24 Horas

La rotura

"Si fueras mejor persona, no estarías aquí."

-Spec Ops: The Line

Los zombis se acercaban al trío, comenzaban a rodearlos por los laterales mientras los vivos retrocedían lentamente apuntando sus armas.

—¡¡Muevan el auto, ahora!! —Ordenó Freud.

—No, yo no... —Susurró tembloroso el policía.

Mauro comenzaba a enfurecerse cada vez más y más. ¿Por qué dejó venir a un hombre tan inútil? Tan incapaz de siquiera mantener la paz cuando se supone que su entrenamiento así lo requiere. Estaba furioso por tal inutilidad, por lo que simplemente propuso a Freud que ambos empujasen el auto. Una vez lo estaban haciendo, el único trabajo de Emiliano era el de disparar a los más cercanos. Pero el estúpido solo retrocedía. Cuando debía disparar, hacía lo opuesto. Los gemidos cacofónicos aturdían la paciencia de Mauro, algo que Freud pudo notar con facilidad al observar su inestable parpado.

Oye, no te enojes, es lo peor que puedes hacer... recuerda cómo Benjamín casi nos mata a todos...

Finalmente, una vez logrado el cometido, todos continuaron. En el camino esquivaron a varios muertos, hasta que finalmente se vieron obstruidos por otros diez. La primer duda que tuvo Mauro fue en cómo pudo el auto atravesarlos, pero pronto se interrumpió por disparos que resonaron en todo el túnel. Más se acercaron, obligando a todos a reagruparse.

—¡¡¿Qué mierda te pasa, hijo de puta?!! ¡¡Eres un policía!! ¡¡Eres un hombre!! ¡¡Compórtate como tal!!

—¡Lo siento, lo siento, lo tenía demasiado cerca! —Respondió con su solloza voz.

—¡¡Eres un inútil, hijo de puta!! ¡¡Si llegamos a morir aquí, todo será tu culpa!! ¡¡Hubiera preferido que un narcotraficante se cogiera a mi ex en vez de ti, imbécil!! ¡¡Hasta un puto paralitico sabe hacer mejor el trabajo de disparar a los putos zombis cuando se debe!! —Las venas de su cuello comenzaban a hincharse sobremanera

—¡Lo siento, ¿bien?! ¡Lo siento, es solo que fue un mal día! —Sollozó

—¡Allí, podemos huir por los pasillos de empleados! —Señaló Freud una puerta en una de las paredes.

Todos se alejaron de los zombis lentamente, disparando a aquellos más cercanos. Freud estaba demasiado distraído observando a aquellos, atento a sus balas. Mauro, por otra parte, sabía que no tenía muchas.

Quizás guiado por la ira, o tal vez por un pensamiento racional no comprendido por muchos, Mauro apuntó su arma a la cabeza de Emiliano, y sin siquiera pestañear, solo frunciendo el seño en silenciosa ira asesina jaló el gatillo. La sangre salió de la frente del policía y salpicó los rostros de dos zombis a pocos metros. Ni siquiera lo pensó, no se arrepintió, y como si de un ebrio dormido se tratase, se colocó en cuclillas y le robó la pistola y sus dos cartuchos llenos que aun resguardaba consigo. Al levantarse utilizó su última bala para rematarlo de un disparo en la espalda, perforando el muerto pulmón izquierdo. Finalmente chocaron contra la puerta. Mauro tomó la pistola de Emiliano y disparó a la cerradura para luego abrir de una patada. Freud no tardó en notar el cadáver siendo devorado, prestando especial reparo en un charco de sangre proveniente de su cabeza. Luego observó cómo Mauro dejó caer su vacía e inútil pistola. Finalmente lo comprendió, pero no comentó nada al respecto. Solo se limitó a seguir a trote a su guía que iluminaba el camino.

Pronto se encontraron en el camino un cadáver con un disparo en su cabeza que indicaba suicidio, junto a un hacha para incendios y un revolver vacio. Nadie dijo nada, Mauro solo tomó el hacha y la colocó en su mochila, la cual colocó hacia atrás finalmente con relajación y sin apuro.

El auto avanzaba, la luz de la luna penetrando las nubes finalmente se divisó al final del túnel, mas no fue lo único que los dos adultos vieron. Las niñas aun se hallaban sentadas detrás, ambas con cinturón como ordenó su tío.

Muchas sombras tambaleantes se veían al final, Miguel no pudo distinguir la amalgámica figura, pero Benjamín si, y cuando la comprendió gritó:

—¡Zombis!

Y, desgraciadamente, tenía razón. Cuando la luz dejó divisar los rostros de aquellos que esperaban en la primera línea, Miguel se espantó aun más, el calor abrasaba su pecho y sus manos apretaban con mayor fuerza como maltratando el volante. Cerró los dedos de sus pies como si puños fuesen, divisó a ambas a través del espejo y con una voz temblorosa pero decidida pronunció:

—Agárrense...

—¿Qué vas a hacer? —Cuestionó Benjamín.

—Retroceder no es una opción.

Su pierna derecha se estiró con toda la fuerza que los músculos podían proporcionar. Su pie izquierdo se sincronizó con su diestra para mover el cambio, y con un fuerte rugido primal el auto aceleró, recibiendo las sudorosas espaldas en sus acolchados asientos. Tanto era el miedo y adrenalina del conductor que simplemente quería echarse a reír, pues todo terminaría muy bien, o muy mal. Pero no existe el punto medio.

—Será mejor que cierren sus ojos, los cristales estallarán —Advirtió.

Daiya cerró con fuerza sus ojos, abrazando el rostro de su hermana. Benjamín apretó con furia sus parpados mientras sostenía el asiento. A pocos metros de la muralla viva, Miguel cerró celosamente su ojo izquierdo, y entrecerró el derecho, agachando la mirada y arrugando su nariz para que sus lentes se apegase con la piel que se arrugaba gracias a las cejas, protegiendo de mejor manera sus ventanas.

Finalmente, de un momento tan rápido como la vida, un húmedo y estremecedor sonido estalló, el auto perdió una gran cantidad de velocidad empujando los órganos de todos contra sus costillas y estómagos. Miguel ya no podía oír nada, pero aun así enseñó sus dientes junto a un leve grito mientras observaba como los cristales se partían y como los cadáveres rodaban por encima del capó y del techo. Sus manos se movían en paralelo hacia los lados agitando el auto en busca de una salida. El partido cristal amenazaba con salirse de su marco y caer sobre la dupla, pero resistía patrióticamente. El odio de Miguel subía como si de un fuerte jingoísmo se tratase, pero, finalmente, pudo librarse de aquella horda al elevarse sobre una plaza con unos pocos. Las húmedas y casi sueltas llantas resbalaban sobre el suelo gracias a las tripas que las abrazaban infamemente, el suelo parecía hielo. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, el auto serpenteaba sobre la acera, ya nada podría detenerlo pues un gran camino de liquido para frenos dejó desde el impacto. Finalmente se decidió por girar a su izquierda, Miguel notó una fuerte inclinación hacia el lado derecho, sabía que el auto comenzaría a girar erráticamente y que, posiblemente, sería el fin de todos, pero un poste de luz lo detuvo al interponerse frente a la puerta trasera derecha. Finalmente el vehículo se enderezó y bajó su velocidad hasta chocar contra una pared de concreto. Todos estaban aturdidos, Daiya abrazaba a su hermana ignorando los pequeños cristales incrustados en sus brazos. La cabeza de Miguel daba mil vueltas, los puntos negros comenzaron a invadir su visión y sus sentidos estaban tan inhibidos que no pudo percatarse de los pequeños cristales en su rostro. Benjamín por instinto abrió la puerta, se quitó el cinturón y cayó de rodillas al piso. Su pierna ya no le dolía, pero sangraba gravemente. Miguel pudo distinguir un fuerte y punzante dolor en el lado derecho de su caja torácica, una costilla se había roto.



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En el texto hay: zombies, psicologia, accion aventura

Editado: 26.01.2022

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