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“Los ojos siempre nos delatarán llorando las palabras que nunca pudimos decir”.
-¿Debería sorprenderme? –fue como me recibió cuando abrió la puerta de su casa al día siguiente. Eran apenas las siete de la mañana-. Porque no lo estoy.
-No deberías estarlo –le respondí un poco avergonzado.
Entré a su casa detrás de él y me guio hasta la cocina donde su madre preparaba el almuerzo. La observe por unos momentos y noté que su estado de ánimo había mejorado comparándolo con las últimas veces que estuve en su casa. En cuanto me vio parado detrás de su hijo me saludo y casi mi obligó a sentarme para que almorzara con ellos, sin importarle las veces que le repetí que ya había comido algo antes de salir de casa. Me senté en un extremo de la mesa y Fernando en el otro, permitiéndome verlo de frente.
-Te peinaste –me burlé al ver su cabello ordenado y en pequeños picos hacia arriba.
-Y también se bañó –agregó su mamá.
-Mamáááááá –gritó avergonzado y después reímos juntos.
-¿Qué? Es verdad, si no te da vergüenza ser un cochino, no debería darte vergüenza que Nicolás lo sepa.
Volvimos a reír y después su mamá se unió a nuestras risas. A pesar que su semblante aún denotaba lo enfermo que estaba, esta nueva alegría lo hacía ver igual de guapo que antes. Su mamá lo beso en la frente y antes de irse agregó: “Me alegra mucho que estés feliz de nuevo”, y no podría explicar el porqué, pero esas palabras me alegraron mucho más a mí que al mismísimo Fernando. Le ayudé a lavar los platos y después decidimos salir a dar un paseo. Deambulamos por varias calles, totalmente desiertas por ser tan temprano.
-Me gusta tu nuevo peinado.
-¿Si? Creo que debo aprovechar ahora que puedo.
-No te entiendo…
-Mi cabello ha empezado a caerse… varios días después de la segunda quimioterapia… -resopló-. De cualquier manera estoy resignado a ser un feo hombre calvo.
No pude evitar reír cuando lo dijo, esforzándose por bromear con eso pero entendí lo mucho que le dolía. Sin pensar un poco en lo que hacía lo tomé por la cabeza y lo acerqué hasta mí. Acaricié su cabello lleno de fijador y respondí:
-No serás un feo hombre calvo. Quizá un hombre calvo sí –se rio y se alejó de mí-, pero feo jamás lo serás.
-Lo dices porque eres mi amigo.
-¿Me estás tratando de decir mentiroso?
-¿A caso no estás mintiendo?
-No –respondí con una sonrisa.
-Como digas.
Caminamos un rato más sin un rumbo predeterminado y fue así hasta que llegamos a mi casa. Saqué las llaves de los bolsillos de mi pantalón y entramos. Grité con fuerza avisándole a mamá que había llegado y cuando salió de su habitación y vio a Fernando conmigo casi corre hasta él y lo abraza.
-Nico me ha contado mucho sobre ti.
-Ojalá hayan sido cosas buenas –contestó un poco nervioso.
-Bueno, la mayor parte fueron cosas buenas –Fernando abrió mucho los ojos y pareció un poco asustado-. Es broma, no me ha contado nada malo, porque no haces cosas malas ¿o si?
-No, señora, ninguna.
Empezó a moverse incómodo con las preguntas de mi madre, decidido a sacarlo de ahí lo jalé del brazo y lo llevé hasta mi cuarto. Lamenté un poco ser tan desordenado al recordar lo pulcra que estaba la casa de Fer. Quité la ropa sucia de la cama y la lancé en un cesto que estaba en un rincón, hice lo mismo con todos mis tenis y quité los libros que estaban amontonados en el pequeño buró.
-Mi madre acaba de tomarte el pelo –me burlé mientras trataba de darle orden a mi habitación.
-Gracias a Dios que pronto seré calvo. Nadie volverá a hacerlo.
-¡Otra vez con eso!
Lancé las ultimas prendas al cesto y salí de ahí con una sola idea en la cabeza.