24 Horas

El amanecer

«En este momento solo me encantaría oírte decir "te amo".»

-Aimyon

Siempre hubo un enigma respecto a los sueños, a la fantasía imposible e irrespetuosa dada a luz por el cerebro; reviviendo de manera abstracta las vivencias del pasado y, en ocasiones muy especiales, las venideras. Frenándose en seco antes de que el peligro nos dañe, como aquel típico donde un ente está por acabar con tu vida –o una caída, en la mayoría de los casos– y alguien o algo en la realidad te despierta previo al suceso. Eso le sucedió a Mauro. Una figura de naturaleza otrora humana estaba a punto de desfigurarle el rostro con sus fauces antes de que el cotidiano y molesto canto de su celular le despertase, recordándole tortuosamente que debía ir a trabajar, reflejando el 5:00 en sus húmedos ojos. Reflexionó durante cinco minutos con la mitad de su rostro hundido en la mullida almohada, antes de poner un pie sobre el gélido suelo.

El sol aún se escondía tras el horizonte de invierno, permitiendo que la calle fuese abrigada por la brumosa neblina que no permitía divisar lo que se hallaba a diez metros, congelando los pastos con su manto turquesa. Tras abrigarse con varias capas de ropa, Mauro tomó el abrigo que mejor resguardaba su temperatura; uno heredado por su padre, grueso y pesado, para luego embarcarse por una tediosa y peligrosa caminata de seiscientos metros sobre una calle de tierra hasta llegar a la ruta, donde tomaría el autobús que lo llevaría hasta su trabajo, donde pasaría incontables horas entre claustrofóbicas cuatro paredes, asegurándose de quien entraba o salía de aquel parque industrial. Una vez en su asiento, se tapó los oídos con sus auriculares rojos y opacó sus pensamientos con Dancing in the Street, su canción favorita, de Martha Reeves & the Vandellas, aquella con la que iniciaba cada día. El brumoso manto aún no desaparecía, ni siquiera a las seis, cuando los primeros rayos se escabullían como podían entre las espesas nubes que advertían sobre una tormenta en un futuro para nada lejano. Se arrepintió de no llevar un paraguas en su mochila.

Durante el camino, advirtió la presencia de varios patrulleros que viajaban a grandes velocidades, escoltados por motos cuyos pasajeros traseros cargaban escopetas colgadas en sus pechos. No pudo evitar soltar un sonriente suspiro nasal, pues, donde se encontraba viajando en ese momento, no eran raras las redadas policiales. Una vez en su trabajo, entró a la gran garita, despidiéndose de su amigo cuya mirada rezaba por una cálida cama. Sentado en la habitación vio a través del cristal cómo se alejaba aquella patente que varias veces se había prestado para chistes sexuales. Mucho me temo que sería la última vez que la vería.

Las manecillas en la pared giraron hasta señalar las seis y media de la mañana. La neblina, terca como una mula, seguía dificultando la labor de los conductores en aquella ancha ruta frente al parque. Mauro comenzaba a cuestionarse el hecho de que nadie haya llegado a trabajar aún, pero a su vez estaba tranquilo. Fichar a las personas cuando acababa de ponerse cómodo era una tarea estresante. Simplemente se acomodó para ponerse a ver memes de gatos en Facebook a través de su celular. Le hizo bastante gracia uno en especial, en el que se mostraba al felino intentando saltar entre repisas, fallando en su cometido. Al intentar compartirlo, la pagina se reinició repentinamente, llevándolo de nueva cuenta al inicio. Con un bufido siguió bajando el scroll del sitio, intentando reencontrarse con el video. Pero, muy para su sorpresa, todas las publicaciones eran noticias de distintas fuentes, enfocadas en lo mismo: ataques violentos e irracionales entre personas.

Él siempre fue un arduo apasionado de aquellas criaturas ficticias, consumiendo variedad de productos relacionados a ellos y, en momentos de mayor obsesión, se sentaba en su patio esperando con un machete la llegada de los lentos, errantes e irracionales caníbales. Hasta practicaba cómo incrustar y sacar el machete de las cabezas utilizando una inofensiva paleta de madera, deteniéndose ocasionalmente, viendo deseoso el final de la calle aguardando a ver el tambaleo ebrio de la muerte. Mas la reacción es muy distinta cuando la fantasía se vuelve realidad, pues no se sintió feliz como creería al leer esta abrupta noticia, sino que un horror indescriptible cubrió su espalda, y la horrida desesperación se graficó en su rostro de temblante mandíbula.

—¡¡Las nenas!! —Improvisaron sus labios, lengua y cuerdas vocales a la par que sus yemas de los dedos se alejaban por instinto de la palma dejando que el celular rebotase en su mulso para luego estrellarse con el suelo.

Con sus entorpecidas manos recogió el celular, deseoso de que aún continuase encendido y, muy para su fortuna, así era. Abrió la lista de contactos y sin dudarlo llamó a su ex mujer, jadeando como un perro sediento, preso del pavor, con una única imagen rondando su cabeza: sus dos hijas.

Mientras esperaba una respuesta del otro lado, encendió el televisor.

—Tiene que ser un chiste de internet —Se susurró para sí mismo como un gato que ronronea para calmarse—. Dios... que sea solo una broma...

Todo fue en vano. Sus parpados se separaron celosamente entre ellos a la par que sus pupilas se encogían sobremanera. Su boca se secó dejando un horrible sabor a sangre, haciéndole sentir fuertes pinchazos en la lengua mientras su nariz sufría un entumecimiento interno. Sus ojos se habían cristalizados cuando veía a las personas atacarse entre ellas como leones a cebras, arrancándose la carne con los dientes y uñas. Al fondo divisaba policías disparando sin reparo, y en un primer plano se encontraba el reportero sollozando del pavor, hasta que otro disparo sucedió. La cámara se agitó y de repente se cortó la imagen, enfocando nuevamente a los panelistas, atónitos de lo que veían, con la piel pálida como la leche, sin saber qué decir o cómo reaccionar. Finalmente la salmuera se deslizó por los pómulos de Mauro hasta reunirse en su mentón cuando volvió a su mente la imagen de sus hijas, que malamente podrían estar muertas en ese instante, ya sea por la carne arrancada de sus cuellos o violadas y asesinadas por algún malviviente que aprovechaba el caos. No estaba seguro, no estaba ahí para asegurar su bienestar y cada segundo que pasaba sin respuesta del teléfono le resultaba una tortura, tan desesperante y horroroso como las imágenes que su cerebro maquinaba. No paraba de pedir que, a quienquiera que oyese el teléfono, que respondiera. Le hervía la sangre que nadie contestase, a la par que se preguntaba cómo todo pudo irse a la mierda tan rápido.



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En el texto hay: zombies, psicologia, accion aventura

Editado: 26.01.2022

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