A orillas del Virú

LIBRO SEGUNDO

 

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LIBRO SEGUNDO

 

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ÍNDICE

 

Fascículo 1º - Una antigua aventura.

Fascículo 2º - Extraordinaria vivencia en el Pachacámac.

Fascículo 3º - Día miércoles - Trujillo. Enero 2008

Fascículo 4º - Cuenta su experiencia tratando de volver.

Fascículo 5º - Quiénes eran los Pinakuna (“A manera de esclavos”).

Fascículo 6º - Sobre mi vida de Pinakuna.

Fascículo 7º - Mi nueva vida de Willakuq (“cuenta-cuentos”)

Fascículo 8º - Contando historias con Hawka y Limachi.

Fascículo 9º - De cómo llegó a conocer a Yuria en el Cusco.

Fascículo 10º - En las Líneas de Nazca.

Fascículo 11º - Sobre mi llegada a la Mayu Kitilli ("Aldea del Río").

Fascículo 12º -Día miércoles - Trujillo. Enero 2008

Fascículo 13º- Donde Dumma cuenta la llegada a la Aldea.

Fascículo 14º- Narra su nueva vida en la Aldea.

Fascículo 15º -De cómo mi Madre enseña a usar la Chupika.

Fascículo 16º - Así matrimonié con la hija de la Mama-coya.

Fascículo 17º - De cómo experimenté la paternidad.

Fascículo 18º - Donde se narra la añoranza de Duchicela.

Fascículo 19º - Y conocimos el destino de la abuela de Duchicela.

Fascículo 20º - De nuestro encuentro con soldados incaicos.

Fascículo 21º - Conversando con Yaku de los Baños.

Fascículo 22º - Takiri y yo, mantuvimos un gran secreto.

Fascículo 23º - Noticias de los Baños del Inca y Huacho

Fascículo 24º - Conversación con Don Miguel













 

II - Fascículo - 1º

 

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A orillas del Virú, 1431: Una antigua aventura.

Narrador: Mayta (“Hombre que aconseja con bondad”) jPg6bMeXoA1Pi0a4Vlb3s7qOfnPv8iu-IqljHHfMaDie2C1GBAkSU8yGKun4aG1X9_3F2KFyBvRgwxuUm06s4a5dl6mNhRDoYoaXHdQewKpJxFBc8hBlOTvjmxocVFsD2lPe20bXyrTPAuzbMW6b_e7KrAYZp1wPR0NXaFLF7itvF0TXGOwaXpmn76rE

Donde se narra una extraordinaria andanza, fue la ocasión de hacer un gran viaje.

 

Aquella mañana, como todos los días, un rayo de sol entró por el hueco de la ventana, iluminando la pared de enfrente. Después de despertarme, según mi costumbre, salí a dar un paseo junto al río y bañarme.

Me encontré con Anca (“Hombre veloz igual al águila”), un anciano como yo, pero más delgado y huesudo, con los ojos aún vivos y la voz rotunda, su nombre era una caricatura de su personalidad. Era, lento y obstinado, con frecuencia solitario y malhumorado. 

Muy aficionado a recordar los tiempos idos, sobre todo en las noches de nostalgia, cuando la chicha le soltaba la lengua más de lo acostumbrado. Una y otra vez hablaba de aquellos días de la llegada a este valle, cuando lo convertimos en nuestro hogar y las aventuras de los comienzos.

Durante un rato nos acompañamos, en el camino, sin muchas palabras. Aquel amanecer —una niebla suave— cubría la Aldea como un manto de soledad, poco a poco, se iría rompiendo por el tumulto de la actividad cotidiana. Entre los montes se fue intensificando la luz del nuevo sol.

Dimos una caminata hasta el bosque de los Algarrobos, allá teníamos las trampas para los cañanes, unos pequeños lagartos arborícolas, los comemos y también los secamos y comerciamos con las Aldeas cercanas. 

Como todos los días, había casi una docena; elegimos a los machos, en esta ocasión siete, y soltamos a las hembras y los pequeños para dejarlos crecer.




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