El tiempo se había hecho totalmente plano, sin avance, como si su reloj interior hubiera sido roto. Jorge había caminado por tanto tiempo que la cuenta se le había escapado de la cabeza y de igual forma, no le es de importancia. Sus pies no dejaban de caminar por la razón exacta por la que tuvo que caminar. Los disparos aún estaban clavados en su mente. Toda su tripulación había sido asesinada; las personas con las que había compartido años habían sido asesinadas y su nave destruida, escapar, encontrar civilización en el desolado planeta, la ideas aún no se había ido de su cabeza pero cada segundo era menos esperanzador.
Derrumbarse en la fría arena (Que es lo que mayormente estaba hecho el planeta) fue lo único que logró hacer, pero su determinación no lo iba a dejar morir allí. «No voy a morir, soy demasiado testarudo como para hacerlo» pensaba entre pausas. Con la traición de sus piernas el hombre empezó a usar sus manos para lograr "transportarse" al caer al suelo.
La locura ya lo había apuñalado hace tiempo. Las voces que oía hace días cada vez eran más severas y ruidosas pero el no iba a dejar de ignorarlas.
El tiempo de su "caminata" empezaba a terminar. Su vista se nublaba cada vez más y aunque el obstinado hombre no paraba de moverse ya era obvio su destino. Encontró un pequeño y antiguo templo en el que descanso sólo para morir. Antes que una luz apareciera, «el túnel del que todo el mundo habla» pensó. Tirado como basura en una pared con una media sonrisa en un rostro que ya no le respondía.
Al otro lado de la galaxia, su hija, de 14 años esperaba a su padre en Jinsmarin, la estación especial donde le esperaba cada dos meses; poco a poco los minutos se volvieron horas y el día se hizo noche, para volver a esperarlo al día siguiente y al siguiente después de ese, solo pudiendo escuchar los susurros de los hombres y mujeres en la estación a su al rededor, con rumores de su padre, el hombre que nunca volvió y la tripulación que desapareció en el sin fin de las estrellas.
Jamás volvió y poco a poco el recuerdo que alguna vez en su cabeza fue la persona más querida, su voz, sus botas, su manera particular de reír y su distinguido pero anticuado bigote con dos puntas finas a cada lado fueron desaparecido de su memoria como un sueño, de manera progresiva, pero esa joven, no estaba dispuesta a olvidar.