La ruptura del estado, corrompió al hombre de por sí corrupto. Durante el trayecto a Texas, vimos actos inhumanos perpetuados por ciudadanos. Lo peor era que el ejército no podía darse abasto.
Los soldados priorizaron la evacuación, así que pudimos llegar al refugio sin perder a tantos miembros. No sucedió lo mismo con los desgraciados que no pudieron salir a tiempo de las grandes ciudades.
Alexander White —el anciano que me adoptó—, me enseñó muy bien a engañar a la gente para que hiciera mi voluntad por encima de sus propios intereses. Por eso, lo primero que hice cuando llegué a Texas, fue sobornar a los soldados con el reloj que le di a Daniel. Gracias a eso, conseguí un teléfono satelital para contactar a Margarite, quien se encargó de presionar a nuestros «amigos» y hacer las transferencias.
Desde del cuarto hasta el catorceavo día, me tomé un descanso del apocalipsis. Tuve que gastar una pequeña fortuna en sobornos para conseguir un helicóptero que me sacara de Texas. Planeaba ir con Margarite, quien se encontraba en una isla en Canadá.
Los noticieros regresaron al noveno día. Resultó que todo el supuesto infierno, era una guerra gigante que engulló al mundo. Los expertos no sabían si catalogarla como la tercera guerra mundial, o como la segunda guerra fría, porque el conflicto era entre las dos religiones más poderosas del mundo, no entre países-estado.
—La mitad de Europa —comentó la reportera en una transmisión especial desde la zona en conflicto—, ha sido tragada por esta guerra… No hay precedentes en la brutalidad… Los terroristas han usado armas biológicas, atómicas y una nueva tecnología de la que aún no nos informan.
De acuerdo a los medios, la bomba que marcó el día cero, era un nuevo tipo de arma; nunca antes se había usado un arma climatológica. Eso fue lo que causó —según los noticieros—, el incidente con la luz.
En aquel entonces, no me interesaba lo que pasara con el mundo. Vivía en la realidad en la que fui criado; siempre buscando comodidades y privilegios —como estaba acostumbrado desde la adolescencia—, mientras que los demás no tenían ni qué comer.
Aunque no podía hacerme nada, Daniel no se olvidó de mí. «¡Me engañaste, maldito!, ¡te asesinaré! —todas las mañanas, tenía que pasar por la zona comunal, y Daniel aprovechaba para insultarme—, ¡no saldrás con vida de aquí!».
—Daniel, amigo —le contestaba todos los días—, perdoné tu vida porque me trajiste hasta aquí. ¡Confórmate con eso!, y disfruta la comida...
Entre las ventajas que compré, alquilé a un grupo de «soplones» y guardias, quienes —a través de documentos— me informaron del avance de la guerra. Los ataques solo fueron en las grandes ciudades. Algunas habían desaparecido, pero la vida continuaba en los pequeños poblados. El infierno no se extendió por todo el mundo —al comienzo—, solo por algunas partes.
También me mostraron grabaciones de los ataques en las ciudades importantes; si esas cosas eran difíciles de matar, los que habían mutado eran indestructibles. Seres gigantescos, amorfos, algunos incluso desarrollaban partes de animales, musculatura sobre humana y extremidades grotescas.
Uno de los tantos guardias que conseguí, me brindó información confidencial. El reporte, que llevaba el sello del presidente, describía a las criaturas como la mutación de un parásito desarrollado en laboratorio. De acuerdo a los documentos, el «parásito caníbal» era una manipulación genética, creada para infectar a un huésped humano y reproducirse de forma descontrolada.
No sentí miedo en ese momento, porque solo afectaba a un reducido grupo de la población, y si destruías las terminales nerviosas de la columna vertebral, el sujeto moría. El parásito, no podía sobrevivir mucho tiempo sin un huésped humano.
Me sentía muy seguro ahí, pero las cosas volverían a ir mal. Durante el catorceavo día, las nubes se despejaron un poco. El arma climatológica perdía fuerza —según los soldados—; «no es el apocalipsis», me dije mentalmente. Creí, como un tonto, que el mundo solo había atravesado por otro periodo de depuración, y como de costumbre tenía un lugar privilegiado.
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Editado: 17.11.2018