Después de mis palabras, él se acercó a mi y me ayudó a quitarme el vestido. Primero, sentada en el sillón se agachó y me quitó los zapatos, dejando mis pies descalzos.
-Quién lo iba a decir, un Rey arrodillad frente mia – él sonrío por la gracia que había hecho.
-Desde hace años he deseado arrodillarme frente a ti.
Una vez que tenía el vestido en el suelo, se acercó a mi y rodeó mi cintura con sus brazos, comenzó a besarme y a caminar hacia la cama, hasta que me senté en ella.
-Prometo que solo te va a doler esta vez – yo asentí y me tumbé.
Comenzaron los besos en la boca distrayéndome de lo que él realmente hacía, quitarme el corpiño y dejarme desnuda ante él. Mis manos estaban en sus brazos y mis piernas rodeaban su cintura, estaba deseando apagar el fuego que sentía, aquella necesidad que para mi fue desconocida, hasta hoy. Notaba sus caricias y no la sensación de no tener el suficiente aire en los pulmones, lo agitada que me encontraba y las ganas que tenía de responder a sus caricias pero no sabía como, no sabía que hacer. Entró en mi, rompiendo lo único que nunca había tocado, que siempre se había mantenido intacto desde el momento que nací. El dolor fue tremendo, parecía que varios cuchillos me atravesaban en el vientre, pero sus besos en el cuello y sus caricias en la cabeza tan delicadas, tan perfectas, me volvieron a traer al mundo, me hicieron olvidarme de todo aquel dolor y sentir el placer cuando volvió a moverse.
-Más – le pedí a gritos.
Necesitaba más de él, necesitaba que eso que se estaba formando en mi vientre fuera a explotar y a liberarme de algo, no sabía de qué. Necesitaba esos movimientos de cadera que ahora mismo tenía. Entraba y salía, entraba y salía. Su mirada no se apartó de mis ojos ni un segundo, las gotas de sudor caían por su frente y yo entre gemidos me dediqué a recogerlas todas, a volver a sus labios que es donde ellas me llevaban, a besarle como despedida de este momento porque una estocada más y aquella sensación maravillosa me atravesó el cuerpo entero, liberándome así de una presión en el cuerpo que no sabía que existía. Liberándome de un peso que no sabia que llevaba en mis hombros. Me llenó de su fruto, de aquello que daría vida algún día a mis hijos, a nuestros hijos. Seguíamos conectados mientras los dos recuperábamos el aliento, seguía notando en mi interior que él era mío y que yo era suya, tal y como exigí antes de esto.
-Como te sientes? – preguntó saliendo de mi interior y cogiendo una toalla húmeda y perfumada que teníamos en la habitación.
-Perfecta – sonreí – pero vacía, ahora que te has separado me siento vacía, siento que falta algo.
Dejé que me limpiase mis zonas, dejando la toalla con sangre y varios fluidos en el mismo sitio donde estaba. Suavemente me colocó bien en la cama y nos tapó a los dos con las mantas, me atrajo hacia su cuerpo y besó mi cabeza.
-Te falto yo amor, tu cuerpo me ha reconocido y ahora le falto yo.
Cuando me desperté, Samuel entraba con el desayuno en la habitación. Bollos, zumo, té y café, pan y queso tierno.
-Buenos días Princesa – su semblante era de felicidad – he subido el desayuno.
-No me gusta desayunar en la cama, todo se llena después de migas y de hormigas.
-Te has despertado gruñona hoy? – si, estaba de mal humor pero porque al despertarme no estaba a mi lado – que podremos hacer para sacar esa sonrisa tuya?
Mientras yo me levantaba y me tapaba con la bata de seda que me dejaron preparada, él se acercó a mi y me aprisionó contra la pared. Notaba su erección en mi trasero y eso, había vuelto a encender el mismo fuego que anoche él encendió. Tal y como dijo, mi cuerpo lo reconocía.
-Estás preparada para más – tocó mi zona íntima y con sus caricias eché la cabeza hacia atrás, en su hombro, donde él atrapó mi boca mientras seguía produciéndome ese mismo placer.
Me dio la vuelta y me alzó en brazos, rodeó su cintura con mis piernas y mis brazos los colocó en sus hombros. Apoyó mi espalda en la pared y entró en mi. No conseguía mantener los ojos abiertos, no conseguía pero si deseaba ver el placer en su cara, el mismo placer que él me producía a mi.
-Necesítas más? – preguntó en un susurro y con la voz entrecortada. Yo asentí y besé su boca mientras él aumentaba la velocidad de sus embestidas, una y otra vez, una y otra vez, entraba en mi produciéndome un mayor placer y un mayor deseo de liberación. Como era posible que esto lo rechacen cuando era lo que más placer me había dado nunca, porque tampoco tenía comparación.
Antes de terminar y liberarnos de esa prisión en la que nuestro cuerpo se encontraba, me tumbó en la cama pero él con mis pies levantados y manteniéndose erguido, sin tumbarse encima de mi, nos llevó a la liberación.
Después de recuperar los sentidos, desayunamos y me ayudó a vestirme. Esta tarde nos marcharíamos al castillo y a partir de mañana, debía asumir mis responsabilidades como Princesa o Reina.