—¿Estás segura de que no quieres que vaya? —Andrea se envolvió en una toalla después de salir de la ducha y tomó el celular que había dejado sobre el lavabo. Quitó el altavoz y lo llevó al oído.
—Segurísima. —Le confirmó a su mejor amiga, Mariela suspiró pesadamente al otro lado de la línea—. Gracias de todos modos.
Le había contado a su amiga lo sucedido dos noches atrás, cuidando de no mencionar la parte que involucraba a Mauricio. Se sentía celosa de esos momentos que habían pasado juntos, quería atesorarlos y no compartirlos con nadie. Su amiga había puesto el grito en el cielo al escucharla y después de insistirle que le avisara a su familia para que la acompañaran —algo a lo que Andrea se negó rotundamente— quiso venir ella misma.
—No me gusta que andes sola por ahí después de todo. —Protestó una última vez, aunque Andrea ya pudo reconocer la resignación en su voz—. Quisiera acompañarte.
—No puedes hacer nada, créeme. Además, a partir de mañana comienzan las actividades del concurso, tan solo te aburrirías sola. —añadió—. ¿Cómo van las cosas en tu casa? —Decidió cambiar del tema, Mariela resopló.
—Igual, si no peor de cuando estabas aquí. —confesó—. La verdad, no quiero hablar de eso. —cortó, Andrea tuvo que respetar el deseo de su amiga, aunque no le gustaba que se guardara todo para sí misma y sufriera en silencio.
Alguien tocó su puerta y ella frunció el ceño porque no esperaba a nadie, luego la recorrió un escalofrío al pensar que podía ser alguien tratando de lastimarla. Respiró profundo para quitar ese pensamiento de su cabeza, se puso un albornoz encima de la toalla y fue a abrir, con el corazón latiéndole a mil por hora. Al ver la cara familiar de Mauricio al otro lado de la puerta, dejó salir el aliento.
—Mariela, hablamos más tarde, ¿vale? —interrumpió la cháchara de su amiga sobre un nuevo compañero de trabajo, haciéndole un gesto de silencio a Mauricio a la vez. El hombre se encogió de hombros —al parecer era un gesto muy suyo— y se apoyó en el umbral de la puerta, aguardando.
—¿Todo bien? —Deshacerse de Mariela nunca fue fácil, menos después de dejarla tan preocupada con su relato.
—Claro que sí. Es que… se me cayó un bote de champú y estoy haciendo un desastre en el baño. —mintió descaradamente, provocando que Mauricio riera en silencio. Le dio un manotazo para que se callara, le hizo caso, pero en sus labios aún bailaba la sonrisa y sus ojos brillaban de diversión.
—Oh, qué mal. Deberías llamar a alguien que lo haga por ti. —ofreció la mujer; se abstuvo de decirle que se sentía muy capaz de limpiar un desastre que ella misma había provocado sin llamar a nadie.
Era lo único que le molestaba de su amiga: Mariela era una persona genial, siempre podía contar con ella, pero al haber crecido en una familia adinerada, era prácticamente inútil en cualquier cosa que no tuviera que ver con la moda y la diversión. Trataba a los más pobres con desdén, sus empleados la odiaban y Andrea había tenido que pasar varias veces por la incómoda situación de defender a alguien de ella. A pesar de sus defectos, amaba a la mujer, era la única que siempre había estado a su lado, sin importar las circunstancias, era la única en la que podía confiar.
—Ya lo arreglo. —dijo escueta, rogando para que colgara.
—Hablamos luego, entonces. —Agradeció cuando el celular emitió el pitido que le indicó que la llamada había terminado, jugueteó con él en sus manos antes de centrar su atención en Mauricio.
—¿Necesitas ayuda con el baño? —Se burló de su excusa, Andrea no tuvo más remedio que sonreír.
—¿Qué haces aquí? —Se puso sería, apoyando ella también el hombro en la puerta.
—Quería ver cómo amaneciste. —dijo con simpleza, provocando que su corazón hiciera una voltereta en su pecho.
—No tienes por qué hacerlo, Mauricio. Ya hiciste suficiente por mí. —No quería sonar malagradecida, pero realmente se sentía incómoda con tantas atenciones de su parte, hacía que su corazón se confundiera y empezara a anhelar cosas imposibles.
—Ya te dije ayer que no lo hago porque tengo que hacerlo, sino porque quiero. —rebatió, con esa sonrisa que parecía perenne en su rostro y que atraía su atención hacia los labios del hombre. Luchó para mantener la mirada en sus ojos, no bajarla—. Además, me llamaron de la comisaría para testificar. —Se tensó inmediatamente y eso debió notarse, porque Mauricio no perdió el tiempo en poner una mano sobre su hombro y apretar suavemente—. Todo va a estar bien. —Prometió, no sabía por qué, pero le creyó.
—Dios, lamento que tengas que lidiar con esto también.
—No lo hagas. Yo no lo hago. Pasaría por esto mil veces más con tal de borrar esa angustia de tus ojos. —La magnitud de sus palabras la golpeó con fuerza y tropezó hacia atrás, temerosa de que, si no se alejaba, se quemaría por su calor.
—¿Vas ahora? —Volvió al tema de antes, rogando de que no hubiera notado su consternación.
—Vamos. —Corrigió Mauricio—. Me dijeron que también quieren que estés ahí, tal vez para comparar nuestros testimonios.
—Estaré lista en unos minutos. —dijo, sin dar acuse de cuan mal la tenía el hecho de tener que volver a encontrarse en esa situación tan humillante que había vivido—. Pasa, puedes esperarme dentro. —Se movió para dejarle espacio para entrar, Mauricio caminó directo al sofá y ahí se sentó—. Solo serán unos minutos. —repitió, sin saber si estaba nerviosa por tener que ir a la policía o porque lo tenía a él ahí, de nuevo en su habitación.