4 Cuentos De Terror Para Este Halloween + Extra

El Minotauro

Una caída de quince metros significaba la muerte segura. Sin embargo, le lancé una cuerda a mi amigo, el explorador Kingsley, y su descenso fue más seguro: Yo era quien sostenía la cuerda desde el borde de la peña , que también servía como entrada a la cueva.

Hace unos días, habíamos escuchado de una montaña en Colombia, una de las más altas del país, aun ignota. Casi al instante aceptamos partir hacia aquel destino, pues iba a ser uno de tantos más que habíamos explorado. Años de experiencia nos hizo sentir seguros de que nuestro viaje iba a ser divertido y emocionante.

En menos de diez días, ya habíamos escalado la punta de la dichosa montaña, viendo en el camino a las comunidades indígenas Kogui, quienes nos ofrecieron un lugar para descansar y comer. A pesar de nuestras obvias diferencias culturales, nos pudimos llevar bien. Incluso, nos animaron a visitar una cueva situada al otro lado de la cima. Nos dijeron que es una cueva ignota; otro motivo para seguir explorando.

Cuando descendíamos paralelamente por la ruta del espolón de mesetas, nos topamos con la abrumante desnivelación que terminaba en la entrada de una cueva. Una vez adentro, la pregunta de Kingsley me recordó un detalle, que no había tomado en cuenta:

— Sheldon, ¿Cómo regresaremos? —Menciona, con un poco de preocupación— Vi que te llevaste la cuerda en vez de atarla a la peña.

— No te preocupes, es por seguro que al final de la cueva habrá un camino alternativo y daremos con una salida, si tomamos en cuenta la erosión de suelo por la temporada en la que estamos. En todo caso, si regresamos, podemos aprovechar la pared rocosa para escalar, y si eso no basta, podemos utilizar los piolets.—Dije a mi amigo, para calmar sus dudas—.

Siempre que viajamos, pasamos por dificultades que van desde las irregularidades del clima, hasta las deficiencias económicas. Pero siempre habíamos salido de los problemas, y esta aventura no iba ser la excepción. De hecho, las preguntas de Kingsley me obligaban a responder rápidamente, ya era costumbre que sus inseguridades salían a flote; y como buen amigo que era, debía darle una esperanza en la cual creer, aunque no fuera veraz del todo.

— ¿Lo notaste? —dice apuntando su linterna hacia los costados—. En las paredes hay bloques dispersos de mármol. Parece que hubo alguien más antes que nosotros.

Tenía razón, había bloques dispersos de mármol sobresaliendo del pasadizo lineal en donde nos encontramos. Con mi linterna, apunté hacia el más cercano y noté su composición pura, por la porosidad visible entendí que habían servido como ventiladores naturales; lo que significa: Poca humedad en el ambiente, un espacio fresco y agradable para dormir.

— ¡Ey! Te quedaste pensativo otra vez. Mira. Hemos pisado mármol desde hace un buen rato.

Kingsley daba fuertes pasos para resonar su caminar. Lo imité también, acelerando el paso. A unos metros divisé algo:

— ¿Eso es un dintel? —pregunté, animado—. Entonces, debemos de estar entrando en algún tipo de santuario Kogui…

— Pero, no nos mencionaron nada al respecto. ¿Por qué crear un santuario que no se puede ingresar fácilmente?

— Tal vez, la entrada esté del otro lado, y esa será nuestra salida. No perdamos los ánimos ahora, Kingsley.

Después de convencer a mi amigo, trotamos por debajo del dintel que hacía de portal, muy parecido a un Torii, pieza tradicional de Japón. Recordar la vez que escalamos la montaña Fuji me pone nostálgico, así que decido enfocarme en el presente y seguir con esta aventura; al voltear a Kingsley, pude notar una combinación entre pavor y entusiasmo. Esas emociones me dan combustible para seguir a mi ritmo y llegar al final…

O, mejor dicho, hasta llegar a una cámara iluminada por lámparas de aceite y tragaluces laterales que intensifican la luz en la habitación, además, del aporte del mismo sol ocultándose. Hace de nuestras linternas, un chiste ligero en este escenario. No hay motivos para retroceder, así que avanzamos hacia al frente.

En los adentros de esta cámara de mármol, vimos la silueta de una estatua, la cual, no permanecía encima de un pilar, sino, yacía sentado en un silla de piedra mal labrada, en una posición incomoda. La estatua tenía detalles vagos que hacían recordar a un toro de dos patas, como el de Creta en la historia de Teseo. Sin embargo, era evidente que la intención no era reflejar aquella parte de la mitología griega. La razón era sencilla: la cultura y el país en el que estamos.

Mientras más nos acercábamos, notaba mejor la composición de la estatua. Hojalata oxidada, aleación de cobre con aluminio, acero al parece galvanizado, y otros curiosos metales que habían sido cubiertos visiblemente de pintura dorada, ya desgastada. Cada placa de diferentes metales había sido sobrepuesta una tras otra, este conjunto de piezas que recorrían todas las extremidades me recordó a una armadura; poco convencional, de hecho.

Me preguntaba, más que nada, en el yelmo. ¿Por qué un toro? Un toro en Colombia significaba tradición, por las corralejas. Incluso podría significar virilidad, pero, tendría más sentido exhibirlo en un museo o una plaza que en una cueva recóndita. Algo no estaba bien…

Cuando estuvimos a unos cinco metros de la armadura. Noté un ligero movimiento en el escarpe.

— Alto.—Dije, impulsivamente.

— ¿Qué pasa?

— Creo que la armadura esta, se está moviendo.

Kingsley se toma un tiempo para verificar lo que acababa de decir.

— ¡Patrañas!

— ¡No estoy bromeando! Lo vi moverse.

— En todo caso,—dice, mientras se acerca más—será mejor comprobarlo.

En el momento exacto en el que toma el yelmo desde la gola, una mano metálica y rápida se posa con la suya, deteniendo su intento de desenmascararlo. Es la armadura, quien se levanta para quedar de pie en ambas pezuñas. Su inmenso tamaño me hace pensar que tal vez, es buena opción huir. Kingsley tuvo suerte de zafarse del agarre, y entre ambos, nos dimos cuenta que lo mejor era correr.




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