A las afueras de Ciudad (blog)

Delirio, como una espada

¡Ratas de pantano! Acaba de suceder algo inesperado y alucinante. Antes, ¿está bien que los llame "Ratas de pantano", lectores míos? Lo considero un poco petulante, pero con buena intención. Volviendo a lo anterior, acaba de suceder algo más allá de mi imaginación, de la nuestra.

Decidí salir de mi escondite solo por un breve periodo de tiempo para visitar "La flor del arcano", un delicioso pub de mala muerte que se encuentra localizado en uno de los páramos de A las afueras de Ciudad. Claro, está a un paso de Ciudad, pero no hay necesidad de entrar en ella. La razón por la cual lo hice fue simplemente curiosidad, había escuchado rumores acerca de la asombrosa comida que servían y del ambiente que se creaba; así como de mujer hermosas por doquier. No me lo tengan en cuenta, aún estoy triste por saber que mi Claudette decidió casarse con ese hunto. Merezco un poco de diversión.

Al entrar al lugar finas volutas de humo danzaban un caótico vals, el olor a cigarro y sexo inundaban el pub. Risas infames de hombres obesos al tocar las nalgas de preciosas jovencitas. La sofocante sensación de estar en un lugar repleto de seres horrendos, música cadenciosa y olores mezclados. Comencé a entra en pánico: mi respiración aumentaba, mis pulmones no se distendían como lo hacían con normalidad; una fina película de sudor se hacía cada vez más y más grande; una mano invisible que apretaba mi garganta, y que no la soltaba. Y entonces la vi.

Por el grandísimo, ¡sus ojos! Sus ojos eran como dos líneas rectas, pero te miraban con tal intensidad que sentía como me paralizaba; y no ayudaba el hecho de que sus cejas la hicieran ver como una emperatriz. Y sus labios, de un tenue color rojizo. Alguien con más experiencia en observar mujeres habría notado su nariz ligeramente chueca, su espalda un poco más ancha de lo normal, y por sobre todo aquella protuberancia en su cuello.

Corrí hacia ella y le toqué el hombro haciendo que se sobresaltara al ver mi aspecto enfermizo.

— ¿C-cómo te llamas?  —Hacía tiempo que no pronunciaba palabra alguna, querido lector.

—Colette, son 50 duros la hora. — Me barrió con la mirada y se subió un poco más la falda, con su pie comenzó a tocar mi pierna.

Colette, maravilloso nombre, ¿no? Con un significado todavía más bello. Y con solo 50 duros la puerta de la felicidad se abrió para mí, para alguien tan perdido como yo. Con solo una hora y una habitación que olía a libro viejo me dejé llevar por mis instintos más primitivos, salvajes e impuros. Poco me importó que el colchón estuviese manchado, poco me importó que mientras lo hacíamos un vejete nos observara.

 

 

Y poco me importó que Colette en realidad se llamara Desiré.

 

 

Entonces, ¿no crees que esta haya sido una velada maravillosa? Digna de ser recordada. Éramos como un par de caballeros en una lucha a muerte, cada uno con nuestras espadas bien afiladas. Aunque estoy seguro que no volveré a salir por un tiempo, después de todo hoy hay luna llena. 




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