La universidad era un tema zanjado para mí, tenía listo el ingreso a la facultad de psicología en la universidad de Portland, a la cual iría junto a Carter, quien recientemente se había decidido y me había dado la noticia. A pesar de haberle preguntado amargamente de si yo era la razón de su estancia permanente, ella negó que así fuese. Estaba feliz al saber que tendría a una de mis amigas que me ayudará a afrontar la universidad y sus extraños horarios.
Mis padres me habían apoyado cuando les dije lo que planeaba estudiar, había ganado una pequeña beca para estudiar, por lo que mis padres podrían costearlo.
El verano se está terminando, había pasado casi volando, puede que haya sido el verano más corto de la historia, pero hice muchas cosas estas vacaciones, salí a varias partes con mis amigas y disfruté del aire libre y la naturaleza. Fue el primer verano en que no pasé pegada a la computadora.
Escuché todos los discos de Lee y me leí a lo menos 6 libros que Carter me había prestado de su biblioteca. No fue un mal verano, aunque claro, todo hubiese sido diferente si lo hubiese compartirlo con Lee.
Claramente aun lo extraño, pero cada vez se me ha hecho más fácil aceptar su repentina muerte, porque al final eso es lo que fue, fue algo totalmente repentino e inesperado, pero todas las muertes son así, incluso las que son de una enfermedad terminal. Nunca sabes con exactitud cuando una persona se va a morir, simplemente se va de tu lado una vez que su cuerpo deja de funcionar, no le pide permiso a nadie ni tiene una alarma que avise la hora exacta en que te vas a morir. La muerte es rápida, a veces dolorosa o indolora. Lamentablemente no puedes hacer que una muerte sea perfecta, muchas veces ni siquiera alcanzas a despedirte de la persona amada, te quedas con las palabras que nunca dijiste en la boca y te preguntas que hubiera pasado si… Si las hubieras dicho antes de que dejara de respirar. Me hubiera encantado que Lee tuviera una muerte feliz, y no sé si lo tuvo realmente, pero supongo que durante sus últimos meses de vida, fue feliz conmigo, fue feliz con sus amigos y con su familia. Todos vamos a extrañar a Lee, no hay duda alguna, pero también sabíamos que era momento de dejarlo partir. Yo tenía que dejarlo ir en algún momento.
Había escuchado su voz tantas veces durante algunas semanas que me había acostumbrado a dormir con el celular pegado en la oreja. Me sentía un tanto estúpida, como esas protagonistas masoquistas de las películas que escuchan la voz de su esposo muerto solo por el celular, pero ahora realmente las entendía.
Hace varios meses que no escucho su voz y ahora siento como si todo fuese muy lejano. Tomé mi celular entre mis manos y borré su número de mi memoria telefónica, no volvería a llamar a su buzón de voz, pero siempre tendría el hermoso recuerdo de mi primer gran amor. Aún tenía sus discos, esa parte de mi memoria jamás se borraría.
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Editado: 14.05.2019