¿Alguna ves te ha pasado no poder salir de tu cama? Sientes que tu mundo va a explotar, gira y gira alrededor de tu cabeza sin intención de parar. Te sientes agotada, pero aún así decides continuar hasta que de pronto, todas tus energías que tenías en un principio, terminan desvaneciéndose.
Hoy no quisiera ir a la escuela. No es que no me guste, sino que hoy no estoy de humor para ser la burla de alguien. No de nuevo.
Mi madre, Vanessa François, se dirige a mi habitación y me pone una mano sobre mi hombro.
–Nena, despierta–Dice suavemente.
–Hoy no, manu–Le contesto.
Manu se pone de pie y sale de mi alcoba. segundos después, vuelve a aparecer en la puerta:
–Te he hecho macarrones...–Dice, enseñándome por encima de la cobija aquellas galletas tan apetitosas y coloridas.
–Gracias, Manu, pero no puedo aceptarlas...
–¿Por qué no, mi cielo?
–Porque si me como eso, de seguro engordaré más.
–Bien, nena, pero párate para la escuela. Se te va a hacer tarde. Anda, hazlo por mí, cielo.
–De acuerdo...
Me pongo mis pantuflas y bajo a la cocina todavía en pijama, agarro un vaso de jugo de uva y lo tomo. Me cepillo los dientes y me pongo encima una playera extragrande de hombre acompañado con un pantalón de mezclilla; extragrande también.
Manu me lleva a la escuela en su coche. Yo voy mirando por la ventana escuchando la radio.
El coche frena y se detiene, dejando que mi vista se plasme en el edificio.
–Cuídate, amor–Dice Manu bajando la ventana del auto.
Inhalo profundamente, después libero el aire por mi boca. Me dirijo rumbo a la puerta del colegio y justo cuando voy a entrar...
–¡Quítate, gorda!
No me sorprende que me tope al momento con Anthony, un chico lleno de pecas y pelirrojo que siempre me molesta. Acompañado de él va Marielle, su novia, una chica sumamente popular y extravagante. Riéndose, me empuja fuera de su paso.
Arreglándome las ropas, vuelvo a tratar de entrar. Una vez allí, camino hacia mi salón y tomo asiento. El profesor nos introduce la clase y después de eso nos reparte los éxamenes de la vez pasada. Ya viene rumbo a mi lugar, se detiene y me entrega el papel:
10, dice la nota.
En mi rostro se dibuja una gran sonrisa, pero no dura mucho. Papeles hechos bolita chocan contra mí. Recojo uno de los papeles y lo abro:
¡A PARTE DE GORDA, ÑOÑA!
Volteo a todos lados para identificar quien lo hizo, pero no encuentro absolutamente a nadie que se pueda ver sospechoso.
Pasan las horas lentamente, miro el reloj y finalmente el timbre suena.
Me dirijo a unas bancas que están en el patio, a lado mío se encuentra Anthony, Marielle y otros de sus amigos. Abro mi lonchera y me dispongo a darle una mordida a los macarrones que Manu me preparó esta mañana cuando de repente una piedrita choca contra este.
–¡Qué, asco verte comer, Bestia!
Me paro de la banca enfurecida, pero antes de poderle responder a Anthony él continúa:
–¡Vete de aquí! ¡Das asco!
No puedo soportarlo más. Me derrumbo y comienzo a llorar. Trato de detener las lágrimas, pero estas no cesan. Me cubro mi cara con mis manos y ya cuando estoy un poco mejor corro al baño.
Me miro con desprecio en el espejo, dejando mi tristeza a un lado sólo para gritarme:
–¿Por qué eres así, Marlín? ¡Eres horrorosa! ¿Por qué no eres como los demás?
Corro una mano por mi largo y lacio cabello. Abro más los ojos y pienso:
–No. No te dejes derrumbar, Marlín. ¡Demuéstrales quién eres! ¡No te rindas...!