—¿Cómo me veo? —Valentina giró sobre su eje, con la falda dando vueltas a su alrededor. Valeria, recostada sobre su cama de dos plazas, le sonrió.
—Fascinante. —replicó, aún con esa sonrisa débil adornando su cara.
—Aduladora. —Trató de devolverle la sonrisa, pero cada día le costaba más fingir ese gesto feliz. Parecía gracioso, hasta, como Valeria aún tenía la capacidad de sonreír, de reír de corazón, sin reservas. Valentina la perdió durante el camino, entre los pasillos de los hospitales que se habían convertido en su hogar ambulante.
—Estás hermosa, Val. —Su hermana intentó levantarse, pero un ataque de tos la sobrevino. Valentina se acercó con rapidez, con el vaso de agua ya en su mano y le ayudó a beber. Un leve temblor se apoderó de su mano a causa de los nervios, pero Valeria no se dio cuenta.
—¿Mejor? —quiso saber, esta asintió. Valentina no supo si era verdad, u otra mentira más. Todos conocían la verdad y todos seguían mintiéndose los unos a los otros, en un intento vano de protegerse, de proteger al próximo. Era la maldición de su familia: ir en círculos y llevar no solo su propia carga sobre la espalda, sino también la de los demás—. Hazme lugar. —pidió de repente, necesitaba sentir el toque de su hermana. Sentirla cerca, su piel caliente; necesitaba una prueba de que seguía con ella; apenas, pero seguía ahí.
—Vas a arrugar tu traje. —protestó Valeria, pero de todos modos se movió hacia el costado. Recordando su entrevista de trabajo, Valentina arrugó el entrecejo y se recostó con cuidado, entrelazando sus dedos con los de su hermana.
—No te preocupes por eso. —le quitó importancia.
Por dentro, los nervios estaban matándola. Nada más imaginarse la cantidad de personas —personas mejor cualificadas que ella— que estarían ahí, haciéndole competencia, hacía que su estómago se apretara y le vinieran ganas de vomitar. Ella era apenas una estudiante del segundo año de la carrera, no tenía nada que buscar en ese lugar. Si no fuera porque Sharon le habló de su situación a la asistente del jefe, ni siquiera consideraría pisar los suelos brillantes de Jameson media. Si conseguía ese trabajo, no sería por sus cualificaciones deslumbrantes, su experiencia laborar, ni siquiera por su capacidad de comunicación. Sería por lástima. Estaba bien con eso. Los escrúpulos no pagarían el tratamiento de su hermana; el orgullo no apretaría su mano cuando Valeria se fuera.
—Agradécele a Sharon, ¿quieres? —pidió Valeria, con voz somnolienta. Eran apenas las siete de la mañana, pero ella había insistido en ayudarle a prepararse para la entrevista. Ahora, esa decisión le estaba pasando factura.
—Claro que sí. —asintió, retirando su mano. Valeria no la escuchó, ya había quedado rendida. Depositó un suave beso sobre su frente y se alzó de la cama, siguió arreglándose en completo silencio; no quería perturbar su sueño.
Tenía media hora para llegar a Jameson media —a pie, obviamente, porque el taxi se había convertido en otro lujo—, por lo que rechazó la invitación de su madre para desayunar.
La mujer, igual de demarcada que su hermana, hizo ademán de prepararle algo para llevar, pero Valentina la interrumpió.
—Estaré bien, mamá. —susurró, besándola a ella también en la frente. Jimena asintió, dejando el pedazo de pan sobre la encimera.
—Voy a prepararle una sopa a tu hermana. —musitó, sin mirarla—. Tu padre también tendrá hambre cuando llegue. —Valentina, ya a medio camino hasta la puerta, se detuvo en seco.
—¿No está en casa? —La voz le salió más dura de lo que quería, su madre la reprendió con la mirada—. ¿No durmió aquí? —insistió, la mujer asintió con la cabeza. Una maldición acudió a sus labios, pero no le permitió salir. Las ganas de gritar, de romper cosas; dejar salir esa ira que estaba quemándola día a día, matándola por dentro.
—Él… —Otra excusa estaba por venir, otro lamento, otra explicación. Estaba harta de escuchar, de entender a todos a su alrededor.
—Estoy llegando tarde, mamá. —La cortó, sintiendo al monstruo rugir dentro de ella, intentando salir y arrasar con todo. No quería perder la paciencia con su madre; ella no tenía la culpa de nada.
—Suerte. —No respondió, salió de la casa con prisa y con esa misma prisa caminó las diez calles que la separaban de Jameson media.
Siempre había sido una persona activa, atlética, no podía mantenerse quieta. Todo lo contrario a la tranquila, moderada Valeria. En días como ese, con ira como combustible y las prisas, le dio gracias a su buena forma. Llegó a su destino en veinticinco minutos y aprovechó los cinco que tenía de ventaja para admirar al gigante delante de ella.
Jameson media estaba situado en los últimos pisos de un rascacielos; uno de esos edificios que su hermana y ella miraban con admiración; deseando crecer tanto como ellos. Entonces, nada malo podría alcanzarlas. Tal vez no crecería tanto como el rascacielos, pero estaba determinada en trabajar ahí, subir hasta las alturas y no bajar. Valeria no podía hacerlo, así que ella debía hacerlo por las dos.
—Val. —La voz de Sharon se escuchó desde la puerta giratoria y Valentina se apresuró en su dirección—. Hola. —Un abrazo de parte de Sharon ayudó a que sus piezas se mantuvieran en su lugar.
—¿Estoy a tiempo? —preguntó, ansiosa.
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Editado: 20.05.2022