-¿No había un lugar más cerca donde pudiéramos conversar?
Le pregunté cuando cruzábamos el túnel de la bahía.
-Ten paciencia, te dije que era un lugar que te iba a gustar.
Dejé de hacer preguntas y me concentré en mis pensamientos. Era evidente que sus planes iban más allá de una simple conversación. ¿Hasta dónde estaba yo dispuesta a llegar? Ni yo misma sabía. Ese hombre movía hilos dentro de mí que estaba conectados a una profundidad oceánica. Era como una fuerza de gravedad que me atraía todo el tiempo hacia Él.
-Llegamos.
Me dijo frenando en el parqueo de Santa Maria del Mar.
-¿En serio? ¿Mar azul?
-A ti te encanta la playa ¿No? Pues que mejor lugar para conversar.
Él me conocía demasiado bien y sabía como llegarme.
Nos bajamos del carro y Él se detuvo en la primera cafetería a nuestro paso.
-¿De qué quieres el refresco de cola o de limón?
-¿Refresco? No pipo si vas a comprar algo compra cerveza.
Me miró sorprendido y divertido a la vez.
-Como has cambiado.
Me dijo y compró 6 cervezas. Realmente me iba a hacer falta la energía de unas cuantas.
Caminamos por la arena y nos sentamos debajo de un árbol de uvas caletas, estábamos a menos de dos metros del mar. No había casi nadie en la playa, dos o tres grupitos de personas espaciados por aquí y por allá.
Miré la línea que marcaba el final de
aquella vista y me di cuenta cuan relativos eran los finales, con solo movernos mar adentro y aquella línea tan pareja y sólida, cambiaba. Así andaban mi vida y mis límites, cada vez más difusos.
-Isa ¿Podemos hablar?
-Bueno, para eso estamos aquí ¿No?
-Es verdad.
Se me quedó mirando unos segundos y cambió la vista para ponerse a juguetear con su lata de cerveza.
-¿Sabes qué? Yo pensaba que sabía lo que quería, que había conseguido lo que quería. Dinero, buena vida, lujos..
-Mira si me trajiste aquí a restregarme tu vida de millonario, ahórratelo.
Lo interrumpí bruscamente e hice ademán de levantarme. Me agarró del brazo y me dijo aguantándome la cara como un loco.
-Nada de eso vale nada sin ti. Todo es una mierda sin ti, mi vida es una mierda Isa.
Y me besó. Al principio me resistí, pero admito que ni yo misma creía en mi resistencia. El beso continuó y yo bajé los brazos y dejé de luchar contra la corriente furiosa que me arrastraba. ¡Cómo había anhelado ese beso! Cada fibra de mi ser lo necesitaba como una droga. Así me sentía en ese instante, como el adicto que lleva meses en abstinencia y de pronto bebe o fuma o se vuela la cabeza con cualquier polvo alucinógeno; estaba embriagada, embelesada con su olor.
-No sabes como extrañaba tu boca, tus besos.
Me decía sin parar de besarme.
-Vamonos de aquí.
Fue más una orden que una pregunta. Me tomó la mano y una vez dentro del carro, condujo como un loco a toda velocidad. Yo no pensaba en nada, estaba aturdida.
Llegamos a un lugar desconocido para mí y me llamó la atención que habían muchos carros parqueados en la calle.
Nos bajamos, Él intercambió unas palabras con un hombre en una de las casas y entramos.
Era un alquiler, era la primera vez en mi vida que visitaba uno. No me dejó ni soltar la cartera en el piso, como previendo que si me dejaba meditar por un segundo lo que yo estaba a punto de hacer, no lo haría.
Me besó con furia, con una ansiedad descontrolada, me quitó la ropa y en un segundo estábamos encima de la cama.
No hubo preliminares, ni besos cálidos; en aquel colchón dos adultos tuvieron sexo a secas. Una sensación extraña me recorrió el cuerpo, como si estuviera acostándome con un desconocido.
-¡Tú eres mía, óyeme bien, mía!
Me decía mientras me penetraba una y
otra vez. Yo no respondía nada, me limité a seguirle la corriente y en menos de diez minutos estaba a mi lado respirando con la boca abierta.
-¡Ayy!, no sabes como extrañaba esto. Voy al baño.
Me dijo con la voz agitada y abandonó la cama.
Yo me quedé mirando al techo procesando todo aquello. ¿Qué había hecho por dios? ¿Cuántas veces Él había visitado lugares como este o este mismo sitio con otras, mientras yo lo esperaba en la casa? Lo había tirado todo a la basura por nada, por un sexo miserable que no había sido ni placentero.
Salió del baño con una sonrisa en los labios, saboreando su victoria.
-¿Nos vamos?
Me preguntó y empezó a recoger sus cosas. Yo me vestí en silencio y una lágrimas me rodó por la mejilla.
Me sentí sucia, usada, más baja que nunca. El poco respeto que había conseguido con tanto esfuerzo y después de meses de dolor, lo había echado al piso en un abrir y cerrar de ojos.
Quería llegar a mi casa y olvidarme de aquella tarde.
Le pedí que me dejara unas cuadras antes, no quería llamar la atención. Antes de bajarme del carro no pude evitar preguntarle lo que tenía atorado en la garganta.
-¿Se puede saber que significó lo que pasó hoy?
Me miró y era evidente que no sabía que responderme y si hablaba, lo que tenía para decir no me iba a gustar.
-Mira Isa, lo que pasó hoy fue estupendo, tú me gustas muchísimo, sabes que no terminamos por falta de gusto. El problema es que tú y yo no funcionamos en otras cosas.
Me sonreí y abrí la puerta del carro.
-Espera.
Me dijo aguantándome el brazo.
-Eso no quiere decir que lo de hoy no se pueda repetir.
Lo miré a los ojos y vi el reflejo de mi cara en ellos.
-Lo que pasó hoy, no va a volver a pasar. Esto fue un error.
-Isaaa.
-¡Isa nada! Yo no voy a pasar de ser tu mujer a ser la tipa con la que te revuelcas cuando la dueña del carro te deja solo. Espero que le hayas tirado una foto, porque no la vas a ver más.
Me bajé dando un portazo.
En el camino las lágrimas me salían solas y me las iba secando a manotazos. Necesitaba darme un baño y borrar de mi cuerpo la marca de sus manos. Tenía que eliminar hasta el último rastro de aquel hombre que se propuso marcar su territorio y lo había logrado con mi ayuda. Sentía un odio profundo y un desprecio inmenso, pero esta vez hacia mí, hacia los sentimientos que tenía en mi alma que me hacían débil, que me convertían en un ser frágil, dispuesta a caer al primer intento, con el mínimo de esfuerzo.