lo único que sé es que eso terminó de destrozar a Javier. Al parecer les tenía aprecio, cosa que me resultaba difícil de creer.
No podía creer que aquel hombre tan frió pudiese tener sentimientos por alguien.
Y Lucía... Lucía aparentaba ser la típica mujer trabajadora y fuerte, tal vez lo era o tal vez no, para mí simplemente es... Como la podría definir... A sí, una bruja.
Su larga melena rubia y sus preciosos ojos azules escondían la verdad a la perfección. Tras esa apariencia solo se encontraba una mujer devastada, he de decir que a veces incluso me daba pena. Tener que cuidar de una madre con demencia y un marido drogadicto debe de ser complicado. Supongo que cuando eres mala persona el karma tiende a devolvertelo.
Muchas veces me he preguntado ¿Que hice mal para acabar aquí? ¿Porque me odian? Simplemente preguntas sin respuesta.
—¡Javier date prisa, llegaremos tarde!—La aguda voz de Lucía resonó en toda la casa, ¿Como siquiera es capaz de aguantar su propia voz?
—¡Te he dicho que no iré!— Le devolvió el grito su esposo.
Tras unos cuentos murmullos que no alcancé a oír, la guerra comenzó. El ruido de cosas cayendo al suelo, gritos por toda la casa y muebles siendo lanzados me hizo rodar los ojos.
Aquí vamos otra vez...
¿Acaso está gente no es capaz de pasar diez minutos sin gritarse el uno al otro?
Supongo que no.
Como de costumbre tras media hora peleando, el ruido de los muebles rompiéndose y de los gritos fue reemplazado por sollozos y palabras de lamento. Y minutos después ambos abandonaron la casa.
Día tras día la misma rutina, ya nada de lo que hicieran podría sorprenderme.
Intenté acomodarme en el pequeño espacio que tenía, mis músculos agarrotados por haber estado en la misma posición por demasiado tiempo empezaron a doler.
Como pude, estiré mis piernas dejando escapar y suspiro de alivio. Podría estar tranquila durante máximo tres horas hasta que volvieran a venir y el infierno volviera a desatarse, y está vez, peor todavía.