Ante la mirada penetrante de Alan, se sentía como un acusado a punto de recibir su sentencia y tenía solo una oportunidad de contar su historia.
Su expresión le decía que no haría ninguna pregunta, le tocaba a ella hablar. Así, tomando una bocanada de aire para respirar mejor, se enderezó en la silla donde estaba sentada y empezó su relato:
—No estoy huyendo de un esposo abusador. Lamentó no haberlo dicho en el primer momento, pero estaba confundida y lo que ustedes me ofrecían parecía la respuesta a todas mis plegarias. Sé que no merezco estar aquí, tampoco quiero poner en peligro a las demás. Yo... escapo de alguien desconocido, alguien cuya cara apenas he visto, pero que me atormenta. Empezó a suceder un par de meses atrás, un mensaje por aquí, un regalo por allá. Yo... soy profesora y pensé que se trataba de algún alumno o algo así, no le preste mucha atención.
» Entonces, la sensación de estar constantemente observada, a donde quiera que esté, empezó a sonar las alarmas, pero me dije que estoy siendo paranoica. Hace dos noches, estaba volviendo del trabajo cuando lo encontré merodeando mi coche. Pensé que era solo un ladrón, ya sabes, nunca se es completamente seguro en la ciudad, pero cuando me acerque... su sonrisa bastó para que todas las piezas encajaran en su lugar y me dé cuenta de que todo eso que ignoré por meses estaba conectado. Él... hizo un avance y yo estaba tan asustada que empecé a correr, sin siquiera pensarlo. Me atrapó a medio camino, ni siquiera recuerdo la sarta de cosas que me dijo, solo retazos. Decía que me amaba, que yo era su todo, que estábamos destinados. Que nunca me dejaría ir y que...
Un sollozo que no tuvo que fingir escapó de sus labios, pero se recompuso de inmediato.
—No sé qué le dije, pero lo enfureció. Sacó el cuchillo e iba a por mí, repitiendo una y otra vez que era suya. Logré esquivarlo por los pelos, solo alcanzó mi abdomen. Fue una suerte que haya logrado escapar y de repente me encontré en el bosque, la necesidad de poner espacio entre nosotros obnubilando mis otros sentidos.
Hubo un punto en el relato que las mentiras empezaron a fluir con más facilidad, como un escritor a quien le basta escribir la primera frase para que el resto de la historia se escribiera por sí misma. Se sentía mal por mentir, estaba ahogándose en el remordimiento desde ya, pero decir la verdad la pondría en peligro inmediato. Así, al menos le había avisado a Alan que mantenerla con ellos significaba un peligro para todos en el refugio.
—¿Por qué no ir a la policía? —La pregunta de Alan hizo que algo dentro de ella se estremeciera del miedo, sacudió la cabeza frenéticamente antes de responder.
—Lo pensé. Lo llevo pensando desde que pise este lugar, pero, ¿qué van a poder hacer? No tengo pruebas, tiré todas las cosas que me mandaba en mi convicción de que eran del alumnado, no quería meterme en problemas por ello. La herida es lo único tangible que tengo y eso tampoco sería de mucha ayuda. No... no puedo volver a la ciudad, no aún.
—¿Entonces, que piensas hacer?
Esperar a que la policía atrape al degenerado que me destrozó la vida, quiso decir, pero se mordió la lengua y tragó las palabras.
—No lo sé. Tengo tanto miedo. —Eso no era mentira, aún su cuerpo vibraba por el temor que le producía el mero recuerdo—. ¿Esperar un tiempo a que se olvide de mí?
Las palabras le sonaron estúpidas hasta a ella, pero Alan la escuchó con atención. Ni un signo de burla en sus ojos, se preguntó cómo ese hombre había sobrevivido ese infierno personal cuando ella estaba por derrumbarse.
—¿Estás lista? —Valentina dejó de lado la lectura y se acercó a Valeria; esta permanecía de pie delante del espejo, mirándolo con fijeza—. Ya deberíamos irnos. —mencionó, su hermana asintió distraídamente.
—¿Qué te pareció la escena? —quiso saber, terminando de ponerse el pañuelo en la cabeza. Valentina río.
—No entiendo nada, pero creo que tú ya sabes eso. —reprendió—. No puedo aguantar hasta tener el libro completo en mis manos y no depender de tus migajas. —Valeria apretó el nudo del pañuelo, girando hacia ella.
—Estoy lista. —comentó con falsa alegría, con una seguridad que no sentía.
—¿Segura de que no quieres que le digamos a mamá?
Jimena siempre había sido su compañera, siempre iban las tres juntas a las citas médicas; más, por alguna razón, Valeria había decidió que en esa ocasión quería mantenerla a las oscuras. Aunque las cosas entre la mujer y Valentina no iban bien, la joven se sentía como si estuviera traicionando su confianza. Pero, la decisión era de Valeria y ella la respetaría.
—Estoy segura. Ya vámonos. —pidió—. Y en el camino me puedes contar todo sobre tu escapada romántica. —Meneó las cejas con diversión, haciendo sonreír a Valentina también.
—No fue una escapada romántica. —protestó, por la simple razón de que esas palabras no iban con ella. Aunque en el fondo sabía que era precisamente eso.
—Cierto. Lo llamaremos viaje de negocios. —Aceptó Valeria mientras se subían al taxi—. No me importa. Solo quiero saber los detalles. —le quitó importancia, recostándose sobre el asiento.
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Editado: 20.05.2022