7 Pecados Capitales

Día uno: Pereza

Sentir y ver como te encierran en un sótano con tu peor enemigo, es como si te echaran un barde de agua fría con cubos de hielo: una mierda. Y más si lo haces para mantener una reputación y mucho más cuando te encierran un horrible cuarto que lo único tiene es una cama matrimonial como si planearan que fuéramos a dormir junto o tener sexo y el horrible sonido de una gotera. 

Nada de sangre.   

Ni una gota de la maldita sangre.         

—Golpear la puerta es innecesariamente inútil, Angeline—interrumpe Liam en mí séptimo intento de derribar la puerta. 

Me volteo a él echa furia. Sus ojos grises me miran con aburrimiento mientras se desliza por la pared hasta quedar sentado en el suelo.  

—Si te quedas sentado haciendo nada saldremos aquí el treinta y uno de diciembre—digo entre dientes hecha una furia.         

El muy descarado me saca el dedo del medio. Suelto un suspiro analizando las opciones que tengo para salir de aquí y no asesinarlo cuanto antes.

Liam y yo todos los años nos sometemos a la Luna roja, un ritual de siete días en donde nuestros poderes llegan hasta su máximo nivel y llegamos a ser lo más peligrosos de la historia vampírica y humana. Claramente, cada uno lo hacía separado con sus precauciones, ya que alguien o muchos podría salir lastimado. Entramos en un trance que ni siquiera nosotros mismos podemos controlar nuestra mente. Pero los condes supremos tuvieron la genial y súper buena idea de meternos a ambos en el único lugar donde la magia de las brujas blancas hacen efecto en nosotros, sellando la puerta y sin dejarnos salir. 

Y adivinen qué, hoy es la primera luna roja. 

Nuestros dones podrían fusionarse y crear una catástrofe para nosotros, o podría ocurrir tal como los años anteriores. Solo hay una forma de averiguarlo y es intentándolo. 

—Detesto a las brujas —bramo. 

Verlo tan tranquilo y calmado me pone más agresiva. Su cabello color negro cae desordenado en su frente y sus labios tararean lo que creo que es una canción. 

¿Cómo puede estar tan tranquilo cuando podemos ser una abominación en cualquier segundo? 

—Lamento interrumpir tu concierto mental —doy un paso hacia él —, pero creo que es momento de mover tu maldito culo y empezar a buscar una salida.

Ríe perezosamente.

—Yo no soy el idiota que no se alimentó en las últimas veinticuatro horas. 

Joder.

¿Cómo lo sabía? 

Mi boca se seca y mis colmillos amenazan en salir. Un ruido hueco proveniente de mi estómago a causa del hambre hace que me sonroje. Liam sonríe con suficiencia al saber que tiene razón. Pero aun así, no tiene miedo.

Tomo una respiración profunda y trato de no pensar en la sangre.

Sangre, sangre, sangre, sangre. 

Ay mierda esto va a ser imposible.

Cuando un vampiro pasa más de veinticuatro horas o mejor dicho más de un día sin ingerir sangre, pueden pasar dos cosas: puede entra en una fase llamada ISVA mejor conocida como losava, donde tú sistema comienza a colapsar y entrar en un estado de locura enfermiza sangrienta, nada bueno y menos en esta situación, o, puede beber sangre de otro vampiro, pero este tiene un efecto mucho más satisfactorio... en el modo sexual. Y lo menos que quiero es tener algo sexual con Liam. 

—Lamento no poder predecir el futuro y saber que nos iban a encerrar en un maldito sótano —grito por si alguien del otro lado logra escucharme. 

Me acerco a la cama y me siento en la orilla. Pensando en la locura en la que estoy metida, escondo mi rostro entre mis manos. La primera vez en quince mil años que esto me pasa. 

—Tú eres la única que se cree que aquí habría una feria de sangre —dice burlón.

Elevo mi cabeza para fulminarlo con la mirada.

—Por si no te das cuenta, tú también estás aquí.

Él, sin siquiera preocuparse por su inmortalidad, me mira con aquella mirada fría.

—Aquí es dónde yo hago el ritual. Tú estás invadiendo mí espacio. 

Alzo las cejas y repaso el lugar con la mirada.

Las paredes, incluso la puerta y techo, contienen marcas de garras por todos lados. El respaldo de la cama tiene varias astillas puntiagudas como si se hubieran quebrado antes. Un escalofrío pasa por mi columna terminando en mis pies. Yo nunca he hecho tanto desastre, ni siquiera a propósito.

—¿Eres un perro rabioso y no me di cuenta? —digo con sarcasmo.

Sus comisuras amagan en elevarse.

—Sí, soy un perro rabioso. Ten cuidado que puedo morderte —su voz sale neutral. 

—¿Y ese perro ha bebido sangre? —pregunto con curiosidad.

¿Podría hacerme daño? No. Somos iguales en poder, podría derrotarlo fácilmente.

—Lo confirmarás tú misma.

El resto de la noche la pasé tendida en la cama mientras pensaba si Liam de verdad tiene ganas de vivir su vida inmortal, porque parece importarle muy poco la situación que estamos pasando. Es como hablar con una maldita pared o con una piedra.

¿De verdad conozco a Liam Phillips? 

Es un hombre que aparenta de veintidós años, sus dones son mortales, su cabello negro como con mechas blancas natural, ojos grises como un pozo y sonrisa atractiva muy atractiva. 

En todos estos años nunca hable muchos con él, se supone que debemos estar alejados porque no sé sabe que podemos llegar a hacer juntos. Rumores dicen que siempre quiso matarme para ser el más poderoso del mundo e historia. Mi madre y mi padre me decía que ni siquiera lo mirara, que lo evitara a toda costa. Y ahora, me encuentro una semana encerrada con él, lo tengo a unos metros de distancia y sin haberme alimentado. 

Mi estómago ruge de nuevo. Muerdo mi labio inferior controlado el impulso de no abalanzarme sobre su cuello y saborear su sangre en mi paladar. ¿Sentiría ese placer indescriptible del que todos hablan? Alejo ese pensamiento de mi cabeza. 

Buscaré una salida antes de que eso pase. 




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