Estoy en una videollamada con Amelie, una vieja amiga que se mudó a Canadá cuando estábamos en primaria. Amelie era mi única amiga en esa época y cómo era de esperar, Anthony era mi peor pesadilla.
—Y, ¿qué tal? ¡Cuenta detalles!—Dice Amelie a través de la pantalla, apretando una almohada entre sus brazos.
—Bueno… Daniel es lindo, gentil, gracioso, franco…
—¡Ayyy!—Dice Amelie con emoción.
—Pero, ayer conocí a otro chico: Remi. Es lindo… excepto que no es mi tipo…
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Él está en forma… Yo ni siquiera tengo una…
—¡ESTÁS LOCA, MARLÍN! ¡SÓLO MÍRATE! Eres hermosa así como estás. Tienes bellísimas pecas esparcidas alrededor de tu rostro, hermosos ojos grandes de un color único y una nariz algo particular, pero fina.
—Pero… Mi cuerpo…
—¡Ay! ¡Al diablo con el cuerpo, Marlín! Lo que importa no es lo de afuera, sino lo de adentro…
—¡Agh! ¡¿Quién va a creer esa estupidez?!
—Yo lo creo…
—Okey… Cambiemos de tema…
Amelie y yo hablamos durante mucho tiempo, después nos despedimos. Cierro mi laptop y tomo un gran suspiro. Echo un vistazo a mi celular para encontrarme con un mensaje nuevo:
MENSAJE:
Hola, soy Remi, no sé si te acuerdes de mí…
En fin, le pedí a tu padre tu número, espero no
te moleste. Quería saber si te apetece ir hacer ejercicio
conmigo, mañana después de tomar nuestras clases.
Bien, estoy ansioso por tu respuesta. Nos vemos pronto.
Casi grito, pero me controlo. Me tiro a la cama con los brazos extendidos. Cierro mis ojos y justo cuando estoy a punto de dormirme, mi mente pone una idea loca en mis pensamientos:
¿Por qué no haces ejercicio? Claro que no vas a adelgazar de la noche a la mañana, pero es mejor ver a Remi con unos kilillos menos que verse igual que siempre ¿o no?
—¡No! ¡Ahora cállate y duérmete, Marlín!—Me digo a mí misma.
Me mantengo quieta durante minutos, hasta que no resisto más y me paro de un salto.
—¡Ay, está bien!
Abro mi camino hacia las puertas del mini gimnasio que manu tiene en la parte baja de la casa. Tomo mis pesas y mi reproductor de música. Le doy <<play>>. Pongo “Ni tú ni nadie”. Me inspiro y empiezo a hacer abdominales. Coloco encima una pesa gigante sobre mis pies, pero eso hace que me lastime la espalda. Un rato más tarde, ya no puedo quitar la pesa que está por arriba de mis pies. Hago un último esfuerzo y con muchos trabajos quito el pesado objeto. Me paro sobándome la espalda. Corro a la báscula y recuperando un poco mi aliento, me paro sobre ella: He bajado 1 kilo. Vaya, este proceso parece tan lento...