La dirección que le mandó Sharon esa mañana seguía en su celular. La miraba, la examinaba, se debatía entre ir y no. Estaba sentada en los escalones del hospital, decidiendo qué hacer con su vida. Tal vez sonaba drástico, pero estaba al límite. No podía seguir así. No podía seguir dejando a su vida de lado para vivir la de otros.
—¿En dónde estás? —le mandó un mensaje a Sharon. La respuesta no se hizo esperar
—Camino a la fiesta. —Le dijo su amiga—. ¿Está tu padre bien? ¿Necesitas ayuda? ¿Quieres que venga? —ofreció.
—Sí. —Escribió Valentina antes de que pudiera arrepentirse—. Quiero que vengas. —No dijo nada más, no era necesario.
Sharon aparcó delante del hospital apenas quince minutos después. Estaba arreglada para la fiesta: un vestido negro abrazaba su figura perfecta. Valentina seguía con la ropa del trabajo: un pantalón negro y una camiseta azul. No le importaba. Al final, nada le importaba.
—¿Qué puedo hacer por ti? —dijo Sharon saliendo casi corriendo del coche. Valentina la detuvo a medio camino regalándole una sonrisa forzada.
—Quiero que me lleves a la fiesta contigo. —la sorpresa en los ojos de Sharon no se hizo esperar.
—¿Ahora? ¿Quieres ir a la fiesta ahora? ¿Qué pasó ahí dentro? —Valentina se encogió de hombros.
—Más de lo mismo. Mi padre sigue con las suyas, mi madre sigue perdonándole todo, Valeria parece felizmente ajena a todo lo que sucede. Y Valentina siempre tiene la culpa. Quiero distraerme esta noche. No quiero pensar en ellos. No quiero pensar en nada.
Su amiga aceptó sus palabras; sin decir nada más, le hizo una seña para que se subiera al coche y puso rumbo a la discoteca donde se encontraban todos sus compañeros.
Valentina no recordaba la última vez que había ido a una discoteca. Tal vez, en una fiesta de Universidad, pero lo tenía borroso. Lo único que sabía, era que no se había divertido. Eso noche iba a remediarlo. Se iba a divertir como nunca antes lo había hecho. Se aproximó a la barra, pidió una cerveza y se giró para mirar a su alrededor. La gente estaba bailando al ritmo de una canción pegajosa. Se mecían en la lista de baile, abrazándose y riendo; teniendo el tiempo de su vida.
—¿Vienes? —Escuchó a Sharon detrás de ella—. Nuestras mesas están para allá. —le señaló una tarima al otro lado de la discoteca, ahí pudo reconocer varios compañeros de trabajo. Alzó su botella al aire.
—En un minuto. —Necesitaba un segundo a solas. Desconectar, sin que nadie la viera derrumbarse.
—Te espero ahí. —Sharon entendió su necesidad, le dio un apretón en el hombro antes de dirigirse hacia su mesa.
Valentina le dio un sorbo largo a su cerveza, sintiéndose mal por romper su promesa de no beber. El regusto amargo de la bebida le quemó la garganta; la dejó de lado deslizándole un billete al barman.
—¿Otra? —ofreció el hombre, Valentina negó.
—Gracias. —saltó del taburete, mezclándose con la multitud. Estando ahí, las ganas de reunirse con sus compañeros menguaron un poco; pero no pudo echarse para atrás ya estando ahí.
—Hola. —saludó a nadie en particular, forzando una sonrisa. Varios compañeros la saludaron; algunos estaban tan metidos en la canción que estaba sonando que ni siquiera se fijaron en ella.
Valentina buscó un taburete libre para sentarse; encontró uno justamente al lado de la pared. Se subió y tomó un vaso de jugo que Sharon le ofreció.
—¿Y? —La miró sin comprender—. ¿Vale la pena? —Valentina negó.
—Es asqueroso. —resumió—. Sigo sin comprender por qué alguien arriesgaría todo por ello. —se encogió de hombros.
—No le busques explicación, Valentina. —Sharon le dio un torpe abrazo—. No las hay; y ellos siempre encontrarán alguna excusa para justificarse.
—No vinimos para hablar de él. —negó con la cabeza—. Vinimos a divertirnos.
—Entonces, ¿qué haces aquí? Ven a divertirte. —le ofreció la mano, pero Valentina negó. Sharon hizo un puchero, pero no insistió más.
No necesitaba estar en el centro de la pista para sentirse mejor. Solo mirar a los demás, la distraía de sus problemas familiares. Una sonrisa luchó por salir, se entregó a un momento de debilidad y sonrió.
—Mira a quien trajo el… —se giró sobre el taburete para mirar a Jonathan. Este estaba apoyado en la pared detrás de ella, con una copa en su mano.
—¿Qué? —instó, pero él parecía confundido de repente.
—Me olvidé. —Se encogió de hombros—. Me alegro de que hayas venido. —arrastró las palabras, sonriendo.
—¿Estás borracho? —Algo dentro de ella se rebeló ante la posibilidad de lidiar con un borracho ahí también. Pero, Jonathan no se parecía en nada a su padre; al menos conseguía mantenerse de pie sin tambalearse.
—No. —Negó con frenetismo—. Tal vez, de felicidad. —añadió, divertido.
—Borracho de felicidad. —repitió Valentina. Él asintió, contento con su invención—. ¿Sabes? Creo que, si es posible ser borracho de felicidad, tú definitivamente lo eres. —concluyó.
Y lo pensaba de verdad. Antes, podría haber pensado que se trataba de despreocupación, desinterés. Ahora, sabía qué él trabajaba más que todos ellos juntos, que tomaba sus responsabilidades en serio; estaba siempre ahí para sus amigos y familia.
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Editado: 20.05.2022