—¿Vienes con nosotros esta noche? —Valentina leyó el mensaje, pero no respondió nada.
Regresó la mirada a los papeles que estaba preparando para Jonathan, tenían una reunión en apenas unas horas y quería estar preparada. Hablando de su jefe, este hizo su entrada triunfal a la oficina y le sonrió. A veces, a Valentina le fastidiaba su felicidad permanente. Para alguien como ella, quién estaba acostumbrada a los golpes de la vida, estar feliz era como ganar la lotería: un único momento, un único instante donde podía olvidarse de todo y luego volver a la vida de siempre.
—Buen día. —la saludó su jefe.
—Buen día. —respondió distraída.
Jonathan se detuvo al lado de su mesa sin decir nada por unos minutos. Curiosa por su interrupción, Valentina levantó la mirada y le hizo una pregunta silenciosa con los ojos. El hombre se encogió de hombros, aún sonriendo.
—¿Nos acompañas esta noche? —preguntó. Valentina no entendió de qué estaba hablando por un momento, hasta que recordó la invitación que antes le había hecho Sharon.
—¿Tú también vas? —quiso saber, sorprendida. Jonathan asintió—. Pensé que era solo para los empleados. —dijo, haciéndolo reír.
—Soy uno de los empleados. —contradijo, todavía riendo.
—Eres el jefe. Más aún, eres el hijo del jefe. —Le recordó—. ¿No te da miedo que se incomoden con tu presencia?
—No. No es la primera vez que lo hacemos. —Explicó—. Es más, fue mi idea hacer estas reuniones una vez al mes.
—Estás tratando de unir aún más a tus empleados. —Dedujo Valentina—. ¿Cómo te fue hasta ahora?
—No puedo quejarme. Las primeras veces fue un poco difícil, estábamos probando los límites. Ahora, es como una salida cualquiera de amigos. ¿Vienes? —Preguntó de nuevo. Valentina negó.
—No es mi ambiente. —Se excusó, rogando para que no le hiciera más preguntas.
Jonathan se encogió de hombros, decidido a no molestarla más. Estaba convencido de que la muchacha tenía sus propias razones. Cambió de tema.
—Zania viene en unos momentos. —avisó. A Valentina le pareció que estaba esperando una reacción de su parte, más no entendía qué estaba pasando. Jonathan soltó una carcajada—. ¿No sabes quién es? —Valentina negó—. Te voy a contar algo. —Decidió, sentándose sobre la mesa. Valentina se sintió un poco incómoda por la familiaridad del gesto, pero no le dijo nada. En fin, era el jefe, podía hacer lo que quisiera—. Cuando decidimos contratar a un asistente, estuve en contra de que fuera joven. ¿Sabes por qué?
—¿Demasiada tentación? —Preguntó Valentina en son de broma. Temió que lo hubiera ofendido, pero Jonathan siguió riendo.
—Porque trabajamos con personas famosas, Valentina. —Dijo—. Y a los jóvenes les gustan las personas famosas. No quería a un empleado que se volviera loco cada vez que alguno de ellos cruzara la puerta.
—Conmigo no tienes que preocuparte de eso. —Confesó—. No me vuelvo loca por celebridades. —Jonathan asintió, seguramente ya lo había notado.
—¿Por qué te vuelves loca, Valentina? —Quiso saber, inclinándose un poco sobre la mesa. Valentina se retiró sobre su silla giratoria, buscando poner un poco más de distancia entre ambos.
—Por el trabajo. —balbuceó. Jonathan saltó de la mesa haciendo el camino hacia su oficina.
—Ya que no te vas a volver loca por ella, puedes acompañarme. —decidió—. Hazla entrar y quédate.
Cerró la puerta antes de que Valentina pudiera responderle, agradecerle por una oportunidad más.
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La reunión con Zania fue bien. Valentina había tomado algunas notas, pero la mayor parte del tiempo se la pasó viendo como Jonathan llevaba la reunión. Tenía las ideas claras y precisas y a la mujer joven me encantaron. En realidad, no tuvo ni siquiera una queja sobre el proyecto que estaba preparando. Zania estaba a punto de sacar un nuevo disco y había decidido contratar a una empresa nueva para la publicidad. No lo decía porque estaba trabajando ahí, pero Valentina sabía que Jameson media era la mejor opción. Escuchando a Jonathan, sólo se convenció de eso.
Valentina acompañó a Tania hasta el ascensor; la mujer seguía parloteando sobre lo feliz que estaba con las propuestas. Después de todo, no parecía una artista soberbia y llena de sí misma; más bien era una mujer que estaba cumpliendo su sueño. Cuando Valentina volvió a su escritorio, Jonathan estaba ahí.
—¿Qué te pareció? —le preguntó.
—¿La propuesta o la artista? —intentó bromear. Estando con él, esos impulsos de sonreír, de reír, de hacer bromas se hacían cada vez más frecuentes. Tanto, que hasta se sentía culpable de hacerlo a veces.
—Ambos. —Jonathan encogió un hombro apoyándose sobre la puerta.
—Tenías razón cuando dijiste que cada propuesta tiene que ser diferente, pensada precisamente para un artista. He leído muchas qué podrían encajar con las necesidades de Zania, pero ninguna encaja con su personalidad.
—Ya ves. Siempre tengo razón. —dijo Jonathan con presunción. Valentina sonrió.
—Estoy aprendiendo mucho contigo. —se sinceró—. Muchas gracias por ayudarme. —Jonathan le quitó importancia con un movimiento de mano.
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Editado: 20.05.2022