Madrid, lunes 13 de febrero de 2023
Recordando lo que pasó el día de ayer hace 28 años me dio por buscar el diario que escribí entonces. Sabía que tenía que estar en algún lado. Lo encontré en una caja que rotulé en negro «cosas mías de niña». Era una caja pequeña, no me llevé casi nada de Laredo.
Así que me senté en mi sillón de lectura y tranquilamente leí eso que había escrito tantos años atrás. Me sentí como alguien que ve una foto suya de joven: identificas que eres tú, pero no te reconoces, te sientes ajeno. Llegado a un punto ya me lo estaba tomando como si estuviera leyendo una de mis novelas románticas. La realidad era que gran parte de las cosas que escribí no las recordaba y dudaba un poco sobre si eran ciertas, otras estaban adornadas un poco y otras eran totalmente mentira. Me hubiera encantado que todo lo que cuento sobre cómo me trataba mi madre no fuera cierto, pero sí, eso sí que lo era. En cambio, todo lo demás era primordialmente mentira. Puede que dentro de otros 28 años coja este diario que estoy escribiendo ahora y me suceda exactamente lo mismo. Siempre tuve un don para la mentira y el cinismo y ahora no iba a ser menos.
Alicia vieja, cuando leas este diario, espero que al menos te hayas reído con las cosas que cuento, aunque sepas perfectamente que la mayoría son mentira. Y es que, si no podemos nosotros mismos inventarnos nuestra verdad, ¿quién puede?
Con respecto a lo que escribí sobre ese día fatídico estaba escrito bajo los efectos de algún tipo de alucinógeno natural provocado por el estrés. Es todo mentira. La realidad fue que cuando mi madre me sacó de mi celda, subí a mi habitación, me hice la maleta con las cuatro cosas que me pude llevar, escribí una nota a mi padre y hui. Le dije que iba a coger el primer autobús que encontrara para irme a Madrid a casa de mis primos y que no me buscaran, que estaría bien. Y así fue, mi papá nunca me buscó.
En el trayecto del autobús de Santander a Madrid tuve mucho tiempo para imaginar que es lo que me hubiera gustado que pasara y escribirlo en el diario. Reescribiendo el destino. Cuando acabé, lo leí una docena de veces soñando que se hacía realidad. Con el tiempo me enteré de que mi madre murió joven, pero de una forma mucho más paulatina y dolorosa, de algún tipo de cáncer. Mi padre vendió la casa y se mudó a Madrid a un pequeño apartamento en el centro de Alcalá de Henares. Y ahí vivió esperando su muerte.
Creo que dejo aquí el diario. Lo dejo listo para que en 2051 mi versión arrugada lo relea como estoy haciendo yo. Espero que no esté tan senil como para que se le olvide. Por ahí será una Alicia algo menos arrugada, mi hija, la que lo lea. Supongo que en ese momento entendería un poco más a su madre e incluso es posible que se dé cuenta de las cosas importantes que hice por ella.
Dejo ambos cuadernos juntos para cuando llegue ese momento, junto a sus respectivas llaves. Lo meto en una caja más pequeña aún y que voy a rotular con «A mi imagen y semejanza». Tendemos a parecernos a nosotros mismos según vamos creciendo. Los mismos miedos, las mismas carencias y defectos. Pasan los años, pero esas cosas permanecen.
Somos lo que somos por lo que fuimos.