Ezequiel estaba apoyado en fría e impoluta la pared de La sala de espera, en completa soledad. Frente a él estaba la puerta del quirófano, donde se había visto obligado a soltar la mano de Lucía. El silencio abrumador solo se rompía cuando alguna enfermera pasaba corriendo por el pasillo, pero la puerta no se había abierto nuevamente, y ansiedad de no saber que estaba ocurriendo dentro consumía lentamente su cordura. Había perdido la cuenta de cuántas veces había mirado la hora, de cuántas veces su teléfono había escapado de sus manos temblorosas aún impregnadas con La sangre de Lucía.
Y cerraba los ojos y la escena se repetía una y otra vez en su cabeza...
La súplica desesperada de ayuda de una mujer, atrajo su atención y lo obligó a abandonar su departamento casi por inercia. Descendió las escaleras rápidamente, con el corazón palpitando a mil, casi como si pudiera presentir que se trataba de Lucía. Se abrió paso como pudo entre buitres chismosos que solo miraban y comentaban, y entonces se encontró con una escena que parecía salida de una horrible y retorcida pesadilla, la chica agonizaba sobre un enorme charco de su propia sangre. Le tomó una fracción de segundo reaccionar y con sus propias manos intentar contener la hemorragia hasta que llegara una ambulancia, mientras le suplicaba que no cerrara los ojos. Esos diez minutos se sintieron como diez años.
–¡Lucia por favor quédate conmigo!–Suplico sujetando con fuerza su mano. Ella solo le devolvió la sombra de sonrisa triste, acompañada de una gran cantidad de lágrimas que no dejaban de fluir por su pálido rostro. Algo en su interior le gritaba que ya no volvería a ver brillar su mirada nuevamente, pero La razón no quería aceptarlo. Y es que en el poco tiempo que llevaban juntos, habían desarrollado una relación de confianza tan repentina como absoluta, y aunque eran solo amigos Lucía se había metido en su corazón casi sin que lo notará. Quizás era esa sombra de tristeza y desamparo en su mirada, o esa estúpida manía que tenía de siempre querer rescatar a La chica en apuros, lo que lo empujaba a querer estar el mayor tiempo posible en su compañía... Es complicado razonar cuando sientes que el mundo se sacude bajo tus pies, cuando no sabes que hacer o para donde ir...
–Disculpe... Supongo que usted es quién acompañó a la mujer a La que atacaron.– Murmuro frío y distante un policía, trayendolo súbitamente a La realidad.
–Lucia... Su nombre es Lucía.– Respondió con La voz quebrada.
–¿Puedo preguntarle que relación tiene con ella?– Indago el hombre sentándose a su lado.
–Solo amigos... La conocí hace algunas semanas por una amiga en común, y la ayudé a encontrar departamento.–
–Sé que debe ser una situación muy difícil de afrontar y lo que menos quiero es molestarlo, pero entienda que cualquier cosa que le haya dicho puede ser importante para dar con quién hizo esto. Cada minuto perdemos, se lo estamos dando de ventaja al criminal para que escape o borre las pistas que nos lleven en su dirección.– Ezequiel cerró los ojos y una pesada lágrimas rodó por su mejilla, mientras se sumergía nuevamente en el pasado.
–¿Fue Alexander quien te hizo esto? Suplicó con desesperación a su oído, Y fue casi como si La hubiera sacado de un trance. Lucia, que hasta entonces tenía la mirada perdida en la nada y solo suplicaba que salvarán a su bebé, posó sus hermosos ojos color miel en él, y negó con la cabeza mientras una válida sonrisa se dibujaba en sus labios. –Entonces dime quién fue... ¿Quién te hizo esto Lu? Se que lo conoces, jamás hubieras dejado entrar a un desconocido.– las lágrimas volvieron a brotar mientras de sus labios brotaban frases aparentemente incoherentes como:
–Me dijo que no confiara en ella pero no lo escuche... no la creí capaz... ¿Por qué lo hizo?–
–Dime su nombre Lucía– entonces la chica lo susurró con el último aliento de conciencia que le quedaba, un tono tan bajo que solo quien estaba a escasos centímetros de ella pudo escucharlo.
Ezequiel sintió el nombre resonar en un cabeza, como una onda expansiva con el poder de acabar con todo lo que sentía y creía, con aquella a quien amaba con todo su ser. Sus piernas se debilitaron, a tal punto que tuvo que sostenerse de lo primero que tenía a mano para no derrumbarse, el tiempo se detuvo para siempre en ese instante, y sintió que algo en su interior se hizo mil pedazos.
La confusión se apodera de él. Sabe que hacer lo correcto es hablar, decir aquel nombre que esta atorado en su garganta. Simple, pero a mismo tiempo sumamente difícil, porque es ir en contra de sus sentimientos que lo obligaban a protegerla de lo que sea. Amaia no era una simple amiga, era su compañera de vida, su cómplice, su confidente y su eterno amor no correspondido... Aquellas simples dos palabras que lo condenaba y sigue atrapadas en su garganta, no alcanzan para resumir lo profundo de lo que sintió por ella...
La única verdad es que amaba a Amaia en las noches de lágrimas y en la alegría por igual. La amaba con sus locuras, sus fobias, sus miedos y sus manías. La amaba excéntrica, histérica y rota. La amaba en los días soleados en la playa y en las noches dónde reinaba el alcohol y el pecado. La amaba aunque su amor no fuera lo suficientemente grande como para llenar ese vacío en su corazón que la empujaba a regalar sus caricias al primer idiota que se atravesara en su camino para sentirse completa.
La única verdad es que la amaba con todo su ser.
La amaba, aunque ese sentimiento lo empujara al abismo de la desesperación, la amaba de cerca y a la distancia.
Simplemente la amaba, pero tenía en claro la obsesión de Amaia con su ex, sabía que la batalla estaba perdida antes de comenzar, porque jamás podría corresponderle, así que prefería tenerla cerca como amiga. Al menos así no sufriría de su rechazo y su olvido. Y decidió guardar ese amor en lo más profundo de su corazón, donde no le causarán dolor, y vivir teniendo cerca aunque jamás fuera de él. Pero allí estaba ese sentimiento, aflorando nuevamente, nublando su juicio y empujándolo a la corrupción y el engaño. Y es que era tan simple no decir nada y borrar aquella última palabra de sus recuerdos para siempre... Estaba seguro de que nadie la había escuchado, solo él. Además, quizás Lucia no sabía lo que decía, solo había perdido demasiada sangre y estaba delirando, o quiso decir otra cosa, intento justificar.