Epílogo
“Es extraño que aquellas cosas que amamos
son las mismas que tienen el poder para destruirnos”.
Había días en los que la vida pasaba a través de mis ojos y lo único que podía hacer era llorar. Los recuerdos estaban prendados a mí como un animal carroñero matándome lentamente.
Fue doloroso llevar flores a Fernando en una situación completamente distinta a la que yo había imaginado. Cada día imploraba a la muerte que viniera por mí, que tomara mi alma y que me llevara a donde quiera que hubiera llevado a Fernando.
Cuando perdí el miedo a la muerte comprendí una cosa que hasta ese entonces entendí que Fernando ya sabía. Debía valorar mi vida. Su muerte y aquella alegría en sus últimos meses eran una clara señal que en la vida se debe disfrutar de cada momento. No vivir hostigándonos por el futuro, ni deprimidos por el pasado. Nuestro único propósito en esta vida es disfrutar el presente sabiendo que nadie tiene asegurado el mañana.
Hubo algo que no entendí: ¿A dónde va todo aquel amor que nunca pudo ser?