A Flor de Piel.

Capítulo tres: trazos conectados.

Han pasado al menos cinco minutos desde la reprimenda colectiva del director a la banda. El concierto de inicio del verano está cerca y la banda no está ni remotamente cerca de lograr tocar dos piezas decentemente.

Aun así, esa no es la razón que ha tenido a Ëlla mirando la partitura por los últimos diez minutos, murmura las notas, los dedos presionan los pistones en una digitación que es al menos tres veces más rápida de lo que se supone tocará a continuación. 

 

El director aún no lo menciona, pero sabe que va a llegar allí, la pobre interpretación de Rowan no va a pasar desapercibida para el hombre, al contrario, sabe bien que toda la sección de trompetas está a punto de ser funada. Y, si no logra al menos solfear decentemente este solo en los siguientes instantes, no va a poder salir de esta sala con la cabeza alta.

 

—Y trompetas, el volumen por favor, es un piano y se escuchó como un fortissimo.— El señor Athens apenas les mira, tiene la vista fijada en su atril, es entonces cuando Ëlla siente el verdadero terror.— Ah, si, el solo...— El hombre parece dudar un poco pero entonces levanta la vista y se encuentra con una pelirroja casi temblando, ah, una perfecta oportunidad para continuar su reprimenda por no estudiar propiamente, aunque en el fondo lamenta un poco la dignidad que hará a la joven perder.— Ëlla ¿Puedes tocarlo?

Un silencio absoluto. No es el nombre, no es la petición. Es la acusación de su tono de voz que paraliza a todos instalando ese silencio característico de cuando un condenado camina a su patíbulo. 

Nuestra condenada en cuestión, apenas asiente. La petición fue clara pero está quieta.

— Hazlo de pie, por favor.— Finalmente el hombre le dirige la mirada, no se discierne ninguna emoción.

Lento, es muy lento, como si se hubiese olvidado de que tenía rodillas. El sonido de la silla arrastrándose, sus propios zapatos chirriando contra la madera encerada; cada sonido es doloroso, se sienten como errores ya. 

Traga saliva, hay un nudo en la garganta, el aire es denso, las miradas se ciernen; un jugueteo nervioso de los dedos sobre los pistones. Está tardando de más, no tiene que mirar la expresión de disgusto del maestro para saberlo.

Respira profundo, una, dos veces; trompeta en alto con los dedos de la siniestra en preparación; la espalda recta, tensa y de repente sudada; el compás localizado; los labios sobre el metal tibio de la boquilla.

 

Una inhalación y el silencio perece. Asesinado por un sol agudo, es claro, afinado, está acentuado y la dinámica de cressendo es impecable. Las siguientes notas no flaquean en calidad, pero aún así un par de corcheas se le escapan y sabe que no está haciendo el fraseo, los staccato o la interpretación indicadas.

Aún con los errores la brillantez del sonido y la afinación nunca fallan. No podría ser de otra manera, ese es el sonido de Ëlla Stanley; un sonido que se antepone a todas sus fallas, arrogante y retador, es más, tiene la suficiente audacia de alargar un par de segundos la nota final y hacer un vibratto con la nota.

Esta arrogancia, en realidad, no es más que un grito desesperado. Es todo por lo que su dueña está apostando ahora mismo. Pues, si quiere conseguir este solo, o, al menos conservar algún ápice de dignidad entonces este sonido suyo tendrá que superponerse a la digitación perfecta de Rowan.

Solo fueron cuarenta segundos, que se sintieron como cuarenta minutos cuanto menos. Apenas el metal deja sus labios el silencio se instala de nuevo, y los sonidos de su propia respiración agitada y la silla son más dolorosos que antes. Espera el veredicto del maestro sin atreverse a levantar la cabeza.

— Bien.—Es la calificación final del hombre. En su opinión la interpretación de, quien según  malas lenguas era la trompetista consentida, no merece una calificación más alta o baja. Además, no se suponía que tocase con tal calidad de sonido, pues la intención original era sentar un precedente con una reprimenda.— Las dinámicas y el sonido lo tienes, espero que para el concierto tengas la digitación perfecta.

Ni siquiera puede articular palabra, es un asentimiento torpe porque, siendo honesta consigo misma, no se creería haber obtenido esto solo de no ser por el resoplido molesto de Rowan a su lado.

— Muy bien jóvenes, es todo por el día de hoy, tengan un buen fin de semana y no olviden organizar la sala. Nos vemos.— Con esas palabras y el score cerrado da por terminado aquel ensayo y se retira silencioso, aún con el sonido brillante reverberando en el aire.

No se ha movido desde entonces, mira la partitura repasando, intentando grabarse en el cerebro las notas que falló pero siempre tiene que venir el comentario.

— Ugh, ¿Qué pasa con los maestros y los becados?— Es una queja sin duda patética, pero después de al menos año y medio de tocar juntos, una rivalidad jurada pero unilateral, el molestar a Ëlla se ha vuelto ya un instinto para el joven trompetista.

— Sabes, si te molesta tanto ve y quejate con Mr. Athens, no es como si yo me hubiera escogido a mi misma, Rowan.— Con los sentidos recién recuperados, aunque con la sonrisa y la mirada siguen perdidas, la pelirroja se defiende con este comentario, que bien podría ser agudo y cortante; una cosa que la amabilidad tan natural de Ëlla nunca podrá permitir existir.

 

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Cuando Ëlla sale de su ensayo se encuentra con su querido Magnus al frente del aula, quien la llevaba esperando no hace menos de cinco minutos. Este al ver su aspecto no puede evitar soltar un comentario, el cual es un poco burlesco y preocupado a su vez.

— Pero Ëlla, pareces que hubieras salido de un sauna, desde aquí se nota que estás sudando.

La pelirroja no dice nada, por poco desfallece  en los brazos de su amigo. La tensión que estaba guardando hace algunos momentos fue totalmente liberada. Magnus la sostiene de los hombros para ayudarla a conservar el  equilibrio. El chico no necesita preguntar, sabe por lo que acaba de pasar su talentosa amiga en aquél aula.




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