Valentina se detuvo en seco al ver a Jonathan fuera de la empresa, luego cambió de rumbo en un intento de evitarlo.
—¿Estás enferma? —Lo escuchó diciendo detrás de ella, siguiéndola. Se giró, su pregunta la había tomado por sorpresa.
—¿Qué? —inquirió, retomando el camino. Jonathan la siguió.
—Dices que no estás embarazada, pero eso no quita el hecho de que te sientes mal todo el tiempo. —replicó—. ¿Algo está mal?
—No. —respondió secamente, deseando terminar esa conversación.
—¿Estás segura? —insistió—. ¿Fuiste al médico? —siguió preguntando. Valentina se detuvo en la calle para encararlo.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber. Jonathan se encogió de hombros.
—Me preocupo por ti. —respondió con simpleza.
—No tienes por qué hacerlo. —espetó firmemente. Jonathan la cogió del brazo cuando hizo ademán de seguir caminando.
—¿Podemos hablar? —Valentina lo miró con sorpresa; también con algo de indignación.
—Ahora quieres hablar. —resopló, negando con la cabeza.
—Mira, sé que las cosas se salieron de control y… —suspiró—, tienes razón, debí haberte escuchado, pero…
—Ya no importa. —Valentina trató de zafarse, pero él no se lo permitió. Su agarre no era fuerte, no le hacía daño; pero, sentía que la estaba sujetando con mil cuerdas.
—Sí, importa. Quiero que hablemos, arreglar las cosas.
—Es un poco tarde, ¿no te parece? —Nunca pensó que, al final, sería ella la que no quisiera hablar con él. No, después de las semanas que esperó. Pero, había tomado una decisión y estaba determinada a cumplir la promesa que se había hecho a sí misma. La de ponerse en el primer lugar, por una vez en su vida.
—No. —Jonathan sonó decidido—. Sé que te dolió que no te haya respondido, pero, ni siquiera fue porque no quería hablar contigo, Valentina. Mi hermana estaba pasando por un momento difícil y necesitaba estar ahí para ella. —se explicó—. No…
—Mi hermana murió. —Las palabras salieron sin pedirle permiso; algo en el discurso de Jonathan había despertado en ella el deseo de gritarlo en voz alta—. Yo también te necesité. —Jonathan soltó su brazo como si el toque lo quemara, retrocedió un paso.
—No lo sabía. —susurró.
—No. —Corroboró Valentina—. Y, sabes que, ni siquiera tengo el derecho de reprochártelo. Soy yo la que no quería decirte nada sobre ello, la que lo mantenía en secreto. —confesó—. Así, ¿cómo podrías saberlo? —se rio secamente.
—¿Cómo sucedió? —quiso saber el hombre. Valentina se encogió de hombros.
—Tengo que irme. —replico Valentina, mirando su reloj. Decía la verdad, tenía apenas veinte minutos para llegar a su cita con la psicóloga—. Tengo una reunión y ya estoy llegando tarde.
—Puedo llevarte. —Ofreció Jonathan, perdido—. Por favor. —añadió al verla negar.
—Mira, Jonathan… —empezó, más él la detuvo poniendo un dedo sobre sus labios. El solo toque fue suficiente para alterar sus hormonas, sintió el calor subir a su rostro.
—Es mi culpa que estés llegando tarde. —comentó; esas palabras llevaron a Valentina a otro lugar, pero una situación similar. Sonrió involuntariamente—. Déjame arreglarlo. —La chica asintió, suspirando.
—Está bien. Solo porque estoy llegando tarde. —aclaró. Jonathan la guio hasta su coche, abriéndole la puerta del copiloto. Sabía que no lo hacía como un acto caballeroso, más bien sospechaba que quería asegurarse de que no se le escapara.
—¿Crees que podríamos hablar más tarde? —preguntó el hombre cuando estaban a medio camino hacia el consultorio de la doctora Sánchez. Valentina dudó, no quería volver a caer en el mismo error de antes; pero, las ganas de estar con él también eran inmensas.
—No sé cuánto tardaré aquí. —mintió, buscando una salida fácil.
—Te esperaré. —decidió Jonathan.
—No tienes…
—Si quieres hablar conmigo más tarde, te esperaré. —La convicción en sus palabras estuvo a punto de convencerla a ella también. Pero, la duda persistía.
—No lo sé. —confesó—. ¿Qué sentido tiene hablar más?
—Por favor. —La súplica en su voz la convenció finalmente. Al menos se debían eso uno al otro, una última conversación.
—Está bien. —aceptó finalmente—. Espérame aquí.
Salió del coche con prisas; había comenzado a sentir una presión demasiado fuerte estando encerrada ahí adentro con él. Casi corrió hasta la puerta del edificio y decidió tomar las escaleras hasta el consultorio de Sánchez.
Estaba sin aliento cuando llegó hasta el tercer piso, pero la tensión se había disipado un poco. La secretaria la saludó con una sonrisa afable, indicándole con la mirada que podía pasar. La doctora Sánchez estaba sentada en su silla de siempre, concentrada en sus notas.
—Buen día. —Valentina llamó su atención, la doctora se levantó para recibirla.
—Valentina. ¿Cómo te encuentras hoy? —quiso saber.
—Un poco mejor. —sacó una manzana de su bolsa para enseñársela—. Está funcionando. —dijo. La doctora asintió.
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Editado: 20.05.2022