3. Ibeth - Saga Beth

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-Paula aunque hubieras anulado mi matrimonio, tú no te casarías con él, estás casada.

-Pero llevo días envenenando a Henry – intenté callarla – ese desgraciado algún día se moriría y Samuel se casaría conmigo.

-Paula, estás enferma. Como has podido hacer eso?

-Como he podido envenenarlo? También robé dinero de nuestro clan para pagar a Juan y violarte pero el maldito no quiso, estaba enamorado de ti. Que tienes tú que no tenga yo, que tienes tú que todos los hombres babeen por donde pisas, que todos te miren.

-Un buen corazón – intervino Samuel – arrestadla.

Ahora estaban muchos más, los sirvientes, los guardias, todos se pararon a escuchar el escándalo que mi hermana y yo habíamos montado en el salón.

-Nuestro padre se avergonzaría de esto Paula.

-No, se avergonzaría de ti. Sabes porque mamá siempre te quiso más? Porque yo fui fruto de una violación, la violación que permitió a nuestro padre casarse con ella. Tú fuiste la niña que ella tanto deseó, tú fuiste la niña que arregló su matrimonio, mientras yo fui la que la condenó.

 

Los guardias se la llevaron al despacho donde ahora íbamos los tres, Samuel, Henry y yo. Cuando entramos ella estaba llorando junto al fuego. Me dio pena, me dolía verla en ese estado pero la decisión de anular su matrimonio no fue mia, yo no hice nada para enamorar al príncipe, yo solo era una niña dedicándose a sus muñecas.

-Henry, que piensas hacer? – le preguntó Samuel a un hombre dolido.

-Puedo disolver el matrimonio?

-No – ahora mi hermana gritó con todas sus fuerzas – tú no me harás esto.

-Paula, no me quieres y tampoco pones de tu parte para que nuestro matrimonio funcione.Ya no es que me hayas intentado envenenar, sino que te da igual quitar a gente del medio para conseguir tu objetivo. El Rey se ha casado y ya está. Escúchame – se acercó a ella y se arrodilló a su lado – no eres feliz y yo tampoco, no tenemos hijos que nos una. Déjame ser feliz, por favor.

-Henry, tu matrimonio queda disuelto. Podrás vivir en estas tierras o marcharte. Tú en cambio irás a un monasterio y se te permitirá salir cuando la madre superiora decida que estás recuperada.

-Paula, se ha terminado. Acéptalo. Podrás descansar y luego ser feliz junto a otro hombre.

Ella resignada asintió. Henry inmediatamente recogió las cosas de ella y las suyas. Esa misma tarde él se marchó.

-Lo siento hermana, no quería que un hombre nos separase, no cuando ninguna de las dos tenemos culpa.

Ella echa un mar de lágrimas solo asintió. Subió a la carroza que la llevaría al convento y nosotros nos montamos en nuestros caballos para ir al castillo.

No hablamos durante esa hora, cada uno estaba ensimismado en sus pensamientos, aparte de que no estábamos juntos. Él iba frente a los hombres y yo estaba rodeada por los cuatro costados de la guardia real. Una vez entramos en la aldea de lo que sería el castillo, en aquella montaña resguardado, todos comenzaron a silbar y a anunciar la llegada del rey. Varios consejeros nos daban la bienvenida en la entrada de la que sería mi casa.

-Majestad – habló uno – debe convocar una reunión de urgencia.

-Qué ha sucedido?

-Se ha casado – yo lo miré alucinando – puede haber cualquier atentado hacia la Princesa y así asegurarse de que no será Reina. Mi consejo es que el juramento debe hacerse mañana mismo.

-Muy bien, mañana mismo se hará todo. Solo quiero que asistan los lairds y los nobles, nada de pueblo. – este asintió.

-A los que están más alejados se les puede dar el permiso de presentarse más tarde, los que están cerca al castillo deben hacerlo mañana a las 4 de la tarde.

Me cogió de la mano y entrelazó nuestros dedos. Me llevó hacia unas escaleras y luego giró a la izquierda y a la derecha hasta el final de un pastillo donde se encontraban cuatro hombres en la puerta. Nos la abrieron y entramos a otro pasillo con dos puertas.

-Dormiremos juntos – tiró de mi hacia la última puerta y la abrió.

Pieles, esa habitación estaba rodeada de pieles como alfombras. Coverturas bordadas de oro. Un cuadro del Rey y espacio para poner otro.

-Mañana será un día largo, por favor descansa. – me besó la frente y los labios y se sentó en la mesa que tenía en la habitación donde comenzó a leer sobres y sobres y más sobres.

-Samuel – me miró – mi hermana te sigue queriendo.

-Lo sé, nunca dejó de hacerlo – se puso de pie y fue hacia la cama donde yo estaba tumbada – siento lo que le hice pero no me culpo, no cuando tú eras la que me llamaba la atención. No cuando mi corazón dio un vuelco cuando vi a esa niña. Claro está que no aparecería en tu vida, dejaría que fueras una niña feliz, que crecieras y te convirtieras en una mujer, solo entonces aparecí para reclamarte como mia.

-Sabía la razón de tu rechazo?

-Si, en todo momento lo supieron. No estuvo bien pero no podía engañarme a mi y engañar a tu hermana y mucho menos verte en brazos de otro hombre. Ahora descansa.




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