A. Alexa. Siempre contigo

28

Si hubo un buen momento para que la tierra se abriera y la tragara, era ese. O tal vez volver el tiempo atrás y pensar dos veces antes de pasearse por la casa de Mauricio como si nada.

Ahora era demasiado tarde para pensar en alternativas más placenteras a la situación actual. Cuatro pares de ojos estaban posados sobre ella, llenas de asombro, incredulidad, enojo y muchas emociones más que no lograba identificar. No tuvo que bajar la mirada para saber cómo se veía todo: estaba despeinada, ojerosa después de toda una noche llorando, con una camisa mal abrochada y los pantalones del día anterior.

 Mauricio se alzó, aturdido y caminó hacia ella, interponiéndose entre ella y su familia.

—Lo siento. —vocalizó, para que solo ella lo escuchara, como si fuera culpa suya que estuvieran en esa situación. Ella asintió con la cabeza en señal de entendimiento, a pesar de que aún no lograba entender cómo se sentía en ese momento.

—Creo que me voy a dormir. —La voz de Pedro rompió el silencio aplastante; Mauricio se giró hacia él lleno de sorpresa ante sus palabras—. Estoy tan cansado que estoy empezando a alucinar.

Andrea reprimió una sonrisa, porque sabía que a nadie le gustaría verla reír en ese momento. Se quedó parada ahí, sin moverse y sin pronunciar palabra, esperando que la bomba explotara.

—Pedro… —Intentó Mauricio, pero su hermano negó con la cabeza, soltando una risa seca.

—Estoy cansado. —Repitió, sin embargo la diversión que teñía su voz la mayoría de las veces faltaba, más bien el dolor era lo que cortaba el aire—. Porque no hay manera de que esto… —la señaló a ella con desprecio—, sea real. —terminó, volteándose hacia sus padres buscando su apoyo.

Nunca antes en su vida se sintió así de mal. Sentirse una intrusa ahí, entre los Gallego dolió más de lo que esperaba. Sabía que no sería fácil, sabía que se enfrentaban a algo desagradable, pero la realidad estaba empezando a superar sus expectativas.

—Yo… —Al parecer, la resolución que Mauricio sintió apenas el día anterior había desaparecido en algún momento, porque él mismo parecía demasiado perdido como para hablar—. Quise decírselo. —declaró finalmente y una de las piedras que aplastaba el corazón de Andrea se desprendió, aliviándola un poco.

—¿Desde cuándo? —Lina fue quien habló. Pedro seguía con la mirada fija en algún punto de la pared y Valerio la miraba a ella fijamente, como si buscará todas las respuestas del universo en su mirada.

Mauricio estiró la mano hasta atrapar la suya y le dio un tirón para que se acercara a él. Ella se movió como una muñeca de trapo sin voluntad.

—El concurso en Cancún. —explicó, recuperando de a poco su voz. Apretó la mano de Andrea, infundiéndole un poco de coraje a ella también.

Saber que estaban juntos en eso, que enfrentarían todo de esa manera, hizo que se tranquilizara finalmente y recuperara su temple.

—Eso fue hace meses. —musitó su madre, analizando sus palabras.

Un golpe los sacó a todos de su aturdimiento y giraron hacia Pedro. Había golpeado la encimera y los miraba con ojos inyectados de odio y rencor. Hizo ademán de salir de la cocina, Mauricio se interpuso en su camino y él lo empujó para pasar. No logró hacerlo, a pesar de la furia que sentía parecía privado de energía por completo.

—¡Quítate de mi camino! —siseó, tratando de empujarlo de nuevo.

Andrea dio un paso al costado, alejándose de ellos. Su mirada volvió a cruzarse con la de Valerio y lo que vio en sus ojos la dejó pasmada. Mientras los hermanos se retaban con la mirada y Lina trataba de calmar los ánimos, se acercó al patriarca de los Gallego.

—Usted lo sabía. —No fue una pregunta, pero él igualmente asintió.

—La pregunta es, ¿si lo sé yo, crees que tu padre no? —Hielo derramándose sobre sus entrañas. El miedo llenó cada poro de su piel, su vista se nubló y sus piernas perdieron la fuerza para sostenerla; empezó a temblar y le tomó todo su autocontrol tranquilizarse.

—No lo sabe. —Murmuró, sin saber si trataba de convencer a Valerio o a ella misma—. No puede saberlo. —repitió.

El hombre deslizó un vaso de agua en su dirección, ella lo tomó ávida. El líquido frío hizo que respirar se volviera más fácil y sus pensamientos se esclarecieron.

—Si tú lo dices. —Valerio se encogió de hombros.

—Estoy segura. Él no podría mantenerse callado si lo supiera. Es una ofensa demasiado grave para que lo ignorara.

—¿Una ofensa? —El humor en la voz de hombre hizo que su propio humor mejorara. Asintió.

—Imperdonable. —Volvió a prestarle atención a los dos hombres en la entrada de la cocina, hablaban en susurros y desde ahí no se podía escuchar nada—. ¿Le molesta? —cuestionó.

—¿Te importa? —Fue su turno de encogerse de hombros.

—Le importa a Mauricio. —Señaló con la cabeza hacia él. Valerio sonrió de una manera enigmática.

—Mi hijo es perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones. —Respondió su pregunta después de pensarlo un poco—. Mi rol como padre es apoyarlo en sus decisiones, no cuestionarlas.

—Ojalá todos pensaran así. —Auguró. Se sorprendió la mano de Valerio cubrió la suya en señal de apoyo.




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