Mi hermana no era desesperante cuando se trataba de hacer compras. Daba las gracias por ello. Laini no se dedicaba a recorrer todas las tiendas del centro comercial o a regodearse con los precios, ella simplemente compraba las cosas que le gustaban sin preguntárselo dos veces, por esa razón siempre volvíamos temprano a casa.
La panza de mi hermana ya estaba creciendo, se veía redonda y perfecta, un ser humano se estaba desarrollando dentro de ella hasta hacerla parecer un corrector en lápiz.
¿Cómo se sentirá estar embarazada?
No podía imaginarlo, pero por el momento no tenía intenciones de descubrirlo.
Laini compró varias prendas de ropa para su bebé y luego se entusiasmó con las cremas para las estrías. Yo caminé a través de la tienda sin alejarme demasiado para buscar un par de jeans que necesitaba, ya que estaba viviendo a base de solo tres pantalones. Para mi desgracia, todos los malditos jeans estaban en temporada, por lo que no me iba a alcanzar el dinero para comprarme más de uno. Busqué el más bonito y a la vez el más barato para llevármelo al probador, y cuando lo encontré, la suerte volvió a golpearme en la cara, no había de mi talla.
Desearía ser talla treinta y seis como Sky y no cuarenta, ya que jamás lograba encontrar un pantalón perfecto para este trasero mío.
Seguí buscando y desordenando los jeans.
Me devolví para ver quién me hablaba, ya que pensé que podía ser una de las vendedoras que están por la tienda para ayudar a las personas, pero no, solo era una chica que no tenía ningún aspecto de trabajar ahí.
Aquella chica era tan alta como Sky, su cadera era igual de estrecha y tenía una larga cabellera rubia y desordenada que enmarcaba su rostro y sus ojos azules.
Dejé de observarla, sostuve el pantalón con mis manos y revisé la etiqueta. Era un perfecto cuarenta.
Sus dientes blancos se formaron en una sonrisa y pronto la comisura de mis labios también la formó.
La pregunta era muy general, pero considerando que Millebane era una ciudad muy pequeña, consideré que la pregunta no estaba tan mal.
Aquella chica llevaba en la frente un letrero de neón con el nombre “Australia”.
Bien no fue la mejor respuesta, pero cada vez que veía un cabello así de rubio y largo, se me venían a la mente las surfistas de las películas australianas. Ella se miró las puntas casi por inercia, su pelo estaba descuidado y desordenado, algo que me hizo recordarme a mí misma.
Miré sin cuidado su cuerpo, sus jeans rasgados estaban viejos y su camiseta amarilla parecía tan antigua como los comerciales de Coca-Cola del año noventa y cuatro.
Vamos, aquel comercial fue del mismo año en que nací, pero mi hermana solía cantar la canción cuando yo tenía siete y terminó contagiándome el ritmo.
Ella no se despidió de mí con palabras, pero supe que se marchaba cuando me dio la espalda y levantó la mano en señal de despedida.
No pude responder, porque mi cuerpo se había quedado pasmado en aquel rincón de la tienda.
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Editado: 14.05.2019