Desde que se le ocurrió la idea de pedirle refugio a Mauricio, supo que podrían terminar así. A lo largo de la noche, eso se convirtió en una certeza. Estar entre sus brazos durante el frío infernal que había azotado Cancún fue una experiencia única e inolvidable y —por más loco que sonara— no quería que esa noche se acabara. En algún punto —y le apenaba aceptarlo— hasta había fingido tener frío solo para que él no se aleje, para que sus brazos siguieran sosteniéndola.
Al tenerlo tan cerca esa mañana, al ver el deseo quemar en sus ojos y darse cuenta de que él seguía luchando con esa atracción que ambos sentían, no pudo soportar más la espera y lo provocó deliberadamente, aún con el miedo de que la rechace.
Se removió un poco debajo de su cuerpo, haciendo que ciertas partes de su cuerpo se tocaran y que el ritmo lento de su beso tomara otro rumbo: más pasional, más demandante.
Si no fuera por el sonido —no tan bienvenido— que hicieron los aparatos electrónicos al volver la luz, se dejaría poseer por él en ese mismo momento y estaba segura de que no lo lamentaría por un segundo. Pero, la luz volvió y el hechizo se rompió. Mauricio cortó el beso, se recostó a su lado respirando con dificultad. Sus manos seguían unidas.
—Si me dices que esto fue un error, te voy a golpear. Fuerte. —Amenazó, temerosa de que viera lo vulnerable que la había dejado, lo temblorosa que era su voz—. Puedo culpar al huracán.
—Si esto fue un error, —empezó él, en un susurro—, fue el mejor error de mi vida.
Sus palabras hicieron que el corazón de Andrea volviera a latir a un ritmo normal, apretó su mano con fuerza y giró de costado, para mirarlo. Levantó la otra mano para acariciar su cara, pero se congeló en medio camino, la duda asaltándola. Él debió ver su vacilación, porque atrapó su muñeca y guío su mano hasta su destino principal, sonriendo.
—No sé qué me pasa contigo… —murmuró la joven en voz baja, como si estuviera contando un secreto.
—…pero quiero que siga pasando. —terminó la oración por ella, girándose de costado él también, hasta quedar cara a cara. Dejó un beso tierno sobre sus labios—. No puedo sacarte de mi mente desde ese día en la playa, Andrea Rodríguez. —confesó—. ¿Y sabes que es lo peor de todo?
—¿Qué? —instó con un jadeo tembloroso.
—Ya no quiero sacarte de mi cabeza. —En respuesta, ella se acercó a él y rozó la comisura de sus labios con su boca, luego se levantó abruptamente.
—Ya llegó la luz, deberíamos cargar nuestros teléfonos antes de que se fuera de nuevo. —Con total libertad, puso a cargar primero su celular y después el de Mauricio, él permanecía en la misma posición, observándola—. ¿Qué? —preguntó al volver a sentarse a su lado, el hombre no perdió tiempo y volvió a jalarla hacia él. En esa ocasión, aterrizó en el hueco de su hombro, con los brazos de Mauricio rodeándola
—¿Qué estamos haciendo? —Había esperado esa pregunta desde el primer momento, pero eso no quería decir que ya tenía una respuesta. En realidad, ni siquiera quiso pensar en ello.
—Dejarnos llevar. —Respondió con simpleza—. Ya veremos a donde nos lleva.
—Sabes que… —Se interrumpió a sí mismo, indeciso. Como ya le había sucedido infinidad de veces, pudo adivinar lo que iba a decir sin problema.
—Nadie tiene porque saberlo. —se encogió de hombros, trazando líneas sobre su brazo desnudo—. Esto es entre tú y yo. —finalizó.
Mauricio no respondió nada, así que pensó que estaba de acuerdo con su razonamiento.
—¿Nadie? —cuestionó minutos más tarde, entonces Andrea se dio cuenta de que había pensado sobre ello todo ese tiempo que pasó en silencio.
—Por mi parte. No quiero a nadie metido en mis asuntos.
—Entonces, nadie será. —concluyó.
—Tal vez nos estamos adelantando mucho. Ni siquiera sabemos si nos vamos a aguantar hasta que este encierro pase. —Mantuvo su voz ligera, aunque estaba convencida de que debería pasar mucho tiempo para que ella se aburriese de Mauricio.
—No creo poder aburrirme de ti en un futuro cercano. —La similitud de esas palabras con sus pensamientos la dejó helada, pero se recompuso con rapidez. Un celular sonó en la cómoda y Mauricio se levantó solo lo suficiente para tomarlo—. Es el tuyo. —Se lo entregó y Andrea frunció el ceño al ver que se trataba de Abigail.
—¡Drea! —Exclamó su hermana apenas descolgó, tuvo que alejar un poco el aparato de su oreja para no quedar sorda— ¿Estás bien? Estaba tan preocupada. —Le creyó, realmente su hermana pequeña debía ser la única que siquiera se dio cuenta de que ella estaba en medio de un huracán.
—Sí, logré ponerme a salvo a tiempo, pequeña. —Mauricio se levantó y sintió de inmediato la falta de su calor, pero su hermana seguía hablando, así que se concentró en lo que le decía.
—Traté de llamarte toda la noche, pero no entraba la llamada.
—Me quedé sin batería y la línea fija se cortó por el viento. Lo siento si te preocupé. ¿Cómo estás tú?
—Me quedé en casa por la semana, suspendieron las clases. —Frunció el ceño ante eso, su hermana estudiaba en la misma universidad que ella y que suspendieran las clases por una semana entera era tan extraño. Pero, no indagó más.