Cuando estoy de regreso en mi apartamento es Luc quien se queda conmigo, gesto que me toma un poco por sorpresa, pero al mismo tiempo me hace sentir super avergonzada.
Llegué a Punta del Este hace casi un año lista para trabajar con una pasantía remunerada que me consiguió Sebastián y ahora quedé efectiva por generosidad de mi jefe quien, más allá de saber de mi embarazo, decidió extender la contratación, seguramente que por el hecho de que es mejor amigo de Sebastián, como sea, ahora tengo que regresar a mi apartamento y poner voluntad independiente para mi recuperación.
Luc, mi mentor, es un seductor nato y a mi llegada a Punta se me acercó mientras yo también estaba cerca de Sebastián. Forjamos un vínculo con Luc, pero ambos idiotas competían por todo hasta que un buen día me animé a cantarle las cuarenta a Luc quien descubrió mi embarazo y lo divulgó, pero probablemente fue esa decisión la que me salvó a mí y también a mi hi…mi hija no, la hija de Sebastián. A Dana Vélez.
Hicimos un trato con Sebastián para entregarle la bebé con la responsabilidad parental, me pagó por ello, cuando ni siquiera era realmente lo acordado, pero una parte de mí sabía que percibiría algún beneficio con ello. De qué sirve si ahora me he quedado prácticamente sola.
Luc permanece a mi lado tras la cesárea y me ayuda con lo esencial, pero no es suficiente considerando que necesitaré asistencia constante.
Por suerte, hace unos meses me renté un apartamento solo para mí, mientras que la habitación que antes tenía subarrendada cuando llegué a Punta solo fue algo transitorio.
En cuanto me siento en el sillón principal del living comedor, Luc se sienta también a mi lado.
—¿Necesitas algo? ¿Quieres que compre algo?
—No, Luc. De hecho, no deberías estar aquí, tienes cosas que hacer.
—Ayer pariste un bebé, no puedes estar sola. Menos aún con una cirugía de cesárea de emergencia que te efectuaron.
—Luc, en serio, puedo…
Un ardor terrible me cruza en lo bajo de mi abdomen recordándome que no, que no puedo.
—Sería mejor que te acuestes—me propone.
—¿Pretendes quedarte para siempre aquí o qué?
—No necesariamente, Valentina, solo lo necesario. Pero si lo necesario es estar contigo veinticuatro siete, lo haré.
—No tienes la obligación, en serio.
—Somos amigos.
—¿Lo somos?—le pregunto.
Él se encoge de hombros. Su cercanía me hace sentir con cierto afecto, me siento mal por haberle gritado antes cuando me enojé con él, pero ya pasaron meses y tiendo a sentir remordimientos por cosas que han sucedido hace mucho tiempo inclusive.
Por ejemplo, aún me da remordimientos el hecho de haber discutido con mi padre cuando me fui, no me da la cara para contarle todo lo que ha sucedido y menos aún que he quedado completamente sola. Sin siquiera mi bebé. ¿Vale de algo todo el dinero que tengo si probablemente viva de aquí en más con la idea de que vendí a mi propia hija?
El nudo en mi garganta suelta una lágrima que se manifiesta en mi mirada, nublando el campo visual.
—Sí, somos amigos—asegura—. Ya quedaste efectiva, no soy tu mentor, pero serás la mentora de alguien más en cuanto puedas incorporarte nuevamente.
—No quiero la licencia, no merezco nada vinculado con “maternidad” porque no soy madre—murmuro—. Hablé con Oscar para hacerlo pasar como una licencia por enfermedad, pero no he tenido una respuesta concluyente, la bebé se adelantó.
—Y dejaste un charco en la oficina.
—¡No me lo recuerdes!—me saltan las lágrimas una vez más, pero al menos él se ríe y me abraza.
—Deberías descansar un poco y comer algo.
—No, tú deberías descansar. No has pegado un ojo desde que me llevaste al hospital.
—Te llevo a la habitación.
No es muy difícil encontrarla.
En efecto me ayuda a andar mientras siento que la herida que tengo en el cuerpo me ha abierto justo por la mitad, pero aún así le dejo que me lleve hasta la cama tipo queen que está en mi cuarto.
—Iré a dar una siesta y me levantaré para pedir algo de almuerzo—propone.
—Solo hay una cama en este apartamento, quizá más adelante rente algo con cuarto de invitados.
—No me parece mal el sillón.
—Mides casi dos metros y ese es de cuerpos. Más adelante compraré uno de…
—Claro, cuando tengas una mansión. Olvídalo, hazte a un lado.
—Bien…
Me hago a un lado con un poco de dolor y él se recuesta a mi lado.
—Ven acá—rompe la distancia entre ambos y me abraza. Incorporo mi rostro en su pecho y me siento a gusto de volver a tener confianza con él. El tiempo que estuvimos peleados fue tenso, pero mi embarazo enterneció a ambos.
—Supiste lo del trato con Sebastián—me encargo de verbalizar lo que ha permanecido entre sombras.
—Maria no me lo dijo, pero fue una obviedad—declara.
—Es una boca floja.
—Sí.
—Y yo una persona horrible, solo quiero…seguir trabajando y devolverle todo ese dinero a Sebastián.
—¿Estás loca?
—De solo imaginarme que mi nena está con esa mujer se me rompe el corazón en dos. ¿Acaso Sebastián no estaba divorciado de ella? O en proceso.
—No sé a qué arreglo hayan llegado finalmente, sabes que no tengo la mejor de las relaciones, pero probablemente se deban una conversación. Aunque más cerca estés de él, más te encontrarás con la nena y eso no sé si será bueno.
—Pero…
—Renunciaste ya.
—Eso se puede revocar.
—Ay, Valentina…
—Quiero verla de nuevo, quiero darle la teta, ni siquiera la pude amamantar cuando la tuve cerca.
—Mejor…descansemos y pensemos un poco más claras las cosas al despertar, ¿okay?—me propone.
Asiento sin más opción.
En un santiamén él está profundamente dormido, pero yo no consigo pegar un ojo de solo imaginarme que mi nena puede que esté necesitando fervientemente a su mamá.