3. Ibeth - Saga Beth

11

-Hemos llegado – distraje a Eros de su juego con unos caballos tallados en madera – papá te ayudará a bajar.

Efectivamente, diez minutos después de parar y de escuchar dar órdenes a diestro y siniestro, Samuel abrió la puerta y nos ayudó a los dos bajar de aquel carruaje. Llevábamos una hora de viaje, volvíamos al castillo dos meses después de dar a luz a mi bebé.

-Mi madre y hermana están aquí – cogida de su brazo avanzamos hasta el interior del castillo.

-Hijo – mi suegra saludó a Samuel y luego a mí – qué tal? Me enteré de lo que te ha sucedido, lo siento.

-Mamá, no se lo recuerdes – él intentaba que yo no sufriera bajo ningún concepto y se lo agradecía – hermana, me enteré de que te vas a casar.

-No – gritó asustando así a Eros – fue un error.

-Madeleine – me contó Samuel mientras nos sentábamos en la mesa para desayunar – fue encontrada besándose con Connor McClain.

-Es un maldito viejo que me tendió una trampa.

-Deja de llorar Madeleine – la riñó su madre – no se ha podido demostrar que lo que tú dices es verdad, por lo tanto la semana que viene habrá una boda real.

-No me voy a casar con ese viejo – gritó esta asustando otra vez más a Eros.

-Madeleine, eres hija y hermana de Reyes, haz el favor de comportarte o yo misma te encerraré en los calabozos.

-Nooo – volvió a gritar

-Queréis dejar de gritar que estáis asustando a Eros – ahora hablé yo firme – Madeleine nadie te encerrará en el calabozo pero si debes cumplir. Haya sido un error o no, no te van a permitir avergonzar a esta familia.

-Tú si la has avergonzado – me miró con los ojos llenos de odio – que te has casado en cuanto supiste que mi hermano estaba muerto y trajiste al mundo a un bastardo. Más vergüenza que ha pasado mi familia por tu culpa no pasarán por mi.

-Madeleine – intervino Samuel.

-Qué hermano? Ahora vas a cuidar a un niño que no es tuyo, sino de esta fulana con a saber quién, igual que cuando dio a luz a mi sobrino que la pillaste con otro. Me va a decir a mi que voy a avergonzar a mi familia cuando tu has sido el hazmerreír de todas las Highlands.

-Ya está bien niña – ahora gritó Samuel – te he perdonado mil cosas pero esto ya no.

-Hija – su madre se situó al lado de Samuel – a Ibeth le tendieron una trampa y cuando dio a luz a tú sobrino fue sola y no tuvo ningún amante. Cuando a tú hermano lo dieron por muerto, año después, ella tuvo que casarse porque los nobles la obligaron.

-Madeleine, igualmente irás al calabozo. Guardias.

 

Besé a Eros en la frente y dejé que siguiera desayunando pero yo me retiré a la que fue mi habitación tanto tiempo. Me quedé de pie, frente a la ventana.

-Lo siento – Samuel me asustó - está desquiciada.

-Cada día desde que me exigieron volver a la corte, iba a tu tumba – le señalé la tumba que se veía desde donde me encontraba – la puse ahí por que así – me rodeó con sus brazos la cintura – los días que llovía y no podía salir, la veía desde aquí y te hablaba. Cuando me dieron la noticia de que debía casarme, me negué a elegir marido y me negué a conocerlo o a ser cortejada, pero aún así, casada con otro hombre, nunca dejé de ir a tu tumba, aún sabiendo que estaba vacía. – me giré y me quedé frente a él – cuando di a luz a Eros te juro, te prometo, lo que quieras, pero créeme no sabía que Juan estuviera ahí.

-Lo sé, te creo amor.

-Entonces qué haces que no me das un beso, si parece que estoy frente a un fantasma y me muero por besarte desde que apareciste.

Dios, me moría por tener esos labios en mi piel. La sensación de volver a tenerlo en mis brazos cuando me besó y alcé mis manos hacia su cara, esa sensación fue impresionante. Las mariposas volvieron a aparecer, la necesidad de tenerlo junto a mi, volvió. Lentamente y sin dejar de besarnos, nos acercamos a la cama y poco a poco nos fuimos despojando de la ropa para así tener mejor acceso a nuestros cuerpos a nuestra piel que en ningún momento dejamos de besar. Entró en mi y esperó un buen rato para que fuera acostumbrándome a su tamaño. Comenzó a moverse llevándome como él siempre lo había hecho, al cielo.

-Te quiero – dije entre gemidos y él solo aumentó el ritmo, cogiéndome de la cintura y dejándome inmóvil a la cama.

Besó cada parte de mi cuerpo, y yo besé cada parte de su cuerpo. Dejé que me hiciera suya, me entregué por primera vez en mucho tiempo, en cuerpo y alma al que era mi amor, al que tanto quise y seguía queriendo. Volví a sentirme amada y volví a ser suya.

-Te quiero mi Reina – me dijo al oído mientras recuperaba el aliento y seguíamos conectados – te eché de menos.

-Qué te sucedió? – vi su espalda llena de cicatrices – que fue lo que te paso?




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