La presencia de su hermana en su casa la estaba molestando. Alina se comportaba como la señorita perfecta, como si hubieran vivido toda la vida juntas y todo aquello fuera normal.
No era normal, pensó Milena, dándole una patada al saco de boxeo. Era todo menos eso. Ella misma no lograba conectar con la niña y sabía que lo mismo le pasaba a ella, a pesar de ese disfraz de niña buena.
Volvió a golpear el saco, imaginando que era la cara de Ramiro Sotomayor. A veces las ganas que tenía de simplemente mandarlo todo por la borda, descargar su ira a golpes y mandarlo al infierno de un balazo eran demasiado fuertes que temía que un día no sería capaz de contenerse.
Su celular sonó en alguna parte de la estancia y se quitó los guantes para contestar.
Deslizó por el botón verde y una suave melodía llenó la habitación. Haciendo acopio de toda su concentración, Milena se esforzó por entender el mensaje oculto y sonrió al entender que todo estaba listo para la noche del segundo debate.
Con eso en mente, abandonó su tarea y subió las escaleras hasta su habitación, cruzándose a Alina a medio camino.
La joven pareció avergonzada por alguna extraña razón, pero a Milena poco le importaban sus sentimientos, así que solo le regaló un leve asentimiento con la cabeza.
— Milena... — llamó la niña con vacilación, cuando estuvo a punto de entrar en su habitación.
Giró, aburrida, había ella y la instó a que hablara con un ademán.
— No le digas a nadie donde estoy está noche.
Milena pensó en la estupidez de ese pedido, como si ella deseara tener a sus padres y a Ramiro en su casa reclamándole cualquier cosa. Mordiéndose la lengua para no ser demasiado borde con Alina, asintió.
— No te preocupes. — aseguró, finalmente abriendo la puerta y refugiándose en su habitación.
El vestido que tenía planeado para esa noche estaba sobre la cama, junto a la ropa interior y los zapatos.
Se encaminó a la tina, había decidido dedicarse ese día a sí misma y mimarse un poco.
Después de una hora de estar sumergida en el agua caliente y rodeada de perfume de las rosas, se envolvió en una toalla y salió para arreglarse.
Se secó, se puso la ropa interior de encaje que la hacía sentir más poderosa aún y deslizó la tela blanca por su cuerpo. El vestido le quedaba a la altura de las rodillas, con una raya a la izquierda que subía hasta sus muslos. Su escote, ese del que amaba tanto presumir, quedaba deliciosamente a la vista.
Dejó el pelo suelo, permitiendo que enmarcara su rostro y su maquillaje, al que le prestó especial atención en esa ocasión.
Cuando se sintió satisfecha, se alejó del espejo y dio una vuelta sobre su eje, deleitándose con la vista. Ella nunca había sido vanidosa, aunque no podía negar que disfrutaba de jugar con su aspecto de vez en cuando.
Pero, desde que Ramiro Sotomayor la rompió en mil pedazos que aún trataba de reunir, arreglarse se había convertido en un ritual, sentirse guapa un modo de terapia.
Tomó su bolso plateado de la mesa de luz y salió, sintiéndose levemente extraña al no tener a Novak a su lado. Su esposo seguía en Bornea y – aunque se decía que no era de su incumbencia – le estaba molestando tanto misterio que envolvía sus viajes.
Dmitri la esperaba al lado del coche, dio media vuelta hacia la casa, desde donde estaba parada se podía ver la ventana de la habitación de Viktor. Al ver la luz encendida, algo dentro de su pecho se calentó mientras pensaba que estaban haciendo progresos.
Desde otra ventana – la de la sala – se pudo adivinar la figura de su hermana: estaba parada detrás de las cortinas y miraba fijamente el punto donde se encontraba Milena. Algo en esa acción la perturbó, pero lo último que necesitaba en ese momento era preocuparse por los juegos infantiles de Alina.
Se deslizó al asiento trasero del coche, subiendo la ventanilla que la separaba de Dmitri. No tenía ánimos de conversar con nadie.
El viaje hacia el club le fue ameno, estaba cotilleando en su celular las redes sociales de las personas del pueblo. En esa ocasión, Dmitri encontró aparcamiento delante de la entrada principal y entonces bajo la ventanilla para mirarla.
— ¿La espero? — preguntó.
Milena negó con la cabeza, esbozando una sonrisa de satisfacción.
— No, querido. Yo te aviso mañana como van las cosas.
No esperó a que el guardaespaldas saliera y le abriera la puerta, lo hizo por sí misma, satisfecha al encontrarse en el centro de la socialité de Cetiñe.
Con pasos firmes puso rumbo a la puerta, le sonrió al guardia que estaba apostado ahí y ni siquiera esperó a que le permitiera la entrada. Caminó directo a la mesa de Logan, pero también se aseguró de pasar al lado de las mesas donde estaban sentados algunos de los nombres poderosos de la ciudad.
— Cada día te ves más hermosa. — fue el saludo de Logan, su amigo sonreía de esa manera encantadora que tenía, pero ella se removió incómoda por su comentario.
— ¿Estás listo? — Logan frunció el ceño ante su frialdad, pero terminó por asentir con la cabeza.