3. Ibeth - Saga Beth

14

Nos dirigimos los tres, llevando en medio y agarrado a nuestras manos a Eros. Mi hermana entró en la Iglesia detrás de nosotros y pude ver lo feliz que era, estaba radiante. Se hicieron el juramento y lo sellaron con un beso. En el castillo ese día se aprovechó para comer todos juntos y los novios no paraban de recibir regalos. También estaban invitados Kamila y pude ver como Samuel no se acercó a la niña para nada.

-Beth – Samuel se acercó a mi lado – podemos hablar con Kamila un segundo? – yo asentí y los dos junto al marido de Kamila, ella y la niña, entramos en la biblioteca.

- Kamila, puedes desnudar a la niña? – todos miramos a Samuel como si se le hubiera ido la cabeza –Eros tiene una mancha en el costado al igual que yo, quiero ver si Kamila también la tiene.

-No haré eso, no voy a someter a mi hija a semejante barbaridad.

-Kamila – intervino su marido – házlo.

Ella se quedó en silencio y procedió a descubrirle el torso a la niña, dejando a la vista de que no tenía ninguna mancha.

-No es mi hija, a que no Kamila?

-Si lo es, si lo es.

-Kamila, los dos somos de pelo oscuro y esta niña es rubia. No se parece en nada a mi y tampoco tiene siquiera un rasgo tuyo. Dime la verdad Kamila o te separaré de la niña lo que te queda de vida.

-No – gritó ella pero a la vez abrazaba a su hija con fuerza – no es tú hija vale. No es tuya. Vine aquí pidiendo ayuda a tu hermana y ella fue la que ideó este plan, siempre ha odiado a Ibeth, siempre a odiado a toda aquella mujer que se te acercase.

-Por qué? – pregunté yo más bien para mi pero todos me escucharon.

-Por que Madeleine siempre ha estado enamorada de su hermano. Siempre vio en él al hombre que deseaba tener en su vida y de hecho se te ha insinuado varias veces pero tu no te has dado cuenta.

-Es mi hermana por Dios – Samuel estaba furioso - como voy a acercarme a ella de esa manera.

-Eso mismo le decía yo pero al fin y al cabo me daba igual lo que os sucediera a vosotros, ella solo quería romper esa alianza para poder seguir conquistándote y yo solo quería que mi hija estuviera protegida.

-Todo aclarado – se acercó a mi ignorando a Kamila – nunca te he sido infiel amor mio, nunca.

-Te quiero.

-Y yo.

Los dos nos fundimos en un beso y nos olvidamos de que había más personas en el despacho. Cuando nos separamos estábamos solos.

-No hables, nunca hablemos de lo que hoy Kamila nos ha contado.

-Te lo prometo amor, nunca.

Nos retiramos a la habitación y prácticamente viví en una nube lo que quedó de mi embarazo.

-Samuel – le grité – Samuel – le empujé y cayó de la cama

-Quien nos ataca? – se levantó asustado.

-A ti nadie, a mi el bebé me está atacando – otra contracción me hizo gritar.

-Qué debo hacer? Dime – se acercó a mi y yo lo enganché del pelo con la siguiente contracción quedándome así con varios pelos suyos entre mis dedos.

-Mariana y Paula – susurré recuperando las fuerzas que me quedaban.

Unos minutos después Samuel entraba con ellas dos.

-Tú – mi hermana lo miró – fuera, fuera de aquí – le gritó ella – están pasando una botella de whisky ahí fuera, a beber.

-No, no tengo donde agarrar – dije yo quejándome con la siguiente contracción.

Estuve varias horas empujando y entre contracción y contracción me quedaba dormida. Estaba agotada pero esto no sería fácil.

-Llamad al médico – mi hermana abrió un poco la puerta y antes de terminar la frase lo dejó entrar.

-La debemos sangrar – dijo el médico pero yo no tenía fuerzas para contestar.

-Vamos a ver – mi hermana lo enganchó de los brazos y lo sacudió – hay que hacerle una cesárea, el niño viene de culo, le parece bastante sangre esa o quiere más?

Recordé el corte notarlo en mi piel y me quedé inconsciente. Sé que en algún momento me despertaba, pero volvía a caer en un sueño profundo.

-No te vayas, quédate con nosotros, con tus hijos y conmigo – abrí los ojos ante aquel llanto.

Era Samuel que tenía la cabeza apoyada en el colchón.

-Qué sucede? – le pregunté y le acaricié la cabeza – por que lloras? – con la otra mano libre me limpiaba el sudor que tenía en la cara.

-Cariño, has vuelto – se limpió la lágrima de la cara – llamaré al médico.

-Dónde estoy?

-En casa.

Ante su respuesta me volví a quedar dormida. Estaba en casa, junto a él y estaba segura de que nunca nada ni nadie me haría daño. Estaba soñando, de eso estaba segura. Me encontraba en un prado verde, sola. Me puse a girar sobre mi misma y me encontré con una mujer que me parecía familiar, pero nunca había visto.

-Siempre, en cada una de tus vidas me has reconocido, pero esta será la última vez que nos veamos.

-Quién es? – pregunté aunque en mi corazón conocía la respuesta.




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