La carcajada de Pedro resonó entre las paredes de la oficina haciendo que Mauricio hiciera una mueca ante el ruido discordante. Le aventó un puñado de papeles a la cara en un intento de callarlo, pero había tenido el efecto contrario – su carcajada se hizo aún más estruendosa si era posible. Edna, sentada en el sillón detrás de ellos, rodó los ojos ante su comportamiento infantil, pero no hizo ningún comentario.
—¿Qué te causa tanta risa, imbécil? —espetó Mauricio en dirección a su hermano menor, con el ceño fruncido por el disgusto.
—Nada. —Fue su respuesta rápida, pero sus ojos mostraban la diversión que aún sentía.
Sentirse blanco de las burlas de su hermano no era una novedad, pero ese día lo irritaba sobremanera. Maldijo la hora en la cual decidió contarles a sus hermanos su último fracaso amoroso, cuando descubrió que su más reciente novia estaba más interesada en su hermana que en él. Lo contó cómo una anécdota divertida, no había permitido que ese suceso hiriera su orgullo, pero los comentarios burlones de Pedro lo estaban logrando.
—Podría ser tu cuñada en un futuro cercano. —picó de nuevo, Mauricio volvió a tirarle un fajo de billetes.
—Definitivamente no podría. —Aclaró Edna, mirándose las uñas con desinterés—. Yo si tengo buen gusto. —añadió, regalándole una sonrisa inocente.
—¿Tú también? —preguntó resignado a que esa situación siguiera por mucho más.
Edna negó con la cabeza, su expresión pura inocencia.
—Solo estoy constatando un hecho. —se encogió de hombros.
Mauricio se recostó en el respaldo de su silla y giró un poco para quedar delante del ventanal que cubría la pared entera, dejándole una vista completa de la ciudad. Ignorando completamente a sus hermanos, se dejó llevar por el barullo de las calles atestadas de gente a sus pies.
—¿Me estás escuchando, imbécil? —Pedro le propinó una colleja y se apoyó en el escritorio a su lado, siguiendo su mirada. Edna lo imitó, se posicionó a su otro lado—. ¿O ya estás en tus vacaciones? —picó.
—Es un viaje de trabajo. —Puntualizó con desgana—. No son vacaciones.
—Es Cancún. —aclaró Edna con obviedad, como si fuera conocedora de una verdad que Mauricio desconocía—. No se puede solo trabajar en Cancún. —añadió, ante su mirada interrogante.
—No lo alientes, enana. —Volvió a meterse Pedro—. Al final este vago terminará haciendo nada, se irá de juerga.
Soltando un suspiro pesaroso ante sus hermanos molestos, Mauricio trató de hacer oídos sordos. Cuando siguieron con sus pullas, volvió a meterse:
—¿Eso que notó en sus voces son celos? —provocó, Edna tuvo la decencia para rehuirle la mirada, pero Pedro se fingió sumamente ofendido—. Quieren estar en mi lugar, por eso me molestan tanto. —siguió, habiendo encontrado algo con que molestarles, no iba a dejar pasar la oportunidad—. Ni modo, sí soy mejor que ustedes en mi trabajo. —Su afirmación no tenía ni pies ni cabeza, pero tuvo el efecto deseado. Fue Edna quien le propinó la colleja en esa ocasión.
—La única razón por no ser mejor que tú en tu trabajo, es porque no trabajamos en lo mismo, querido. —explicó, llevando completamente la razón.
Mientras Mauricio se encargaba del departamento de arquitectura de la empresa Gallego, Edna estaba al cargo del diseño de interiores y Pedro era el jefe de constructores. Su hermano menor amaba el trabajo físico más que nada, así que no le importaba ensuciarse las manos junto a sus trabajadores. Los tres eran geniales en sus áreas de trabajo, habían terminado sus estudios con las notas más altas y de inmediato se incursionaron en el mundo laboral. Diversificar sus ofertas fue idea de los tres hermanos y su padre aceptó con mucha ilusión sus ideas, así las empresas Gallego eran capaces de brindar todos los servicios que necesitaban sus clientes. Eso les había ganado muchos contratos millonarios, aquellos que deseaban terminar todo de a una y preferían contratar una empresa que podía encargarse de todo lo que necesitaban para poner en funcionamiento sus edificios en vez de varias.
—Detalles, detalles. —se defendió, reacio a dejarla ganar—. Podrías venir conmigo. —ofreció, pero Edna negó con la cabeza.
—Si este lento termina a tiempo, —cargó contra Pedro en esa ocasión—, tendré que empezar con los diseños del hotel de los Laureles. —explicó.
—No soy un lento. —protestó Pedro, completamente indignado.
Consciente de que, si los dejaba, se enzarzarían en una discusión a nunca terminar, se levantó y los encaró.
—A cambio de ustedes, par de holgazanes, yo sí tengo que trabajar. —hizo un ademán con las manos indicándoles que se largaran—. Lleven esta discusión sin sentido a otro lado. —pidió.
Pedro seguía con la indignación tiñéndole las facciones y se fue enfurruñado, Edna se acercó para darle un beso de despedida.
—Hablando en serio, no te dejes llevar solo por el trabajo ahí, hermano mayor. —Pidió, aún colgada de su brazo—. Aprovecha para disfrutar un poco, sé que tus experiencias en el amor no eran las mejores, pero eso no tiene que desalentarte. —Mauricio sabía de qué le estaba hablando, pero no la cortó—. No quiero volver a verte… así. —terminó.
Mauricio dejó un beso suave en su coronilla y la apretó en un abrazo, sintiendo que ella necesitaba más consuelo que él.